Miedo social a la guerra: ¿Es una amenaza real?

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Las noticias de conflictos bélicos inundan los medios (Rusia y Ucrania, Israel y Gaza, Irán e Israel) y el torrente de imágenes de horror, muerte y destrucción es imposible de esquivar. Que los últimos acontecimientos, además, ocurran a las puertas de Europa impactan en la sociedad de manera palpable y provocan que nuestro confortable convencimiento de estar a salvo se vea amenazado. Las guerras han sido percibidas a lo largo de la historia como los periodos de mayor agitación en el estado anímico y la psicología de toda una sociedad, de modo que podemos experimentar una respuesta emocional ante el miedo a la perspectiva de un efecto destructivo sobre nuestro bienestar y nuestra vida.Noticia Relacionada estandar Si Irán recurre al factor atómico como arma de disuasión frente a Israel Mikel Ayestaran | Estambul Pese a las sospechas de Occidente, Teherán siempre ha defendido que su programa nuclear tiene fines civiles Pese a ser natural, en algunas personas esta reacción llega a ser abrumadora. Algunos expertos incluso han puesto nombre a este fenómeno: trastorno de estrés por los titulares o ansiedad de la guerra . Hoy en día, y apareciendo estas noticias además después de una pandemia, se muestra con más crudeza. El miedo se añade a la fatiga y el desgaste acumulados , a preocupaciones económicas y a una desagradable sensación de fragilidad y ausencia de control. Nuestro mundo se tambalea. Pese a que la ansiedad suele ser una respuesta adaptativa de nuestro cuerpo ante factores estresantes, el miedo a la guerra puede no ser una respuesta adecuada si a lo que responde no es a una amenaza real sino a una interpretación individual y subjetiva. Efectos de los subjetivo«Los factores subjetivos no son menos importantes que los objetivos porque acaban teniendo efectos muy reales», explica el profesor y escritor Bernard Castany, autor del imprescindible ensayo ‘Una filosofía del miedo’. «Entre los objetivos, sin duda nos hallamos en un momento delicado . Pero no debemos olvidar que a lo largo del siglo XX, no sólo hubo dos guerras mundiales , sino que el mundo quedó dividido en dos bloques, el comunista y el capitalista, que siempre estaban a un paso de la confrontación total. No se trata de desestimar los peligros reales, sino de darles una profundidad histórica, con el objetivo de conocerlos mejor e impedir que el miedo nos ofusque y nos lleve a tomar malas decisiones. Entre los factores subjetivos nos encontramos, de un lado, con tendencias espontáneas, en su origen adaptativas, pero peligrosas en contextos no naturales, como lo es la política. Se nos somete a un peligroso juego de sesgos, falacias y prejuicios, que suelen deformar nuestra visión del mundo. Estas tendencias suelen ser utilizadas, de forma más o menos consciente, por diferentes instancias de poder, con el objetivo de paralizarnos o de movilizarnos, en función de sus intereses».El psiquiatra y ensayista Pablo Malo, autor del exitoso ‘Los peligros de la moral’, afirma que, en realidad, no somos capaces de discernir el peligro real que suponen para nosotros estos conflictos. «En las guerras, la primera víctima es la verdad. Nos bombardean con propaganda de guerra. En el libro ‘Principes elementaires de propagande de guerre’, de la historiadora Anne Morelli aparecía un interesante resumen del clásico de 1928 de Arthur Ponsonby, ‘Falsehood in Wartime’. En él podemos encontrar los diez principios básicos en toda propaganda de guerra, que serían: 1. Nosotros no queremos la guerra, sólo nos defendemos ; 2. Nuestro adversario es el único responsable de esta guerra; 3. El líder de nuestro adversario es intrínsecamente malo y se parece al diablo; 4. Nosotros estamos defendiendo una causa noble, no nuestros intereses particulares; 5. El enemigo comete atrocidades a propósito; si nosotros cometemos errores, esto sucede sin intención; 6. El enemigo hace uso de armas ilegales; 7. Nosotros sufrimos pocas pérdidas, las del enemigo son considerables; 8. Intelectuales y artistas reconocidos apoyan nuestra causa; 9. Nuestra causa es sagrada; 10. Quien pone en duda nuestra propaganda ayuda al enemigo y es un traidor».El psiquiatra Pablo Malo tiene la «extraña sensación» de que «ha disminuido nuestro miedo a la guerra en general y a la guerra nuclear en particular»«Los dos hilos con los que se nos manipula», añade a esto Castany, «son el miedo y la esperanza. También el miedo a que no se cumplan nuestras esperanzas, o la esperanza de que logremos librarnos del miedo. Estirando de uno u otro hilo, en verdad de los dos a la vez, se nos mantiene en un estado de exaltación permanente que nos sume