La carta de Pedro Sánchez es impropia de un jefe de gobierno. Es un texto mediante el que intenta humanizarse, dar pena, pero supone la última manifestación de un narcisista extremo que vive el servicio público como una constante representación teatral. Es la carta de un hombre que desprecia a su país y a sus ciudadanos, que no le importa volcar el tablero político, poner la vida nacional en vilo durante una semana y ciscarse en la opinión pública para evitar dar cuenta de sus actos. El texto le ha salido a modo de guion de las telenovelas turcas, buscando una ola de adhesiones, poniendo incluso a su mujer como reclamo del enredo; quizás el matrimonio en armonía puede que decida el lunes comunicarnos que aquí seguirán, sacrificando su futuro por todos nosotros. Quizá. Detrás de un texto pretendidamente moralizante Sánchez oculta la cruda realidad que tiene delante; prisionero de su pasado, recaba apoyos entre los suyos, moviliza los mitos de la izquierda y avisa a Otegi y Puigdemont, por si acaso, de que sin él no son nada.
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