Arrancan los primeros acordes de ‘El día de la mujer mundial’ y el teatro Cervantes de Málaga estalla. Lleno a rebosar de seguidores de todas las edades, fans entusiastas todos ellos , desbordan un teatro que, por momentos, parecerá a punto de volcarse sobre el escenario. Pero para Andrés Calamaro , objeto de devoción de esta muchedumbre enardecida, todo ha comenzado veinticuatro horas antes de tan frondosa demostración de cariño y admiración.Noticia Relacionada estandar Si Calamaro: intensidad variable y memoria selectiva desde la atalaya de ‘Honestidad brutal’ David Morán El argentino, embarcado en la gira de celebración del 25 aniversario de su segundo disco, recuperó abundante material de la época y exhibió su perfil más sobrio y contenido en el Poble Espanyol de BarcelonaEl equipo al completo, diecisiete personas que son casi gran familia, llegaba la víspera a una Málaga que les recibía con esa luz inabarcable e insolente, tan suya, oliendo a mar y a biznaga, con su cara bonita de las grandes ocasiones. Una Málaga para quedarse a vivir en cada rincón, para pasearla de arriba a abajo, para ponerle un piso y chillarle «guapa». Chispeante y salerosa, toda gracia. Por eso el único que se quedará en la habitación de su hotel y ya no saldrá hasta el momento de la prueba de sonido será Calamaro. El resto no renuncia al burbujeante trasiego de la calle Larios, ni a las vibrantes terrazas de la calle Granada, ni a unos espetos en la Malagueta. Pero ‘El Salmón’ está en otra: necesita la calma y el silencio. Quizá también esa soledad sobre la que precisamente él ha escrito tanto, tan recurrente en sus canciones. Esas que son ya himnos de otras vidas que no son la suya pero se leen en ella, en 62 años de talento salvaje que atraviesan, a modo de nervio y en formato banda sonora, las biografías de tres generaciones. «Soy un artista mediano», dice Calamaro pese a ser el propio Calamaro, «de la quinta de Loquillo, Robe, Ricardo Iorio, Jorge Ilegal, Robert Smith o Iron Maiden . Los versos me condenan, soy de la quinta que vio el Mundial 1978». Le pregunto si ocurre este curioso fenómeno también en Iberoamérica, ver en la primera fila a la señora mayor con su hija y con su nieta, brincando. Al joven con su padre, compartiendo y coreando (no hay brecha generacional en sus conciertos). «Tenemos públicos jóvenes y muy jóvenes, tampoco todos son nostálgicos que vienen con la parentela. En Buenos Aires estamos por agotar 45.000 entradas para tres funciones, no es demasiado en una ciudad de millones de habitantes pero se agradece porque allá importan mas los conciertos que las navidades y comprar entradas tampoco es del todo accesible ni barato. No me gusta llamar la atención ni ser el centro de tantas miradas, pero el oficio me eligió a mí: peor es trabajar».No saldrá de su habitación Calamaro (ni centro de atención ni miradas) hasta la prueba de sonido. Necesita su espacio. Y ese tiempo, un tipo culto e inquieto , lector empedernido, lo emplea en gran parte leyendo. Lo sé. La última novela de Juan Manuel de Prada , ‘Mil ojos esconde la noche. La ciudad sin luz’, por ejemplo. Comenta que él es el lector idóneo para este libro. «Estoy encantado», afirma entusiasmado. «De Prada firma la gran novela contemporánea, graciosa y exquisita, un baño de humor elegante, un uso del idioma opulento y una lectura histórica que resuena en el tiempo presente con actualidad octogenaria. Suele ocurrir que me identifico con los personajes protagónicos de los libros mientras leo, el -dandy falangista- Fernando Navales es irresistible». Él, rabiosamente libre, sin pelos en la lengua, no le duelen prendas en afirmar que se identifica con un dandy falangista. Desprejuiciadamente. Sin ningún temor a malas interpretaciones porque para él la cultura, la cultura con mayúsculas, es otra cosa. «Creo que hay espacios donde la convivencia -mas allá de las disputas idealistas- es posible», apunta. «Asimismo son las batallas culturales las más ásperas en tanto se recrean reyertas moralistas con demasiado énfasis hacia un nuevo ‘fanatismo’ catequista cultural con un eje lisérgico de apariencia ideológica. Sobran los motivos, esta barbarie aparente se consolida en espacios virtuales o tribunas mercenarias y están alentando inquietudes centenarias, belicistas y cobardes». No es sospechoso Calamaro de tibio, precisamente, ni de cobarde. Ni de saltar el charco por no pisarlo. Ahí está la tauromaquia o la progresía.Admirador de…Y ante este escenario, me pregunto, ¿cómo andamos de referentes? Admirador declarado de Escohotado, de Sánchez Dragó o de Jesús Quintero , todos ellos fallecidos, todos ellos añorados. ¿Qué nos queda?, le digo. «Tenemos a De Prada, Andrés Amorós y Savater », me dice. Y como gran lector de diarios que es, al tanto de la actualidad informativa, también lo tiene claro: Alfonso Ussía, De Prada, Raul