En una de esas mesas en las que se piden apoyos para prohibir la tauromaquia se ha aparecido Pepe Álvarez con su abajo firmante ‘foulard’. En una foto, el líder de UGT posa junto al cartel de la campaña torericida que pide la abolición bajo el lema ‘No es mi cultura’ y creo que ahí, justamente, empiezan las razones para defenderla. Si no es la cultura de los que firman , sí lo es de otras personas así que, protegiendo los toros, estamos protegiendo la pluralidad. Se trata de que la cultura de un país no sea lo que se le ocurra al ministro Urtasun, a Yolanda o a Pablo Iglesias en su intento prohibir lo que le incomoda como si la cultura fuera un sofá. La cultura es del pueblo.MÁS después ‘naide’ noticia Si La carta de su puño, de su rosa y de su letra noticia Si Dejar de fumar con Pedro Sánchez noticia Si Regreso a Abaltzisketa noticia Si Dolor del niño fantasma noticia Si Por qué deberías empezar a preocuparteHemos creído que el deseo de terminar con la tauromaquia responde a su incomprensión y yo creo que quieren abolirla porque la entienden perfectamente. Conocen el valor del rito y cómo cimenta una sociedad y la hace más difícil de moldear, de sustituir, de destruir al fin y al cabo. Saben que la fiesta de los toros es eso, una fiesta en la que se celebra la dicha de estar vivos, tan lejos del decrecentismo y el antihumanismo que pretenden los que nos odian. Saben que aquí el que tiene que morir es el animal y que, para nosotros, la barbarie no es sacrificar un toro ante nuestros ojos, sino decirle al hijo que su vida vale lo mismo que la de su perro. O dudar entre sacar de un incendio al vecino que nunca saluda o al gato Micifú. Entienden que en el ruedo se persigue crear belleza en un contexto que justificaría la huida de cualquiera. Que el novillero Jesús Moreno se fue el miércoles a portagayola y estuvo a esto de perder la vida y la sangre en un mundo en el que los profesores no suspenden a los pibes por si se disgustan. Que en la plaza se reconoce la grandeza del ser humano, su inteligencia, sus facultades, su capacidad de crear, expresarse y ser pleno en condiciones de desventaja frente al infortunio. Saben que el rito hace posible concebir la trascendencia en personas que no se manejan con el simple aleteo de un algoritmo. Porque alrededor del toro se concitan las pasiones de gentes tan distintas y que encuentran en el ruedo un ámbito tan común que hace imposible las divisiones maniqueas que pretenden entre rojos y azules, entre madrileños y guipuzcoanos, andaluces y catalanes del Deltebre, mexicanos, guatemaltecos, franceses y españoles. Que todos esos vibran como uno solo cuando en Las Ventas o La Maestranza se hacen presentes la grandeza del toreo y la bravura del dios toro. Esa unión les viene grande y los pone locos al quedar fuera del alcance de su ingeniería social de cafetería de la facultad de Políticas de la Complutense. Porque en las plazas de toros no mandan ellos: manda el pueblo del tendido que piensa, siente y ama por sí mismo, que se atreve a poner en escena la muerte del héroe humano y animal, y que mira de frente y con orgullo su propia condición finita. Eso lo hace tremendamente peligroso, de ahí que quieran prohibirlo y nosotros tengamos el deber de defenderlo.
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