Hola Londres: This is Madrid Calling

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Hola Londres: This is Madrid Calling

Mi día comenzó en Madrid, rompeolas de todas las amnistías, y termina en Marylebone, espigón de todas las finales. En la Carrera de San Jerónimo mayo parecía un agosto de Marbella, pero en Londres siempre es el mismo marzo de Bilbao. Y mi profunda tristeza por lo visto en el Congreso se va diluyendo a medida que me integro en una ciudad en la que no conocen a Sánchez, ni a Puigdemont y no son conscientes de lo afortunados que son por ello. Por la tarde los niños salen del colegio, las madres tienen ojeras violetas y los hombres trajeados caminan dormidos entre la lluvia de la estación de Paddington. En la cola para embarcar en Madrid había muchos más ‘swifters’ que ‘Valverders’ pero, de alguna manera, en la cola para salir en Heathrow todo había mutado y los adolescentes dejaban paso a los grupos de cincuentones, organizados siempre de cuatro en cuatro, hablando de Bellingham, poniendo botes con cantidades descomunales de libras y recordando la Intercontinental que se ganó al Vasco de Gama en el 98. Y el mundo sabía a aguanís. Entonces empezaron los guiños, las bromas privadas y ese hilo invisible que une a los madridistas en cualquier lugar del mundo.Van llegando los españoles a esta ciudad, pero lo hacen de paisano, sin camisetas ni bufandas. Es una llegada secreta, de incógnito, una llegada con sordina que, de alguna manera, parece parte de una táctica que acaba rematando en el 94. El madridista pasea por Londres como si todavía no fuera el momento de dejarse ver y prefirieran mantener un perfil bajo, quién sabe por qué. Y llego a la estación de Baker Street, donde veo señalizado un punto de encuentro para aficionados del Borussia. Al que, por supuesto, voy. Y en el que, por supuesto, no hay nadie.Aliviado por la primera victoria me vengo a Mayfair, a ‘The Barley Mow’, – la sesga de la cebada-, un pub en el que me cito con tres españoles exiliados en Londres. Son Andrés, un madrileño del barrio del Pilar, Carlos, un vallisoletano vecino de Delibes y Luis, berciano y artista. Los tres llevan entre doce y catorce años en Londres, es decir, pertenecen a esa generación que vino con la ola de inmigración nacida de la crisis financiera. Y se quedaron. Los tres son madridistas hasta la médula y he querido preguntarles cómo se siente el madridismo en soledad, qué se siente cuando las copas de Europa se ganan sin compañía y cómo afrontan la inminente invasión blanca en su ciudad. La respuesta me sorprende: «El Madrid, en Londres, se vive de una forma privada, muy personal. A no ser, por supuesto, que conozcas a más gente del Madrid, que no es mi caso. No tengo contacto con más madridistas, aunque supongo que no sería complicado», asegura Carlos. Luis y Andrés coinciden: «Conozco a otros dos del Madrid. Y empieza a ser tradición ver las finales junto a ellos. Las últimas cuatro Champions las he ganado abrazado a la misma gente, en el mismo sofá. Comienza a ser superstición».El madridismo en soledad es especial. En España gritamos juntos y los triunfos forman parte de una locura colectiva. Pero, en Londres, no necesitan encontrar a más gente para conectar con su equipo, que, en el fondo, no es otra cosa que conectar con su padre, con su abuelo, con su infancia. Porque en Londres el Real Madrid no interesa demasiado, las cosas como son. Las rivalidades inglesas son solo domésticas, locales y esa soberbia con la que miran al mundo se traslada también al fútbol. «Mira, esta gente ha inventado el fútbol y todo lo que no sea la ‘Premier League’ no les importa. El Real Madrid, para ellos, es solo es equipo que gana casi siempre por suerte, sin acabar de merecerlo, una especie de leyenda sin mérito», dice Luis. «Vamos, lo mismo que en España», apunta Andrés.Los tres abordan la final con prudencia y con humildad, como si llevaran dentro un tratado de madridismo desde alevines. Pero, a medida que pasan las pintas, empiezan a dejarse llevar. Y entonces empiezan a verlo más fácil, admiten que el Madrid es «lo más grande» y terminan por declarar que se sienten «no solo superiores, sino infinitamente superiores». Y se vienen arriba y corren las pintas. «A ver, todos estos ingleses saben que el Madrid es el Madrid, pero no lo demuestran. Es ese orgullo que les impide reconocer la realidad». Empiezan entonces a hablar de Fran García, de Brahim Díaz y hacen, con los vasos de pintas, posibles tácticas con los extremos muy abiertos. En mi opinión excesivo.Y recuerdan las ligas de Tenerife. Y brindan por la Quinta del Buitre. Y ponen en la mesa la importancia de Heynckes. Y el madridismo va tomando la conversación de cuatro españoles fuera de España hasta que, en medio de un concierto de blues improvisado, llamamos la atención de varios ingleses, que se sientan en nuestra mesa, me invitan a dos ‘dark n’ stormy’ y se interesan por la crónica que escribo. Andrés me mira como diciendo: «¿Lo ves? Al final todos quieren hablar con el Real Madrid». Y corren las rondas, Luis abre mucho los extremos con los vasos de pinta, Mendy sube por el espacio que le deja un Vinicius escorado hacia dentro y asegura que, en realidad, Mbappé no tiene sitio en su esquema. Y nos vamos a dormir cantando el himno de la décima mientras cae la lluvia en Mayfair. Se van planeando tomar los leones de Trafalgar Square si ganamos. Y Madrid, en secreto, va tomando Londres. Quién sabe hacia dónde, quién sabe desde cuándo.

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