Miguel Ángel Simón: «Estaba muerto de miedo, la extinción parecía asegurada»

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Miguel Ángel Simón: «Estaba muerto de miedo, la extinción parecía asegurada»

Buena parte de la estrategia que salvó al lince ibérico de la extinción se ideó en un coche. De Jaén a Madrid, de Jaén a Lisboa, de Jaén a Doñana… y vuelta. A lo largo de 20 años, el biólogo jienense Miguel Ángel Simón (1954) pasó muchas horas al volante para reunirse con todos los grupos e instituciones que acabaron implicados en la recuperación del felino: «Sacaba la estrategia cuando iba conduciendo. Luego había que traducirlo a los papeles y ver si funcionaba, claro», cuenta Simón. Y funcionó, como demuestra que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) haya pasado en solo dos décadas de pensar que la extinción del lince ibérico era inminente, cuando lo catalogó como «En peligro crítico», a considerarlo este 2024 solo una especie «Vulnerable» . Un éxito sin precedentes. La conexión entre el felino y el jienense de perenne bigote se produjo en el Parque Natural Sierra de Andújar , del que Simón fue designado director en 1998. Había superado en el 79 la carrera de Biología en la Universidad de Granada, que estuvo a punto de abandonar desencantado con el plan de estudios; a la que había seguido un puesto como responsable técnico del parque natural de las Sierras de Cazorla. Allí, y tras ver morir al último quebrantahuesos de la zona por veneno, decidió «como afición» poner en marcha programas de conservación. Al margen del trabajo de gestión, promovió y dirigió un proyecto de reintroducción de esta ave carroñera, otro de conservación del alimoche y una estrategia autonómica para el control de venenos, para la que, entre otras ideas, decidió adiestrar perros, inspirado en el trabajo de los canes en los aeropuertos. «En esa época era muy activo», dice. O, quizá, «estaba un poco loco», concede. Para cuando Simón llegó a Andújar, la UICN ya había catalogado al lince como especie «En peligro» e incluso se había aprobado un primer programa para su conservación, con escasos resultados. La idea general entre los expertos, basada en estimas antiguas, era que debían quedar entre 500 y un millar de ejemplares. Pero nadie había dado el paso de recopilar nuevos datos con un protocolo científico. Así que, como «entretenimiento», el biólogo se dedicó al lince. Consiguió un millón y medio de pesetas (9.000 euros) para poner cámaras de fototrampeo y ver cuántos linces había en Andújar . Su intuición no falló. «Ese mismo año veo que la situación es dramática», cuenta.Voz de alarmaSe fue con los datos a la consejería andaluza de Medio Ambiente para dar la voz de alarma. «Esto está fatal». La respuesta es de un apoyo total. La Junta destina 540 millones de pesetas (unos 3 millones de euros) para hacer un censo sistemático, minucioso, «machacando el campo», y al que se unió Portugal. Fue el censo que lo cambió todo, el que abrió los ojos a ciudadanos y autoridades. Cayó como una bofetada. Solo había dos poblaciones de lince ibérico, una en Doñana, con 41 ejemplares, y otra en Sierra Morena-Andújar, con 53. En total no llegaban ni al centenar.Primeros años Como director del programa LIFE, Simón fue la cabeza visible del éxito o fracaso de la especie. En las imágenes, en 2006 en Doñana y en 2004 durante una conferencia sobre el lince ibérico. ABC«La situación era dramática» , evoca Simón. Eran 94 ‘bichos’ aislados en dos grupos, sufriendo una gran escasez de su principal recurso alimenticio, el conejo, que estaba siendo devastado por varias enfermedades víricas. «La extinción parecía asegurada», rememora. El mismo año que se publica el censo, 2002, la UICN hace dos cosas. Primero recataloga la especie como «En peligro crítico», dejando claro que estaba a un paso de desaparecer para siempre. Después manda una delegación a España para dejar claro un mensaje: no se puede extinguir una especie en Europa, un territorio que tiene dinero y recursos a su alcance para cuidar de la biodiversidad. Los ojos de medio mundo estaba puestos en España. La presión recae en el director del nuevo proyecto LIFE Iberlince, que comenzó ese mismo 2002 y duraría hasta 2006. El elegido fue Simón, quien había dado la voz de alarma y combinaba un enfoque científico y experiencia en programas de conservación. El objetivo era ‘sencillo’: evitar que el lince ibérico se extinguiera. «Estaba muerto de miedo» , reconoce ahora Simón. El felino se había esfumado de Extremadura, Castilla-La Mancha o Portugal sin que nadie lo apreciase, pero la situación había cambiado. «Si se llega a extinguir nos hubiéramos llevado palos hasta debajo de la mesa», asegura. Había otro problema. No existían experiencias previas de haber sacado una especie del peligro crítico de extinción. Las esperanzas en este sentido era escasas, como demostró una segunda reunión con la UICN, ya en Suiza. Los que allí estaban, recuerda Simón, solo esperaban frenar el declive. «A nadie de los que estábamos ahí se nos ocurrió que se bajaría de categoría», asegura.Centro de cría ‘La Olivilla’, Santa