Vivir a los 80, o a los 90 «como algunas de nuestras amigas». El sentido del humor. No darse importancia. Escribir para contarlo. Salir de casa, ir a merendar, visitar al médico. Reírse con la vida. Relativizar. Son esos cumpleaños, los de esas décadas, los que son celebrados «gloriosa y orgullosamente» . Son «los de la sinceridad y la valentía más auténtica, en los que una se quita la careta y dice: ‘Sí, aquí estoy yo, como una rosa. ¿Pasa algo?’». Escribe Luisa Cruz Picallo, viuda de Fernando Álvarez de Miranda, señora de extensa biografía y hasta ahora conocida en estas lides de la literatura por sus poemas: «Cuéntame un cuento largo/que me atrape, o me duerma/dime que no te has ido, que ha sido un sueño/cuéntame un cuento». Pero esta vez se ha lanzado a la prosa con ‘Mis amigas y otras extravagancias’ (Huerga y Fierro, 2024) para hacer un relato costumbrista, ágil que me ha arrancado carcajadas a pesar de que en mi DNI pone que tengo la mitad. ¿Cómo será vivir a esas edades, y además en plena pandemia?. Pues, como todo, depende de ti: «La edad (la edad avanzada, quiero decir) no es tan terrible como parece. Por ejemplo, con los médicos. El respeto que los médicos me habían inspirado siempre se disipó el día en el que, recién operada de urgencia por una rotura de cadera, se presentó en mi habitación del hospital un jovencito muy mono, que lucía una leve pelusilla en el bigote. Llevaba una bata verde y yo supuse que sería un enfermero en prácticas, o algún niño escapado de una fiesta de carnaval.—Hola ¿Cómo se encuentra? —me dijo, al tiempo que intentaba levantar las sábanas de mi cama, y ya se disponía el atrevido chiquillo a subirme el camisón cuando le agarré de un brazo gritándole:—Pero, ¿usted qué hace? ¿Quién es usted?—Soy el cirujano, dijo el angelito.—Pero usted no puede ser el cirujano —susurré con un hilo de voz, usted tiene la edad de mi nieto Ignacio.—Pues le aseguro, dijo algo molesto, que soy cirujano.Desde entonces curiosamente casi todos los médicos a los que voy son jovencitos y guapos. Y la ventaja, la gran ventaja es que los pobres infelices que están recién salidos de la facultad, tienen miedo a las personas mayores, un miedo mezclado de respeto e impotencia. Y es que cuando un médico se pone pesado: que levantes la pierna, que tosas, que cierres los ojos y te pongas de puntillas al mismo tiempo, es cuando puedes elegir entre negarte a ello, fingir que no has oído bien, o mantener una actitud extravagante. Cualquiera de estas opciones te servirá. Son las que la gente piensa que se pueden esperar de una persona mayor. En cambio, los médicos antiguos están muy resabiados y si te pasas te amenazan con una colonoscopia«.El domingo fui a ver a Luisa a la Feria del Libro: una gran señora, la experiencia hecha elegancia, la palabra adecuada . Fino sentido del humor. Y muchas amigas.
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