Oñate: el terror en una escopeta de juguete

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Oñate: el terror en una escopeta de juguete

Junio de 2024, Oñate (Guipúzcoa), plaza de los Fueros, casas señoriales, escudos, soportales, un templete, árboles y un frontón. Un niño apunta y dispara con una escopeta a un cabezudo y, cuando aprieta el gatillo, levanta su arma de juguete simulando el retroceso del disparo. Las imágenes se hacen virales y se desata el escándalo. El horror concurre al entenderse un atentado simulado, un atentado infantil que no se hubiera entendido así en otro contexto. Yo mismo me pregunto cuántas veces me ha disparado mi hijo: con el palo de una escoba, con una pistola de plástico, con armas imaginarias, a veces incluso con su minúsculo índice y el pulgar levantado como si su manita fuera un revólver: «Papá, ¡pum!», grita, y se ríe. No me molesta el gesto, no me duele, ni siquiera en sentido figurado. Si el niño del vídeo sobrecoge en su juego de indios y vaqueros es porque su indio es un guardia civil y, hasta ayer, mataban a los guardias civiles de verdad. Esta es la historia de los últimos agentes del puesto de Oñate, malditos en el pueblo, ridiculizados y acosados cada año en las ceremonias del Fan Hemendik , insultantes rituales festivos en los que la izquierda abertzale pide que se vayan. Otros niños juegan junto a esa plaza. Han terminado los días de colegio y participan en grupos de actividades en los que se mojan en bañador con el entusiasmo aún contenido de los primeros compases del verano. Varios grupos se arremolinan junto al frontón en el que va a morir la plaza y que remata en esa pared de piedra tan alta, tan recta, tan grave. Desde allí, la vista y la imaginación escalan por un continuo de rocas, bosques y caseríos hacia los riscos y el santuario de Arantzazu en cuyo pórtico Jorge Oteiza esculpió catorce apóstoles con el corazón arrancado.En la trinchera emocional Oteiza explicó que el sacrificio del cristiano consiste en arrancarse el corazón y dárselo a Cristo. Entregar la vida , más o menos como en los cuarteles hace no mucho. El de aquí está a la entrada del pueblo, medio escondido. Es un caserón de muros grandes, rodeado por una valla y escoltado por tres Nissan Patrol de un verde que languidece. Son de esos coches descoloridos de los que uno duda si arrancarán a la primera. Allí trabajan 16 guardias. Unos viven allí mismo y otros, en las cercanías. No quieren hablar. No quieren contar su historia . No quieren aparecer en las fotos . No pueden entrar los fotógrafos, como si hubieran hecho suya la trinchera emocional con la que los rodean sus enemigos. Una flecha sinuosa en cada esquina En el pueblo hay anuncios del Fan Hemendik, una celebración que exige el abandono de este cuerpo y se representa con una flecha sinuosa que, de lado, parece una pistola. Abajo a la izquierda, un fotograma del vídeo de un niño en Oñate apuntando a un cabezudo guardia civil FÉLIX MORQUECHO /ABC «Son unos apestados». Habla uno de los guardias que pasó nueve años de servicio en la zona, hasta principios de esta década. Recuerda los tiempos de las últimas operaciones contra la cúpula de ETA. En 2015 detuvieron a Iratxe Sorzabal y David Pla, actual responsable de estrategia de Sortu . La fuente anónima de este reportaje ha trabajado como agente en el País Vasco y conoce el pueblo de memoria: las esquinas, las fábricas, las oficinas de correos, los bares, la estructura que la izquierda abertzale replica en cada pueblo para extender su poder, sus tentáculos y su fuerza en distintos ámbitos de la sociedad el frente sindical, la educación y los jóvenes. En todos esos años fue testigo del nacimiento del Fan Hemendik y vio cómo todo sucedía delante de sus ojos: los conciertos, las bromas, los insultos, la teatralización del odio. Cada fin de semana hay actos parecidos. «Son muy creativos, no te creas». Se disfrazan, apalean muñecos de guardias, hacen vídeos de Youtube, guionizan dibujos animados, etc. «Una vez montaron un muñeco de un guardia en un globo aerostático y lo lanzaron al cielo. Muchas de las canciones que suenan en las verbenas son contra nosotros y hablan de ‘txakurras’». La vida de un hijo de la Guardia Civil «Les hacen la vida imposible. Te aíslan, te hacen sentir como un marciano. Te convierten