del Pozo, Vicente Zavala de la Serna, Federico Jiménez Losantos, Luis Ventoso, Quintano y Carlos Boyero . «Casi ná», le dirían aquí, en Málaga.Llegan los músicos al teatro, ocupando el escenario y desplegando sobre él los grandes temas de aquel ‘ Honestidad brutal ‘ que revisita esta gira: es la prueba de sonido. Germán Wiedemer , al piano, indica a Brian Figueroa que será él quien cante ahora. Este, en bermudas con el logo de los Rolling y sombrerito de playa, armado con su guitarra y una energía exuberante, apenas tenía siete años cuando se publicó el álbum, pero es tan suyo como si lo hubiese visto nacer. Julián Kenevsky con la otra guitarra, Andrés Litwin a la batería y Mariano Domínguez , con el bajo, también están listos. Los sonidistas y asistentes se mueven entre bambalinas, de riguroso negro, como laboriosas abejitas sincronizadas, sin confiar nada al azar. Desde el yermo patio de butacas pareciera que lo que ejecutan es algún tipo de danza ceremonial, perfectamente orquestada, llamando a la lluvia o a la buena ventura. Todo está medidísimo, es rigor, pero aún así impera un clima de confianza y buena onda: estos tipos están trabajando, sí, pero se lo están pasando muy bien. A las cinco y diez, justo cuando suena ‘Los chicos’, aparece Andrés Calamaro en el escenario. Acaba de llegar. Saluda a todos y se incorpora a la prueba. En un visto y no visto se ha cambiado el orden de las canciones, quitado alguna e incorporada otra, se rehace la lista y ya es nueva: se abrirá el concierto con’El día de la mujer mundial’ y lo cerrará ‘Paloma’. Cuando rompa ‘Flaca’, ellos aún no lo saben, el público se pondrá en pie a danzar. El sonido es perfecto, concluyen. Calamaro vuelve a la solitaria seguridad de su habitación de hotel. Los músicos lo hacen, después, en una furgoneta negra con cristales tintados, escoltados por Pepe y Marcelo (tan solícitos, tan eficaces). Kenevsky no recuerda si ya había venido alguna vez a tocar a Málaga, Wiedemer quiere mate pero olvidó traerlo, Domínguez le ofrece compartir el suyo. Figueroa apura un cigarro antes de subir a su habitación a descansar. En apenas una hora y media volverán a verse justo en este punto para subir de nuevo a la furgoneta y volver al teatro. El show tiene que empezar.El teatro Cervantes estalla en aplausos ABCA la hora acordada, ni un minuto más tarde, bajan uno a uno. Pepe y Marcelo ya les esperan. Aparece también Olga Castreno , mezcla perfecta de ángel y rotweiller, infatigable en su defensa y cuidado del artista, dando las últimas indicaciones. Es difícil trazar la hoja de ruta de Andrés Calamaro sin el punto de inflexión, benditas casualidades, que supone el advenimiento, hace justo 27 años, del entusiasta ciclón de rizos y determinación. También es difícil hacerlo sin la figura paterna, sin ese Don Eduardo Samuel Calamaro , abogado, periodista y poeta, lucidísimo intelectual, medular en su ser y en su estar. Y es que ojo a lo mamado: «Mi padre fue el mentor de la familia gracias a la fortaleza incondicional de nuestra mami. Ex socialista, luego fundador de partido desarrollista de Arturo Frondizi, ejerció periodismo dirigiendo el semanario ‘Que’ (sucedió en siete días) y el suplemento ‘Cultura y Nación’ en el periódico ‘Clarín’. Hijo varón de la familia Calamaro en la diáspora , feminista y ateo, practicaba yoga y cuidaba el hígado de ingestas irritantes, fue saludable homeópata y vivió casi cien años. Un militante intelectual conciliador, dialogante, rodeado de música y de cuadros, lector triple, dinámico y patriótico. Nos crió sin televisión, en una clara austeridad consumista y entre accesorios culturales en la música, las tertulias, los artistas y la conversación con variopintos señores de ámbitos intelectuales y políticos. Hijos de su padre y nietos de su «casi invisible pero influyente» abuelo Jaime, desarrollamos una versatilidad mimética para transitar el mundo y el tiempo; aprendimos que no hay mucho mas que «tolerancia o autoritarismo», que hay cientos de grises tonales entre el blanco y lo negro. «A ser amables y generosos». ¿Se entiende mejor ahora que el hijo de Eduardo Samuel Calamaro sea quién y cómo es? Yo así lo creo.Pura vidaBrian Figueroa, con pitillos negros y chupa roja, pura vida, encabeza la comitiva hasta la furgoneta. La cierra Kenevsky que, rezagado, va viendo el partido entre Francia y Polonia en su tablet mientras Wiedemer ríe la ocurrencia. En la puerta del teatro ya se agolpa el gentío esperando a que lleguen, esperando verle a él. Entran directos a los camerinos y allí permanecerán hasta que empiece, a las nueve en punto, el concierto. Se apagan las luces. Arrancan los primeros acordes de ‘ El día de la mujer mundial ‘. El teatro Cervantes, murmullo casi silente hasta ese momento, estalla. En pie, Málaga: Acá llegó Calamaro.
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