La cabeza de Morante

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La cabeza de Morante

En el natural ceñido de sangre que le dio al primero en Santander antes de que el toro se rompiera el pescuezo por el pitón izquierdo está resumido el tormento de Morante de la Puebla. A veces el arte es una rosa que florece en un vertedero . Una abeja que hace miel con las flores de un cementerio. Y además en el toreo los abismos de la creación se ensanchan con la muerte, tan cercana siempre, tan familiar que da calambrazos en el pensamiento. Ese natural parecía un tratamiento contra los espectros del torero, una rendija de salida del laberinto en el que está encerrado Morante, una amapola en el erial de soledad y amargura al que está encadenado el genio. Si es cierta la sentencia belmontina que dice que se torea bien cuando uno se olvida de que tiene cuerpo, no quiero ni pensar lo que tiene que ser el toreo cuando uno es esclavo de sus limitaciones físicas y, aun así, logra vencerlas. Recuerdo a Rafael de Paula con las rodillas trituradas, a merced del bicho, transformando su extrema debilidad en fortaleza con apenas el movimiento de sus escuálidas muñecas, siempre vendadas, para pasarse el toro a un puño de distancia, que es la medida exacta que hay entre el velo de flor y la madera de la bota en las sacristías de Jerez. Torear rodeado de pinturas negras, como si todas las plazas fueran la Quinta del Sordo, tiene que ser un calvario. Pero, ¿se puede trascender sin sufrimiento?Gaspar de Utrera, cantaor sideral que jamás logró salir del agujero de la escasez, me dijo una vez que ser artista es un martirio. Solía quejarse de su miseria económica, así que le dije que entendía su lamento, pero que no estaba de acuerdo porque hay grandes creadores que se han ganado muy bien la vida. Y su respuesta me cambió el horizonte.—Yo no te estoy hablando de dinero, te estoy hablando de pureza. Una cosa es saber cantar y otra cosa es elevarse. El verdadero artista no es el que canta bien, sino el que canta puro. Y yo te digo que sólo consigo cantar puro cuando la vida me da una hostia. Yo sé la diferencia y eso me está matando.Aprendí de Gaspar que el dolor, sea del tipo que sea, es una fuente creativa insondable. Y que para que el receptor de una obra alcance la felicidad, muchas veces el autor tiene que soportar una infelicidad íntima. Por eso vi sangre en el natural de Morante en Santander. Porque el toreo misterioso no habita en la lentitud o en las distancias. Ni siquiera en la belleza. Ese toreo está en el desmayo de un hombre que ha aprendido a caer con elegancia, que tiene que enfrentarse a fantasmas que le embisten a solas, sin quites de nadie, y que convierte la muleta en un ala de mariposa, tan frágil como inalcanzable para el derrote de un morlaco. La cabeza de Morante es un alboroto que entre permanentes ayeos consigue enviar órdenes enigmáticas a sus muñecas. Sus lances son quejíos que no podemos pagarle. Porque nuestra emoción es el precio carísimo de su sacrificio. Por eso el verdadero artista nunca crea para nosotros, sino para sí mismo. La cabeza de Morante no buscaba el ole en Santander, buscaba el alivio. El devastador alivio de los genios.

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