en un apestado»Hay muchas maneras de insultar y de señalar, algunas resultan muy sutiles, aunque tenebrosas. El agente recuerda cómo se podían encontrar junto a la puerta del coche un bebedero de perro, señal de que los habían reconocido. «Todo ese odio se filtra a los niños. Es normal. Llevan toda la vida escuchando que los malos somos nosotros». Como los de los puestos de otros pueblos de la zona, los guardias en Oñate están perfectamente solos. «No sales mucho, compras en el pueblo de al lado y no dices a qué te dedicas , claro. Por supuesto no vas de noche por ahí, y sabes que en cualquier momento te pueden hacer una putada: rayarte el coche, robarte la mochila en el gimnasio, pegarte una paliza. Te inventas que trabajas en lo que ves por allí. Si hay fábricas (de materiales de construcción, de palillos para los pinchos, de chocolate en Oñate), pues dices que trabajas en una fábrica. Enseguida te preguntan la hora para ver si hablas euskera o conocer si tu acento es de fuera. Ya te puedes vestir de deporte y de montaña como uno de ellos, que te terminan calando. Te ven entrar en el cuartel, te escuchan hablar, lo que sea. Llevan 40 años viendo pasar guardias civiles y nos conocen perfectamente«. Con el descubrimiento de la identidad llegan el aislamiento y los problemas de los niños en el colegio. »Les hacen la vida imposible. Te aíslan, te hacen sentir como un marciano. Te convierten en un apestado «.Más pintadas que niños Aquí en la plaza todo son pintadas, pancartas y carteles: por un trabajo digno, por una Palestina libre, en contra de la OTAN, de la tortura, en contra de la Guardia Civil, anuncios del Fan Hemendik (una flecha sinuosa que, si la pones de lado, se parece a una pistola). Hay más pintadas que niños. Todo está impregnado de ese aire reivindicativo y político. Me acerco a leer la convocatoria de una manifestación y resulta ser un curso de cocina con AirFryer. El comando estético, que es lo que queda de la izquierda abertzale, ha hecho su trabajo con denuedo. Noticia Relacionada estandar Si «A los escoltas del País Vasco el Gobierno nos dejó tirados en 2011, después del final de ETA» Israel Viana José Ángel García, escolta en los años de plomo de la banda terrorista, repasa esa época y se indigna por el blanqueo que algunos partidos hacen de los herederos de los asesinosDe entre todas las pintadas se reconoce un rostro que se aparece aquí y allá por todo el pueblo. Es una cara adusta que mira desde otra dimensión como las fotos que adornan las e squelas de los periódicos locales . Es Susana Arregui una etarra de Oñate muerta en un tiroteo contra la Guardia Civil en 1990 en la Foz de Lumbier (Navarra), un suceso en el que también murió otro etarra y el sargento José Luis Hervás (35 años, Albacete). Una patrulla sorprendió al Comando Nafarroa y se desató un tiroteo. Uno de los etarras que se disparó en la cabeza y no murió declaró que se habían suicidado colectivamente, pero luego se desdijo y en el mundo de ETA creyeron que los habían torturado y matado a sangre fría. «El terrorismo se acabó, pero el odio sigue»Pueblo callado y con miedo Con estas referencias decorativas, uno se piensa que todo el pueblo está a favor de Fan Hemendik y se acerca a las mesas de las terrazas a preguntar como vistiendo traje de artificiero. Ellas son tres hijas y una madre. No quieren decir su nombre «porque después te señalan. Aquí sigue habiendo miedo e impera una dictadura ideológica en la que, si no estás de acuerdo con algo, te insultan, te apartan y te hacen la vida imposible», dice la mayor. Las tres están en contra del acoso a la Guardia Civil . «Es degradante. No los tratan como a seres humanos». Según su versión, gran parte del pueblo está en contra de atacar a los guardias, «pero tiene miedo, y por eso se calla». Claro que saben quiénes son los agentes «porque siempre están solos» , dice, y recuerda a uno de ellos jugando con su hijo en la plaza acompañado de su mujer. «El problema es que siempre estaba con su hijo y con su mujer. Nadie más. No les saludaban, no les miraban, no existían. Al niño le hacían la vida imposible en el colegio y lo tuvo que llevar a la escuela a otro pueblo. Le conocí y era una bellísima persona. El terrorismo se terminó, pero el odio sigue «.

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