Buscábamos una razón y la razón era José Antonio Morante Camacho. Volvió el genio y el mundo se puso a soñar: cualquier sueño entero era entonces posible. Atrás quedaba la pesadilla de dos interminables meses sin su torería. El ruedo era a las siete un planeta mucho más bonito. Y, también, más humano. Sonreíamos con su toreo, aunque a la vez dolía ver el alma rota de un hombre, tan cargada de sentimiento. Así fue su faena. Sublime. De una torería nacida para marcar una época y que morirá cuando se arrastre el último toro de Morante.Pero este martes era el de su vuelta, el toro con el que apretó los dientes para marcharse a la guerra. Contra el toro, con ese molesto punteo. Y contra su propio yo. «Por todo lo que andamos luchando», le dijo a su apoderado, Pedro Jorge Marques, en el brindis. Y su fiel escudero cogió la montera como el que acuna un recién nacido y se puso las gafas oscuras que tapaban los ojos, aunque no las lágrimas. Pedro, no fue usted el único que lloró. A los colmillos de la enfermedad mental no les importan las fincas ni los hijos que tengas, los hitos que hayas alcanzado ni la madre que espera. La que siempre espera. Pero aquella verónica y media del saludo mitigó penas y apaciguó la cuesta arriba de la vida. ¡Morante había vuelto! Pero aquello no era nada más que la desembocadura de un decir inexplicable, de esas tierras vírgenes que sólo explora el de La Puebla del Río con su arte descomunal. Tres chicuelinas como tres monumentos llegaron pidiendo poetas de otros tiempos que nos son el nuestro. Pero ellos no vieron lo que nosotros vimos y nosotros nos encontramos versos con los que arrebujar aquella media de tres puntos suspensivos que aún sigue. Dichosos nuestros ojos. Gracias, Morante. Se asomó al balcón Curro Javier de un toro al que nunca fue fácil limpiar el muletazo. Que era lo de menos. Cuando se está tan torero, cuando se es tan torero, que el pitón enganche da igual. A dos manos, por ayudados, descorchó una faena en la que cató ambos pitones. O más bien fue el toro el que cató sus manos. Cómo los ángeles quisieran, echó los vuelos; cómo los ángeles quisieran, esperó al toro. Encajado y con asiento. Con una colocación que quema. Con la pureza de la verdad. Acompañando y toreando, un dos en uno que rara vez se da. La virtud de la obediencia tuvo Piñonero, pese a nunca perder esa rabia que escondía y sacaba en un muletazo sí y otro también. Por el zurdo, el lado más incómodo, desgranó unos últimos naturales que eran oro molido. Se cayó la espada y frenó la segunda oreja, pero no la primera de un toro al que todo dio Morante, pero que también dio mucho al torero. que pidió la cabeza de Piñonero, el toro salmantino con el que su sonrisa a media asta se desplegó al completo. Más deslucido aún parecía el quinto, que nada halagüeño hizo en los primeros tercios. No pudo rodar Morante un anuncio de Ariel a la verónica, pero so sería cómo salieron, sino cómo las hizo. Al ralentí. Sin tiempo. Expuso la cuadrilla con los palos y se demonteró. De seda por abajo la apertura, tan cargda de torería y tan a favor del desaborido animal. Qué garbo tuvo la faena, qué sabor, onun aplomo que no se paladeraía en toda la tarde. Cómo aguantó las miradas de Algodón, con esa manera desparramr la vista, y qué pedazo de serie de naturales se inventó. Ni un paso atrás, ni una vez detrás de la mata, siempre alfrente, siempre el corazón ofrecido, siempre empujando al toro para sacar naturales imposibles. Porque, sí, Morante había vuelto, con su fragilidad y con su entereza, y el mundo era posible.Feria de Santander Coso de Cuatro Caminos. Martes, 23 de julio de 2024. Toros de Domingo Hernández. Enrique Ponce, oreja y dos orejas. Morante de la Puebla, oreja y oreja. Fernando Adrián, dos orejas.

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