Federico García Lorca , que también lo tenía, trató de definir en vano el duende como ese poder misterioso que hemos sentido alguna vez y que ningún filósofo acierta a explicar. O sea, que el mago de las palabras no fue tampoco capaz de embridar con ninguna de ellas el sentimiento único e irrepetible que, muy de vez en cuando, nos pone la carne de gallina de pura emoción. Ese espíritu juguetón que duerme y se activa sólo cuando a él le da la gana fue el que llevó a un crítico que nadie conoce a publicar en ‘The New York Times’ una crónica inexistente sobre el arte de la Lola de España: «Ni canta ni baila, pero no se la pierdan» . La frase era merecida, ella también tenía duende. Como la historia de ese artículo invisible.Además de parecerlo, Arda Güler posee esa cosa indeterminada, volátil y que sobrevuela como un ángel por encima de nuestras cabezas . No resulta sencillo acordonar esa sensación, no es fácil marcarla al hombre. En el fútbol, por ejemplo, no se ve, se huele. El primero que la olió fue mi amigo Jorge D’Alessandro . Cuando Jorge olfatea algo relacionado con este deporte conviene hacerle caso cuanto antes y sin hacer demasiadas preguntas porque es como esos zahoríes que señalan en el mapa el punto exacto de un manantial subterráneo donde los demás sólo acertamos a ver tierra seca, piedras grises y lagartijas. El profesor me dijo un día, «ese chico lo tiene». Se refería, claro, al duende. Yo asentí y tomé nota. Intento ser un buen alumno.Y es verdad que lo tiene. Lo atrapó hace años y lo libera frotando una lámpara que encontró en el desierto de Karapinar, yendo una mañana con sus padres de excursión, cuando era más chico. El otro día, en el debut de Turquía, el duende hizo acto de presencia y nos embargó a todos de esa sensación que ni el mismísimo Federico fue capaz de abrazar con palabras . Porque el duende de Ardita no tiene que ver con su calidad superlativa , que se le supone como el valor al legionario, ni tampoco con esa zurda que llama más la atención que Mónica Bellucci en el famoso anuncio de Martini, no. Su arte tiene que ver con él mismo y no tanto con el deporte que practica . Su don consiste en conectarnos a todos con el juego durante una milésima de segundo haciéndonos vivir lo que él vive y provocando un escalofrío generalizado. Y eso no se ve, eso se huele. ¿Y a qué huele, se preguntarán ustedes? Pues en concreto huele a eso, huele a duende exactamente .
Leave a Reply