El primer debate entre Joe Biden y Donald Trump arrojó una conclusión incuestionable: el actual presidente de los Estados Unidos no se encuentra en condiciones de afrontar un segundo mandato. El evidente deterioro cognitivo que exhibió en su cara a cara contra el candidato republicano supone un lastre insuperable para las posibilidades de los demócratas. En pocas ocasiones se ha dado un consenso tan unánime entre los analistas de todo el espectro ideológico, pero las intervenciones de Biden no han dejado lugar a dudas. Los titubeos, las expresiones ininteligibles y el extravío casi constante que mostró el presidente demuestran no sólo la inviabilidad de su candidatura, sino que llegan a plantear algunas dudas con respecto a su propio desempeño en tiempo presente al frente de la Administración americana.Lo más preocupante de lo acontecido es que el estado del presidente no supone ninguna sorpresa para casi nadie. Lleva años evidenciando una merma paulatina de sus facultades, un deterioro que la Casa Blanca ha intentado disimular e incluso desacreditar. Este hecho prueba la temeridad que ha cometido el Partido Demócrata al permitir a un candidato con las capacidades físicas y cognitivas muy mermadas concurrir a una misión que todos los testigos reconocen ya como inasumible. En agosto del año 2020, cuando se postuló por primera vez como candidato presidencial, muchas personas intuyeron que el nombramiento de Kamala Harris en el ticket electoral sugería una sucesión implícita, dada su avanzada edad. Sin embargo, las sucesivas decepciones de la vicepresidenta, sobre todo en materia migratoria, lastraron las opciones de Harris para sustituir a un Biden que jaleado por su entorno más próximo, y por su convicción de ser el antídoto contra Trump, creyó que un segundo mandato podría ser asumible. El Partido Republicano tampoco se encuentra en su mejor momento y es obvio que la extravagante candidatura de Trump también expresa una crisis de liderazgos en el sector conservador. Pese a todo, el magnate al menos ha tenido que superar a otras candidaturas y ha tenido que vencer oposiciones internas no pequeñas. En el caso de Biden, el efecto arrastre que da la Presidencia y la ausencia de alternativas han hecho posible lo que a ojos de todo el mundo ya sólo puede interpretarse como una temeridad suicida. El futuro de los Estados Unidos y en gran medida de la escena internacional depende de quién sea el próximo presidente y es inasumible que la sociedad americana tenga que elegir entre un populista como Trump o un anciano con inequívocos signos de incapacidad como Biden.El colapso de los dos grandes partidos norteamericanos pone de manifiesto que la estructura orgánica de las formaciones políticas también determina la calidad democrática de un país. Que los republicanos y los demócratas coincidan en presentar candidaturas tan poco idóneas da cuenta de cómo los mecanismos de control y selección no han funcionado correctamente. Joe Biden todavía está a tiempo de renunciar y su círculo cercano haría bien en hacerle ver que el último servicio que podría prestar a su país es dar un paso a un lado antes de la convención del Partido Demócrata en el mes de agosto. No hay garantías de que una candidatura improvisada de urgencia pudiera ganar a Trump, pero lo que es seguro es que Biden no está en condiciones ni tan siquiera de comenzar la disputa electoral. EE.UU. se enfrenta a un fatal dilema y lo peor de todo es que, al menos en lo que atañe al Partido Demócrata, esta circunstancia habría sido, y quizá todavía lo sea, perfectamente evitable.
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