Elena. Chequeo, en 2010, de un lince ibérico previo a su liberación. En la foto, el veterinario Luis Muñoz y SimónPara el trabajo le pidió a la Unión Europea nueve millones y medio de euros. «El Ministerio me decía que estaba loco», recuerda, que bajara un poco la cuantía. «Hombre, pero yo no me puedo cortar yo mismo», respondía él. Era el dinero que creía que necesitaba. Y se lo dieron. Decidió instaurar dos líneas de trabajo. Una centrada en crear una ‘reserva genética’, por si todo salía mal. Se capturaron dos machos y cuatro hembras y se enviaron al centro de cría de El Acebuche, en Doñana. La segunda línea estaba centrada en elevar la disponibilidad del alimento – el conejo- , mejorando las condiciones del campo. «Era un poco intuitivo todo. Se hacía ensayo y error», cuenta. Las actuaciones de mejora de la población de conejo se probaban en el monte público y, si no salía bien, no se extrapolaba. Apoyo socialDe aquellos años, Simón todavía recuerda el empeño por implicar a ciudadanos y entidades sociales, algo que se mantuvo con éxito a lo largo de los programas siguientes. «Era tan importante como recuperar el conejo». Hubo un trabajo coral. Pero la gente se había pasado décadas sin ver un lince y en zonas como Doñana la percepción social era negativa. Muchos vecinos creían que les acarrearía prohibiciones. A raíz de las muertes del felino en las carreteras, «llegaron a decir que teníamos linces congelados y que los sacábamos de vez en cuando, los poníamos en la carretera y decíamos: otro atropellado». Hubo reuniones muy duras, pero con el tiempo el apoyo fue creciendo. Terratenientes y cazadores se unieron al proyecto, corrieron la voz. Llegó un momento en el que, tras capturar algunos linces en Andújar para llevarlos a Doñana con la idea de mejorar la genética, los vecinos protestaron. «¡Os estáis llevando nuestros linces!», decían. «Eso me emocionó», afirma Simón . «Pensé: ‘Hemos ganado. Consideran al lince como suyo’» . Para cuando llegó el segundo programa Life en 2006, dotado con 26 millones de euros, los implicados eran tan dispares como el personal de Obras Públicas, Ecologistas en Acción y diversas federaciones de caza. «A veces me preguntaban: ‘¿Tu cómo te apañas con tanta gente?’ Pero no era yo, era el lince. Unía a todos los sectores», dice Simón.El número de linces ibéricos había crecido de 94 a 178 y el centro de cría había empezado a dar camadas en 2005. «No fue un crecimiento espectacular, pero vimos que había resultados. El lince reaccionaba». Era el momento de crear nuevos núcleos poblacionales en Andalucía. El equipo estuvo tres años analizando concienzudamente el territorio, la densidad de conejos, las carreteras, el terreno disponible y se eligió Guarrizas (Jaén) y Guadalmellato (Córdoba) para las primeras sueltas.Se hizo «con mucho miedo todavía». No había precedentes. Incluso se construyó un cercado de tres metros de alto porque no se sabía si los linces se irían de la zona. Era innecesario. También se les puso collares GPS. El desconocimiento sobre su comportamiento era mayúsculo y vieron con fascinación cómo uno de los felinos soltados en Córdoba se desplazaba 12 km al sur. «No teníamos idea de que se movieran tanto. Luego hemos visto que 12 km para ellos es nada». Se llegó a detectar un ejemplar ‘viajero’ en Barcelona. Pero hubo baches. En esta época un brote de leucemia felina puso el programa contra las cuerdas, y una mutación del virus hemorrágico de los conejos diezmó la dieta del lince e hizo que en Andújar la reproducción pasaran de 50 crías a 20. «Contra una cepa de un virus, ¿qué se puede hacer? Nada». Y Simón avisa: «Eso puede volver a pasar». En 2011 llega la gran noticia . La UICN deja de considerar al lince «En peligro crítico» , aunque la batalla no estaba ganada. El número de linces era de casi 300. «Fue muy importante. Dijimos: «No se extinguen, esto va para arriba»».ExpansiónAl tercer proyecto con financiación europea (34 millones) se unen Andalucía. Extremadura, Castilla-La Mancha, Murcia y Portugal. Las reintroducciones crecen fuera de Andalucía, se diseñan cruces genéticos y el programa de cría en los centros es un éxito. En 2019, cuando concluye, hay 800 linces.MÁS INFORMACIÓN noticia No El lagarto gigante de Gran Canaria, al borde de la extinción por una culebra noticia No El lince duplica su población en tres años y alcanza los 2.000 ejemplares noticia Si Un ‘first dates’ toledano para evitar la extinción del visón europeoDesde entonces, el crecimiento es exponencial . Hoy hay 2.000 felinos en 14 núcleos diferentes, repartidos en tres autonomías y Portugal. Solo falta que se puedan comunicar entre ellos, favoreciendo el intercambio genético. Es el objetivo del actual proyecto Life hasta 2025 y cuya estrategia, dice Simón, dejó hecha antes de jubilarse en 2019. Ahora, cuando le entra morriña, el biólogo vuelve a coger el coche, esta vez hasta Sierra Morena y echa un vistazo. Busca huellas, excrementos. «El gusanillo no lo pierdes nunca», asegura Simón. «Y lo que he disfrutado en mi trabajo no me lo quita nadie».

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