El reintegro de la mansada del Puerto cayó en la zurda de Talavante

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El reintegro de la mansada del Puerto cayó en la zurda de Talavante

Eran los tendidos el colegio de San Ildefonso en vísperas de la Lotería. Era la Noche de Reyes, con los zapatos lustrados, con la ilusión desbordada. Toreaba Juan Ortega y hasta el reloj de la Puerta del Sol lo sabía. Era su tarde de descanso en este mayo de prisas. Pero lo que realmente se pararía fue el sexteto del Puerto (de San Lorenzo y no de Santa María, como pregonaban en la fila 2). Sin casta ni poder, la campanada la dio la mansada salmantina. Y eso que hubo toros de bella lámina para embestir, pero su sangre desbravada arruinó otra tarde de expectación. No hubo Gordo que celebrar, tan sólo un reintegro, que cayó en los albores de la corrida.Husmeando la arena salió este primero, con esa fría salida tan típica del encaste. Delante de los ganadores de la Liga y de los que persiguen su decimoquinta Champions, lo recibió Alejandro Talavante, que dejó un par de verónicas lentificadas, con la mano de salida al alza, sabedor de que Cubanoso venía con el poder contado. Minutos después, a la siete y doce, la plaza se calló. Sonó la hora del quite de Juan Ortega, con lances de más expresión que limpieza, con el del Puerto punteando las telas. Divino el broche, con una media para el lienzo de los pintores. Talavante observaba desde su puesto el estupendo pitón izquierdo de Cubanoso, potenciado en la buena lidia de Álvaro Montes. Ceremonioso se dirigió hacia el animal, con un tiempo de oxígeno fundamental. Venía el extremeño con aires lentos, como se vio cuando se asentó con el cartucho de pescado para saborear naturales del viejo Alejandro. Soberbio entonces, con esos remates por abajo que tanto calan en Madrid. Pero no fue sólo la trincherilla que barría vulgaridades, también el de pecho. Al ralentí. Qué clase portaba este número 138, de dulce humillación por el lado del tenedor. Y por ahí siguió, en una intensa y maciza tanda. Toreando de verdad, con cinco y el molinete para alzar el vuelo con ese pectoral creciente. Rugía Madrid. Un pase de las flores abrió paso a la derecha, sin tanto empaque, aunque el cambio de mano recorrió tiempos pasados. A partir de entonces aquello se desinfló: ya no hubo el mismo acople de distancias, ni ese tacto inicial, con un toreo más a la pala, más de mentira. Para alegrar la temperatura tiró de una espaldina antes de floridos remates. La meritoria estocada, a toro arrancado, desató la pañolada y una oreja criticada por algún sector y que hacía cada vez más grande la de David Galván, que era de dos. Mientras el pacense paseaba el trofeo, un comentario brotaba: «Que el peor sea éste». Pobres ilusos: la corrida se embaló hacia la podredumbre de casta, vacía de bravura y fondo, sin apenas nada que rascar. Ni un duro valió el segundo, astifino, con las manos por delante y el rabo enhiesto. Y manso a rabiar, con esa tendencia a la defensiva y entre la gracieta del «¡vivan los novios!» del tonto de turno. Se agradeció la brevedad del sevillano, que lo despachó por los bajos. Machacón se puso Tomás Rufo entre la impaciencia del personal, mientras el torero, en su afán de justificarse, estiraba la cosa como un chicle. «¿Te queda mucho?», preguntaban con sorna. Este tercero, un tren guapo y armónico para el que no hubo ni una triste palma de salida –ya se sabe, no era hierro de aplausómetro–, acusó demasiado los feos puyazos: hasta la pezuña sangraba. A la hora de los bocadillos, que cada tarde reparte religiosamente el señor Santiago encima de toriles, aparecía un cuarto remiso a embestir. Y un triunfo mayor de Talavante se difuminó con esa blandura de Gironero. Tronaron las protestas cuando asomó el lavado y cariavacado quinto, recibido con pitos y gritos de «¡toro, toro»! mientras recorría el redondel. Decía mi vecino que era «un toro sanchista, narcisista, para lucirse en las vueltas al ruedo». Y entre dijes y Diegos, crecían las palmas de tango, con no sólo el 7 pidiendo la devolución cuando perdió las manos. La cosa es que luego Cubanoso pareció venirse arriba y no hubo pañuelo verde. Con el ambiente a la contra, Ortega principió faena y en el remate, ese toro con el que coreaban «miau, miau», lo prendió en una dura voltereta. Con un par de puntazos en la pierna izquierda y mucha firmeza, siguió en la cara del animal, que cada vez se vencía más por el izquierdo, pero respondía agradecido a derechas. Con la mano de escribir hubo maravillas de Triana, con el torero crecido entre caricias que devolvían la ilusión. Fue el toreo más bello. Gotitas para saborear con un 16 que no admitía series de más de tres. Feria de San Isidro Monumental de las Ventas. Jueves, 23 de mayo de 2024. Duodécima corrida. ‘No hay billetes’. Toros de Puerto de San Lorenzo, bien presentados en general dentro de la desigualdad –bajó el cariavacado 5º–, mansos y deslucidos; el mejor, el 1º, con clase por el pitón zurdo. Alejandro Talavante, de sangre de toro y oro. Estocada a toro arrancado (oreja). En el cuarto, pinchazo, otro hondo atravesado y descabello (silencio). Juan Ortega, de teja y oro. Estocada baja (silencio). En el quinto, pinchazo hondo (saludos). Tomás Rufo, de lila y oro. Estocada caída (silencio). En el sexto, estocada caída (petición y saludos).Un espejismo fue el ambicioso prólogo de hinojos de Rufo al mansísimo sexto. Porque este último tampoco quería pelea y el de Pepino tuvo el enorme mérito de inventarse una faena –con destacados naturales–, mientras Cubatisto andaba en constante huida.Qué señora mansada. No hubo embestida de premio Gordo que celebrar. Sólo ese reintegro primero que cayó en la dorada izquierda de Talavante, fenomenal por momentos, que no siempre…

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