Cuando Pedro Sánchez anuncia que quiere ‘regenerar’ la democracia se supone que entiende que ha degenerado. Se puede compartir la idea, aunque desde distinto prisma, a partir de un balance de lo sucedido en los seis años que lleva gobernando, y qué básicamente se trata de un achicamiento de los espacios de encuentro, una ocupación partidista de las instituciones y un papel cenital de los adversarios de la Constitución en la dirección del Estado. Incluso el hecho de que él haya ganado las elecciones dos veces y media (la media fue la del pasado verano), pese a sus reiterados y manifiestos engaños, podría inducir a algunos malintencionados a pensar en una merma sensible del espíritu crítico de muchos ciudadanos. Pero éste es un diagnóstico a todas luces equivocado. Lo que nuestro providencial presidente intenta corregir es la intolerable autonomía de la justicia y del periodismo, los dos últimos contrapoderes que aún resisten su empuje autocrático. Y promete hacerlo por las bravas si le resulta necesario.O sea, que nos va a regenerar –¡¡él!!– como aquellos viejos comunistas que purgaban a los disidentes diciéndoles que «te vamos a hacer la autocrítica» antes de obligarles a firmar la palinodia previamente escrita. El Gobierno pretende que los jueces asuman su colaboración culpable en el acoso ultraderechista y que la prensa entone arrepentida una retractación de sus mentiras, y por si acaso encuentra resistencia se declara dispuesto a tomar medidas para hacer «limpieza» (sic) a base de reformas legislativas. Se acabaron las contemplaciones buenistas, que luego esa gente confunde tolerancia con debilidad, libertad con libertinaje, y se viene arriba creyéndose con derecho a meter las narices en las actividades de su familia. La paciencia de un hombre justo tiene un límite y lo ha rebasado esta ofensiva de élites resentidas incapaces de acatar el criterio de la mayoría. Así que a partir de ahora, ni un pase. Si es que al final tenía razón Puigdemont con lo del ‘lawfare ‘: qué es eso de que los fachas se hayan adueñado de los juzgados y los tribunales. Una limpia es lo que hace falta ahí, una hornada de magistrados progresistas para ocupar las vacantes del Supremo con personas sensibles, concienciadas y responsables. Y un buen apretón de tuerca a esos periodistas que no respetan al poder, para que al menos aprendan a callarse si no quieren repetir las consignas de la Unidad de Discurso y Mensaje. (Que eso existe en la Moncloa, palabra de honor: un laboratorio de frases, un departamento emisor de verdades oficiales, con su director general y su bien nutrida plantilla de publicistas militantes). Regeneracionismo fetén, sin miramientos ni ambigüedades. Hasta que los disconformes, los heterodoxos o los rebeldes acepten su propia enmienda, como el protagonista de ‘Las manos sucias’ de Sartre , y se declaren a sí mismos «no recuperables».
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