Cuando el dron está sobre su objetivo , Roman pulsa un botón y cae una mina antitanque: media casa salta por los aires. ¿Ha muerto alguien? Nunca lo sabremos. Horas antes, con un dron en vuelo de reconocimiento por las primeras líneas rusas, habían detectado allí tropas enemigas. ¿Estaban ahora en la casa o refugiados bajo tierra? Sea como fuere, nueve segundos después de ver la deflagración en la pantalla, se escucha la explosión, ahogada por la distancia. Y dos segundos después, un silbido fugaz precede a una explosión fuerte y seca, muy cerca, y el refugio tiembla tanto que se escucha tierra deslizarse por las paredes. Todos han reaccionado con frialdad cuando han acertado el objetivo, y también cuando el mortero ruso ha impactado cerca.Roman pilota el dron y Vania asiste en la navegación. A veces lo hacen al revés. Están dentro de un refugio subterráneo en la segunda línea de la defensa ucraniana, cerca de Kurdyumivka , a unos mil quinientos metros de los rusos. Cada uno tiene una pantalla en sus manos: la de Roman con los mandos; la de Vania, sin, pero con acceso a un mapa que alterna con la imagen de la cámara térmica del dron. Es de noche. Están sentados en una cama, la de abajo de una litera, y los ves y es como si estuvieran jugando a videojuegos. La distancia con la realidad que crea la pantalla es desconcertante. Cuando sales del refugio (a preparar el dron, a ajustar la antena, a orinar) todo está oscuro, no se ve nada, y así la sensación de irrealidad es aún más intensa. Sin embargo, las explosiones son continuas , sobre todo al principio de la noche. También es frecuente el ruido de los drones en el cielo.Noticia Relacionada estandar Si Ucrania carece de las defensas aéreas necesarias para protegerse de los ataques rusos en el frente y la retaguardia Miriam González Ante la escalada de la ofensiva rusa contra la infraestructura eléctrica del país en guerra, el presidente Zelenski pide a los aliados occidentales que suministren más sistemas Patriot«Nos pueden matar en cualquier momento» , dice Eugen. «Cuando veníamos en el coche, cuando vamos fuera… incluso aquí dentro nos pueden matar si usan una bomba termobárica». Eugen es el oficial de prensa, y está sentado en la cama de abajo de la litera de enfrente, al lado de Vadim. Al llegar a la posición, con el crepúsculo, corría hacia el refugio al escuchar un zumbido agudo. Los drones kamikaze suenan así: «Si oyes eso, corre» . Los otros drones suenan más como un enjambre de abejas. Muchos no son ninguna amenaza: pueden ser de los suyos, de unidades vecinas, o pueden ser rusos pero en vuelo de reconocimiento. También pueden ser rusos e ir armados pero que no conozcan el escondite ni te vean bajo los árboles. En todos estos casos, pasará de largo, «pero si se detiene sobre ti, corre». Se nota porque, al detenerse, el zumbido se amortigua.Vadim prepara el dron y la carga explosiva para el siguiente vuelo, a pocos metros del refugio A. CABRERAExpuestos al fuegoVadim también es piloto, y hoy hace de asistente. Coge ahora otra mina y pone cinta americana, varias vueltas, para que después se deslice mejor. La mina pesa unos ocho kilos , e irá en un cajón de madera que cuelga del dron. Cuando Roman pulsa el botón, el cajón se inclina y la mina cae. Las minas son muy baratas, pero estos drones no. Son los Vampiro, son de fabricación ucraniana y se utilizaban para regar cultivos. Cada uno de ellos, con todos los extras para la guerra, cuesta unos quince mil euros. El Vampiro es un hexacóptero majestuoso de más de un metro de diámetro. Su envergadura le permite cargar más peso, pero al mismo tiempo hace de él un blanco fácil si vuela de día, por lo que siempre salen de noche. De ahí su nombre. Pueden cargar lo que uno quiera; ellos van hoy con minas antitanque TM-62, de fabricación soviética.«El próximo mes podremos aguantar, pero para verano tendremos grandes problemas para controlar nuestro territorio»Vuelve el dron y aterriza a diez metros del refugio, donde acaban los árboles. Salen, cargan otra mina y vuelven adentro. Es el momento más delicado porque, durante unos minutos, se exponen al fuego y a la vigilancia. Van con linternas de luz roja o verde, más difíciles de ver en las cámaras térmicas. En el siguiente vuelo, el tercero, reventarán un depósito de munición , y en el cuarto, una posición enemiga. Si durante un vuelo se encuentran un grupo de soldados rusos, van a por ellos; si ven uno solo, no («No vale la pena»). Pero más o menos es siempre lo mismo. Hasta que hay problemas: en el tercer vuelo, casi pierden el dron por un ataque electromagnético de los rusos; en el cuarto, los rusos disparan y se cargan una hélice, pero Roman logra traerlo y aterrizarlo. Cogen el dron de repuesto; siempre llevan dos, por si acaso. En el primer vuelo del segundo dron, ya pasado medianoche, los rusos vuelven a hacer blanco: «Con las gafas de visión nocturna, el dron brilla como una estrella» , dice Vania. Consiguen traer el dron. Informan a comandancia, y allí deciden que, para no tener la posición inactiva tanto rato, adelantan cuatro horas el cambio de turno.Roman, Vania y Vadim son miembros de la Compañía de Asalto con Vehículos Aéreos No Tripulados (Rubpak, en sus siglas en ucraniano). Los tres se alistaron en el Ejército cuando comenzó la guerra, y están en la Rubpak desde hace un año. Escasez de municionesLos drones han ganado protagonismo a medida que avanzaba la guerra. Son precisos y relativamente baratos , y más fáciles de adquirir. En los últimos meses, con la escasez de municiones en las filas ucranianas, les han permitido aguantar la acometida hasta la reciente aprobación de la ayuda de Estados Unidos . Pero Eugen es pesimista: «Soy realista. Se necesita tiempo para la producción y la entrega de municiones… quizá sea demasiado tarde. El próximo mes podremos aguantar, pero para verano tendremos grandes problemas para controlar nuestro territorio».«Aquí faltan drones y falta gente» , dice Vadim, ahora estirado en la cama de arriba. Roman y Vania siguen en la abajo, pero ahora mirando el móvil. ¿Cómo es matar a través de una pantalla? «No tengo ningún problema», dice Roman. «Sé que si no le mato yo, él matará a alguno de los nuestros». Faltan más de tres horas para que llegue el relevo. Cuesta dormirse, pero más que nada por el frío.
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