en el fatalismo nihilista o en el entusiasmo fanático. Este sentimentalismo no es sólo una cuestión política, sino también económica. Las empresas, medios de comunicación y los algoritmos saben que la prisa, la confusión, el miedo y la ansiedad aumentan sus beneficios». «Yo tengo la extraña sensación de que actualmente ha disminuido nuestro miedo a la guerra en general y a la guerra nuclear en particular», explica Malo. «Me parece que tanto en Ucrania, como ahora en Israel, nuestros líderes están como jugando a las siete y media, como buscando dónde está el límite donde puede estallar la guerra. Me parecen unos inconscientes. No entiendo lo que está pasando, pero hay algo parecido a un impulso suicida o autodestructivo en el ambiente. En el caso de Ucrania se han ido dando armas de cada vez más alcance al país como buscando dónde está el límite de Rusia. Y ahora están realizándose acciones armadas castigando al enemigo, pero buscando un punto que no lleve a una escalada. Estamos creando un ambiente donde falta la chispa que lo incendie todo. Sí percibo un ambiente prebélico y una actitud temeraria de muchos de los líderes mundiales, pero creo que durante la guerra fría, y hasta hace poco, se le tenía más miedo a la guerra que ahora». SobreinformaciónPero ante esto, frente a la acción propagandística, la sobreinformación, la instrumentalización de nuestro miedo y nuestra confusión, debería haber algo al alcance de nuestra mano. Algo que podamos hacer. «Para los griegos», dice el profesor Castany, «una de las principales virtudes era la ‘sophrosyne’, el autodominio. No se refiere sólo a la capacidad de controlar nuestras pulsiones físicas (no emborracharse) o pasionales (no dejarse dominar por el miedo o el entusiasmo), sino también nuestras pulsiones cognoscitivas. Y la más importante de ellas es el dogmatismo , el deseo de sentir que sabemos con absoluta seguridad cómo es el mundo y lo que nos va a suceder en él. Como casi todos nuestros defectos, el dogmatismo en su origen es una tendencia natural y adaptativa. Es natural y muy recomendable desear saber cómo es el mundo, si deseamos sobrevivir. El problema es cuando ese deseo se transforma en una adicción, y deseamos tener la sensación de saber, aun cuando no sea cierto, porque nos resulta enormemente placentero o tranquilizador. Cuando eso sucede, el conocimiento se convierte en una fantasía compensatoria que, en lugar de informarnos acerca de la realidad, lo que hace es deformar nuestra visión de la misma para hacernos sentir que ésta es más simple, previsible y controlable de lo que es. Esa adicción, que sin duda los medios de comunicación y redes sociales explotan, provoca un pensamiento binario, simple y precipitado. Hasta el punto de que preferimos la explicación sencilla de que el fin del mundo está cerca, a la inacabable, agotadora e incierta tarea de tener que nadar en una realidad compleja y confusa. Pero lo más probable –y también es probable que para muchos de los que dicen temer el fin del mundo sea una mala noticia, porque, como diría Nietzsche, les tienta la sencillez de la nada, frente a la complejidad de la realidad– es que sigamos braceando, como Ulises, en las removidas aguas de la historia durante unos cuantos milenios».Misiles expuestos en la plaza de Baharestan, en Teherán, con el retrato del ayatolá Jamenei al fondo ReutersEn su libro ‘Humano, demasiado humano’, continúa el profesor, «Nietzsche dejaba dicho que la vida del espíritu era como un motor bicameral, en el que una cámara calienta, para generar energía y movimiento, y otra cámara enfría, para que el motor no se sobrecaliente y se estropee. El problema, quizá, es que durante unas décadas, las que corresponden a lo que nos hemos resignado a llamar ‘posmodernidad’, la cámara que generaba calor, esto es, significado, dejó de funcionar, ocasionando que el motor se sobreenfriase. Esto ha provocado un rebote dogmático y entusiasta, mediante el cual muchas personas que han sentido, de un lado, que el mundo ha perdido el sentido tradicional al que estaban acostumbrados, que las explicaciones y distinciones que hasta entonces parecían evidentes han entrado en crisis, y, del otro, que esa crisis de sentido estaba directamente reforzada por una crisis económica y política (lo que Fredric Jameson llegó a ver como la lógica cultural del capitalismo tardío), han creído que, recuperando las antiguas seguridades, todo se arreglaría. Como si antes todo estuviese arreglado. Esta reacción está sobrecalentando la máquina y es probable que, en algún momento, explote. Tras lo cual vendrán unas décadas de enfriamiento, igual que vinieron tras la Segunda Guerra Mundial».

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