Me pasa con los toros que vistos tres vistos todos. No soy un apasionado ni entendido, pero llevo a mi hijo de 13 años porque creo que así comprenderá un puñado de cosas con las que se va a ir topando a medida que descubra cómo somos. No entiendo por qué hay que censurar o atacar algo que ha sido así siempre, de nosotros, te guste o no, si luego se pasan por el forro tantas cosas peores. No te hablo de una granja de pollos o el matadero del chuletón que tanto les gusta, sino de no meter unas sucias manos en lo que no las concierne, puesto que la cultura, cuanto más se aleje de la política más libre será. Todo lo que vaya paseando de la mano entre una y otra es algo contra lo que por defecto hay que pelear. Vimos al novillero albaceteño Jesús Moreno intentando acariciar el cielo de Madrid sin que le diera ni una sola oportunidad el azar. Un viento de aire fresco que volaba en Las Ventas le dio y le quitó de un suspiro todo lo que era. Es así de brusco, honesto y exigente eso del toreo. Lo entendió mi hijo mientras vimos el chorro de sangre que le salía a Moreno de la espalda al ponerse de pie. Mientras la línea entre la vida y la muerte era cada vez más fina, el ruedo tenía más rojo de Jesús que del novillo que por poco le quita la vida. Por eso prefiero ver la corrida desde algo más arriba, en un palco o con las entradas más baratas. Desde allí se escucha menos al toro cuando se lamenta. No me gusta ver a un animal quejándose, pero este viaje es a veces así de puro, y entiendo de golpe que cualquier tarde, en esta plaza, la vida y la muerte se cruzan. Y mira estos toreros que parece que lo buscan con ansia de gloria. Y las canciones, los cuadros, los escritores y los retratos. Madrid volviendo a todos esos pasados que nos trajeron aquí. Pero me daba un poco de miedo que el niño, ya chaval, se quedara impactado por la escena que acabábamos de presenciar. Al poco entendí también que no puede andar por ahí pensando que la vida no duele. Que además hay que poder elegir entre lo que sí y lo que no, pero sabiendo qué son las dos cosas. Que no le cuenten milongas del daño animal cuando no hay mayor crueldad que la de prohibir lo que no se entiende.Me gusta pensar que todavía puedo elegir lo que me gusta y lo que no. Y que mi hijo puede también hacerlo. Por cada premio eliminado saldrán diez que nos mejoren. Es lo que tiene la bobada de prohibir. Tiene cierta sonrisa perversa eso de que ahora sean las izquierdas las que acotan el campo de nuestras libertades. Es una realidad que los que tienen diez, doce o catorce años están aprendiendo a golpe de vida. Y luego que no nos vengan con que no se lo advertimos. Ya es casualidad que esto pase en un 2 de mayo. Solo tenían que haberlo leído.
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