En marzo de 1931 ABC publicó una de sus portadas icónicas. Aparece una desconocida de edad indeterminada, enlutada entera salvo cara y manos, embozada en un duelo de gesto impenetrable, como los retratos antiguos y un titular que decía «También los guardias civiles tienen madre». No hay rastro del ataúd con el agente caído en acto de servicio. Una portada como un puñetazo. Descubría el dolor y la soledad de las víctimas colaterales, los secundarios de la prensa. Ayer, el Comité Federal del PSOE, en un clima algo depresivo y amargo , nos recordó que también el presidente del Gobierno tiene esposa. Vaya, como Ayuso tiene un hermano perseguido por la izquierda, Camps (el inocente de las 170 portadas de ‘El País’) vio lancear la farmacia de su mujer, o la madre nonagenaria e incapacitada de Rita Barberá, que pasó los últimos años de su vida escrachada en el portal de su casa mientras se archivaban las causas contra la exalcaldesa de Valencia, promovidas por Mónica Oltra y un fiscal anticorrupción que más tarde fue promocionado por la propia Oltra. El líder del PSOE parece estar llegando al final de la escapada, diga lo que diga mañana. Es una pena que Vargas Llosa no cuente con veinte años menos; estos días habría encontrado sobrados elementos para pergeñar otra ‘Fiesta del Chivo’, porque la grosera maquinación de las últimas horas contra jueces y periodistas entronca con el esperpento caudillista, pero resulta impropio del espacio europeo, nuestra salvación. Las conflictivas relaciones comerciales de Begoña Gómez serían noticia y crearían polémica en Francia, Gran Bretaña o Suecia, pero nunca en Rusia o en Venezuela. El Partido Socialista ha decidido que el lugar que nos corresponde es justamente el de los ámbitos bananeros, iliberales, bolivarianos, donde el poder está exento de dar cuenta de sus actos. Resulta asombroso que toda una organización como el PSOE participe del chantaje emocional al que su líder está sometiendo a los españoles, en lo que constituye un auténtico secuestro de las instituciones, una maniobra que margina al Parlamento, escapista, bajo la excusa de que se siente profundamente enamorado de su mujer y no puede soportar que se investiguen sus conductas sospechosas. Sánchez será un caudillo, pero caudillo enamorado al fin. Y se nos presenta víctima de la deshumanización tras su política de tierra quemada con propios y extraños, desde aquel «indecente» con el que insultó a Rajoy en un debate de 2015 hasta los eternos cincuenta segundos de carcajadas, al modo del villano de las comedias, con los que despachó a Feijóo durante la sesión de investidura.El mismo que enceló a Óscar Puente y azuza los perros emboscados en los medios de comunicación se escandaliza de la polarización ajena. Nos viene ahora con que tiene sentimientos y sufre si le hacen pupita. Es tarde, y por eso la maniobra para mover una ola de solidaridad colectiva hacia el centinela de La Moncloa ha naufragado, quedándose en un estricto acto de partido. El PSOE, conforme a sus resortes históricos, ha intentado activar un proceso revolucionario, a la manera de hoy, una revolución digital, rápida, fulgurante, virtual, emocional; la revolución de los clics y los «me gusta», con toda la telaraña del partido, al margen de las instituciones, con la propaganda emotiva, los memes y TikTok, con los quintacolumnistas de la cultura, del periodismo , con objeto de provocar una reacción unánime o mayoritaria, nacional, transversal, una movilización inapelable y popular… Pero no está sucediendo. Las adhesiones se ciñen a los estamentos que viven de los recursos públicos, de los presupuestos, aquellos beneficiarios que dependen de que Pedro Sánchez siga donde está, los del «Quédate, Pedro, que acabo de cambiar de casa». Lo que no quita gravedad a la extensísima corte de siervos con la que extiende su poder gracias al dispendio de las transferencias ministeriales. Ya no estamos en los años treinta; ya no puede presentarse un piquete de Prieto o Largo Caballero para abrir las puertas de las cárceles, cambiar los obreros de las fábricas o echar a los concejales democráticamente elegidos en los ayuntamientos. Ahora toca tornar la violencia explícita y pistolera de antes por otro tipo de acción directa, una presión ejercida mediante subterfugios legitimantes, con relatos falsamente melifluos, denigrando a jueces y periodistas (los últimos alcores por conquistar), en plan «¡Pásalo!»… Pero de momento tampoco lo han conseguido. La carta, esa carta presuntamente desesperada de amor conyugal, tiene básicamente dos destinatarios. Primero, los socios parlamentarios, los Bildu y Junts, a los que avisa de que dejen de agobiarle con nuevas demandas o les pega un portazo. Después, los dirigentes del partido, a quienes reprocha que no se siente respaldado, que le deben lo que son mientras su familia sufre el acoso de la ‘fachosfera’. Y los aludidos asienten, de ahí el trauma compartido ayer en Ferraz. Muchas caras largas, Óscar Puente compaginando el móvil con la botellita de agua, ambiente de funeral, la Montero ejerciendo de pinchadiscos eufórica por si le tocara liderar ‘el pedrismo sin Pedro’, todos como si estuvieran en una sala de espera, aguardando el peor desenlace, un García- Page tragando saliva y al que no le quedan ganas de aplaudir, y el acto abortado de improviso porque reparan en que Pedro –el único espectador al que está destinada la función– lo mismo no está ni delante de la pantalla. Quizá Sánchez se ha roto por la vía emocional, por donde nos solemos quebrar. Pero no por desamor, sino porque se halla en un callejón sin salida y lo sabe. Al final de la escapada. No hace más que perder elecciones y en junio se dará otro trompazo, no tiene presupuestos ni suficiente fuelle parlamentario, Otegi sube el precio del alquiler, las humillaciones de Puigdemont van a más, la ley de amnistía presenta diversas fugas. ¡Se le está estrechando el muro! Y alguien del ámbito de la Justicia, quizá Conde-Pumpido, le habrá explicado lo que le espera en pocos meses. Tiene un fiscal general del Estado amortizado porque primero perdió el prestigio y después la autoridad, y no le sirve para nada. Está rodeado de minas: Ábalos, Armengol y el ministro Torres pueden acabar imputados, aparte de lo que surja del contubernio entre Putin y su querido Puigdemont, el espionaje a su teléfono móvil, las críticas relaciones comerciales de su mujer y el previsible bloqueo de la ley de amnistía en Europa. La verdad, cualquiera que no fuera Pedro Sánchez se habría marchado ya.
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