Que se lo digan a Oscar Wilde

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Que se lo digan a Oscar Wilde

«A Oscar Wilde, quien presume de sodomita». Este mensaje lo dejó escrito Lord Queensberry en una tarjeta en el Albemarle Club de Londres. Buscaba hundir la reputación del autor irlandés al descubrir que mantenía una relación con su hijo , lord Alfred Douglas. Unas semanas antes se atrevió a contratar a un boxeador para que le partiera la cara, pero la percha de Wilde, de metro noventa y uno, unido a su labia, evitaron que llegaran a las manos. Wilde denunció a Queensberry por difamación, pero le salió mal la jugada. Finalmente fue acusado y posteriormente condenado a dos años de trabajos forzados por su homosexualidad, mal vista en la sociedad victoriana y una «indecencia grave» para la ley. Esta cancelación social terminó con Oscar Wilde huyendo a Francia, donde murió arrinconado y arruinado. Sucedió hace 129 años. Durante este siglo y pico, los derechos sociales y la igualdad han puesto todo en su sitio. Pero desde hace tiempo la cosa se ha ido de las manos. La cultura ‘woke’, del inglés «wake up» y la nueva censura ejercida en redes sociales y redacciones de periódicos que prefieren mostrar su ideología a la objetividad, viene dejando muchos cadáveres a los que se cancela, señala y difama, por opiniones o comportamientos que no se ajustan a lo que manda la dictadura moralista que pretenden imponer. Anteayer estuvimos en el Cock de la calle Reina, otrora refugio de Francis Bacon, Ava Gadner y tantos otros, presentando el último libro de Julio Valdeón, ‘Matadero de reputaciones’ (Esfera de los libros). Valdeón fue de los primeros escritores en alertar sobre esta anomalía cultural cuando vivía en Nueva York, siendo testigo de primera mano del maltrato repugnante al que se sometió a Woody Allen, Nick Cave y muchos más. Un libro formidable que demuestra que hoy en día, la justicia se traslada a la reputación y se dictamina por cuatro descerebrados que se mueven por el estercolero de lo digital y, cuando uno quiere reaccionar, ya es demasiado tarde. Que se lo pregunten a Anónimo García, quien tuvo que soportar el linchamiento mediático de los voceros cuando decidió burlarse de la prensa con su falso ‘tour de la manada’, que precisamente buscaba ridiculizar el sensacionalismo al que se aferran los programas de televisión. Pero, últimamente, vienen recibiendo este mismo desprecio los mayores, los que, por una razón u otra, se atreven a denunciar comportamientos más cercanos a los autócratas que a la socialdemocracia que fuimos un día. Son los últimos objetivos de la cancelación de esta gentuza. Es que están mayores estos señoros, dicen los meloneros. De Savater a Leguina, de González a escritores como Javier Rioyo; ay pobre de ti si no sigues de rodillas ese relato oficial que molesta tanto a los que señalan. En España, no hace mucho, ETA te mataba por pensar distinto y si quieren memoria democrática, recuerden los ‘paseos’ que dieron a quienes pensaban distinto. A Lorca, sí. Pero también a Muñoz Seca y a otros muchos que no se callaban por ser libres. Sectario y gilipollas son dos adjetivos que, generalmente, son la misma cosa . Y se piensan que eso de ser así de nada es nuevo, cuando lleva sucediendo toda la vida. Que se lo digan a Oscar Wilde.

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