«Dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición», señala con acierto la sabiduría popular, en un refrán hecho a la medida de Sánchez e Iglesias. Los líderes del PSOE y Podemos se encamaron en La Moncloa (políticamente, preciso, por si a los censores de guardia se les escapa la metáfora y piensan en ponerme una querella) y han acabado compartiendo actitudes caudillescas, pretensiones totalitarias, conductas desvergonzadas e incluso manía persecutoria. En honor a la verdad, es Pedro quien ha ido mimetizándose con Pablo paulatinamente, hasta convertirse en un populista de manual homologable a su primer vicepresidente en el fondo, en las formas y en el descaro a la hora de actuar. Le falta la coleta, es verdad, pero tampoco el podemita la conserva. Se la cortó de cuajo en las urnas Isabel Díaz Ayuso, propinándole una derrota aplastante que lo sacó de una patada del escenario político y lo tiene poniendo cañas tras la barra de un bar «sólo para rojos». Así ha terminado el aprendiz de dictador que venía a «tomar el cielo por asalto» y de un modo parecido acabará también, más pronto que tarde, este presidente «de los de abajo» (sic) que no se apea del Falcon.A Iglesias le gustaba presumir de inglés recurriendo a palabrejas como ‘fake news’ o ‘lawfare’, en un intento de impresionarnos sin dejar de presentarse como la víctima por excelencia de un sistema corrupto. Las noticias referidas a la financiación de su formación, su persona o su pareja, elevada por su mano a la condición de ministra, eran burdas falacias. Quienes osábamos criticarle, fascistas. Su chalet en Galapagar, lo más parecido a un modesto piso en Vallecas. Sánchez prefiere clamar contra los bulos y señalar directamente a jueces y periodistas, sin desmentir esas informaciones veraces ni emprender acciones legales contra los medios que las publican. Pero, más allá del idioma, el propósito perseguido por ambos es el mismo: silenciar, amedrentar, coartar la libertad de expresión, liquidar la independencia del poder judicial, garantizarse impunidad, estrechar los márgenes de la democracia, previo desmantelamiento de sus sistemas defensivos. En el alma del socialista siempre anidó un autócrata , según la definición de Alfonso Guerra, aunque, a diferencia de su socio comunista, al principio intentó disimular demostrando maestría en el arte de mentir. Ahora ha dado rienda suelta a su naturaleza, exhibe sin pudor su faceta de caudillo narcisista ávido de incienso y «está cavando su propia tumba», sentencia su veterano compañero de partido. Suscribo. El numerito del marido enamorado ha ido demasiado lejos. El falsario amago de dimisión ha sentado muy mal entre los suyos, pues a nadie le gusta que le tomen por imbécil. También Pablo apeló a las bases y ganó votaciones trucadas, antes de someterse al escrutinio verdadero. Pedro sigue el mismo camino. Tiene un espejo en el que mirarse.
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