Las elecciones del Reino Unido suponen la vuelta a la moderación, la seriedad y la ética: tras ocho años de aspavientos, por fin vuelve a haber un adulto en Downing Street. El resultado de las elecciones ha sido letal para el Partido Conservador. Y no sólo porque el Partido Laborista ha sacado una mayoría aplastante, sino porque lo ha hecho con tan sólo el 35% de los votos (es decir, con un porcentaje inferior de votos a los que obtuvo Corbyn cuando perdió las elecciones con Theresa May en el 2017 y sólo dos puntos más que cuando perdió estrepitosamente contra Boris Johnson en el 2019). Algo parecido les ha pasado a los Liberales, que han sacado el mejor resultado en un siglo con, prácticamente, el mismo porcentaje de votos que tuvieron en las elecciones precedentes. Los británicos han dado una lección de uso táctico del voto: han buscado la opción política que infligía el máximo daño posible a los conservadores en cada circunscripción y se han lanzado a esa opción de cabeza. El sentimiento predominante entre los votantes ha sido «let’s get rid of this lot» (echemos a esta pandilla), sea como sea. El catastrófico resultado del Partido Conservador está más que merecido. En tan sólo ocho años desde el referéndum del Brexit, lograron convertir al que siempre había sido un país serio, ambicioso y competente, en el hazmerreír de Europa. Pero lo que más les ha molestado a los británicos es la dramática caída de los estándares éticos: se han empezado a ver contratos a dedo, asesores que han abusado de su poder, nombramientos con nepotismo, etc., algo difícil de aceptar en un país en el que la probidad forma parte de la marca. Como la situación de los últimos ocho años ha sido tan caótica, Keir Starmer lo va a tener fácil para hacer las cosas mejor que sus predecesores. Va a tener, además, la suerte de coger el país con la mitad del déficit que tenía en el 2010, cuando su partido, los Laboristas, dejaron el poder. Y, encima, llega al Gobierno sin casi haberse tenido que pronunciar sobre las cosas concretas que quiere hacer, con lo que ni siquiera ha generado expectativas que luego tenga que cumplir.La otra cara de la moneda de esa falta de expectativas, no obstante, es que Starmer no tiene un mandato fuerte para acometer las reformas que son claramente necesarias para reactivar el país. Gestionar el país con diligencia es importante, pero no es suficiente para hacer que crezca, mejore su productividad y pueda proveer mejores servicios públicos. No es evidente que Starmer tenga la fuerza necesaria para sacar al país de la nube de pesimismo en la que se ha sumido el Reino Unido tras el Brexit y el Covid.Uno de los puntos más débiles de Starmer es su relación con Europa. Aunque es previsible que haya acercamientos, especialmente en materia de defensa, Starmer sigue pretendiendo que se pueden tener relaciones mucho más cercanas sin convertir al Reino Unido en un mero receptor de reglamentación europea. A corto plazo, Starmer puede seguir escudándose en que las cosas en la Unión Europea van fatal y que, por tanto, no es el momento de replantear nada. Pero a medio plazo tendrá que empezar a posicionarse con mucha más claridad sobre la relación con Europa. Mención aparte merece el colapso del independentismo en Escocia, tras una gestión desastrosa (y en ocasiones corrupta) por parte del SNP. Es un resultado que confirma que, a veces, la mejor táctica contra los independentismos y extremismos es, simplemente, dejarles gobernar para que combustionen por sí mismos. En cualquier caso, el que el Reino Unido vuelva a ser un país serio, competente, ambicioso, y comprometido con la ética es, sin duda, una noticia estupenda.Miriam González Durántez , abogada internacional y Fundadora de España Mejor
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