No tengan ustedes prisa, que todo pasa, que todo llega. Salía un toro y otro, y otro, y ahí seguíamos, aferrándonos al decimoquinto mandamiento del abonado más veterano del lugar. Pero pasar, lo que se dice pasar, no pasaba nada, salvo el mortecino tiempo. Y la única aspiración era que llegara el final. Un desencanto absoluto el festejo del arte con los toros de Román Sorando, vacíos de bravura, ayunos de poder, huecos de casta, faltos de vida en definitiva. Un petardo en toda regla que acabó con el típico ‘pum-pum’ y una tormenta de almohadillas cuando Pablo Aguado se eternizaba en la hora final para dar matarile al sexto. Ni uno de la divisa titular mataría el sevillano, pero los sobreros tampoco arreglaron el desaguisado. «Que no salgamos escoltados», fue la frase pronunciada por Aguado en la gala de San Isidro, la más viral. Y los que tuvieron que salir escoltados por sus paraguas fueron los espectadores de los tendidos bajos cuando desde lo alto comenzaba el aguacero a almohadillazos.Después del ‘robo del siglo’ de la jornada anterior, Las Ventas acogía la corrida en homenaje a la Policía Nacional en el doscientos aniversario de su servicio a España, principiada con un minuto de silencio en memoria de los caídos y el himno nacional, con las voces de los irrespetuosos, que acabaron saliendo por la bocana del 7 rodeados de los hombres de azul. «¡Tontos, tontos!», coreaban a aquellos que rompieron el momento más solemne. Qué bochorno de tarde. En todos los sentidos. La corrida fue mala a rabiar, por mansa y descastada, tanto que daban ganas de que saltara a la arena un cabestro de Florito para ver si alegraba la fiesta. Y dos veces saldría la parada, que debieron ser tres como mínimo, pero ¿qué dicen los veterinarios? ¿Y la autoridad? ¿Quién le pone el cascabel al gato de las presidencias? El encierro, tan desigual, tuvo animales que embistieron como eran: bastos y a arreones. Y los de hechuras algo más afinadas no podían con su alma. La peor corrida, la del remate de San Isidro, para muchos aficionados. Y mira que ha habido dónde elegir… Por no hablar de su fealdad.Todos los que suspiraban, y ponían velas para que la lluvia cesara y no se anunciase una suspensión, maldecían luego que no hubiese caído la mundial. «Para lo que hemos visto», decían. Ya el conjunto se descorchó con un Cacereño que soseó mucho, pero que, dentro de su justo poder y raza, se movía con cierta calidad. Cuando moría la tarde, hasta nos acordábamos de ese chorreado en el que Urdiales dejó bonitos apuntes de trincherazos y un par de naturales, pero en cuanto se le bajaban las telas se desplomaba y el público pidió que abreviara. Entonces no sabíamos que lo que se avecinaba era mucho peor. Las hechuras delataban al segundo: cara de viejo enseñaba el embastecido animal, con claros aires de mansedumbre –en cuanto sentía el hierro, se alejaba del peto–. Hasta de su propia sombra huía y Juan Ortega quedó inédito. Otro estilo traía el cuatreño tercero, al que Pablo Aguado dibujó una bella verónica y media. Tadrilo venía sin la vitamina de la fuerza y, en banderillas –curiosamente, cuando no perdió pie, aunque sí hizo amagos–, Víctor Oliver enseñó el pañuelo verde. El mosqueo del sevillano, con gestos al palco, fue evidente y en el 7 se lo recriminaron. Normal que le agradase menos el sobrero de José Vázquez, en el umbral de los seis años. Mironcete, pasaba a media altura sin decir nada y Aguado lo intentó sin ninguna convicción. Cuando parecía que era imposible que empeorara la plomiza tarde, se obró el milagro y salió por chiqueros uno de los toros más geniudos de la feria, un cuarto con el que Urdiales hizo un esfuercito entre arreón y arreón.Se empeñó el usía, incomprensiblemente, en mantener al inválido quinto. Sabedor de que nada veríamos, un orteguista de pro –ingeniero de profesión como el trianero– tiraba de conformismo: «Sólo por verlo andar ya merece la pena venir a la plaza». Y sonrió cuando regaló una torera apertura agarrado a las tablas del 6. Y ahí se acabó todo antes de que se alargara con el acero.Feria de San Isidro Monumental de las Ventas. Sábado, 8 de junio de 2024. Última de feria. Corrida homenaje a la Policía. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de Román Sorando, José Vázquez (3º bis) y Montalvo (6º bis), desiguales de hechuras, feotes varios, y de mal juego, mansos, flojos, descastados y deslucidos. Diego Urdiales, de caña y azabache: pinchazo y estocada (silencio); pinchazo, otro hondo y tres descabellos (silencio). Juan Ortega, de verde manzana y oro: estocada (silencio); pinchazo hondo, cuatro pinchazos y descabello (silencio). Pablo Aguado, de negro y plata: estocada corta (silencio); dos pinchazos, otro hondo en los bajos, uno tendido y dos descabellos (silencio).La corrida del desencanto se consumó en el sexto, sustituido por un sobrero de Montalvo, conocedor de los corrales y alejado también de la bravura. Nunca se confió Aguado y la bronca por el conjunto de la tarde adquirió tintes monumentales. Un petardo a la altura de la feria, pero con otro ‘No hay billetes’ y una lluvia de almohadillas. Como para salir escoltados en el día de la Policía.
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