Nadie sabía cómo iba a reaccionar Las Ventas con Núñez Feijoo en la tarde en que se presentó en San Isidro «en defensa de la tauromaquia, la cultura y la libertad». Perera le brindó un toro de La Quinta tan listo que se sabía de memoria la lista de los populares a las Europeas e iba por el ruedo musitando: «Dolors Montserrat, Carmen Crespo, Alma Ezcurra…» y así hasta los 23 diputados que les otorgaban las encuestas cuando el paseíllo. La corrida se hizo más larga que la legislatura. Núñez Feijóo había empleado una hora en llegar desde La Tienta hasta la puerta de arrastre. Entre selfies, abrazos y ánimos, iban más lentos que el tren a Extremadura. Feijóo no es aficionado a los toros y lo admite, no como los que se las dan de Corrochano y se les nota que no saben distinguir un Santa Coloma de una bicicleta. «Siendo presidente del Insalus, había venido a Las Ventas con los médicos con los que se ven los toros de manera distinta, porque siempre están preocupados». Ayer vino con Gonzalo Caballero. Después de los ataques del ministro, la presencia del jefe de la oposición en los toros, antes de la del jefe de Gobierno, tenía un sentido: superar la barrera del gusto personal. Hasta ahora en España había dos clases de personas: los que se dicen aficionados a los toros y pretenden defender la fiesta y los que no lo eran, y por tanto pretendía que se prohibiesen. Entre ambos andaba Pérez de Ayala, que decía que de ser dictador, prohibiría las corridas pero que como no lo era, no se perdía ni una. Feijóo representa felizmente una categoría que cada día es más numerosa: los que no gustándole los toros, prometen defenderlos. Cuando Perera le brindó el toro, la plaza le pegó una ovación con algunos pitos, una ovación cuántica, como todo ahora. Por la mañana, sabiendo que vendría, Sánchez salió a decir que no prohibirá los toros, y todo el mundo pensaba que era señal de que lo intentará pronto.
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