Miraba Morante en el paseíllo hacia un cielo que no existía, un cielo oculto por la cubierta multiusos. El cielo estaba en la tierra que pisaba el de La Puebla del Río, aunque se toparía con el purgatorio de los toros escogidos de Juan Pedro Domecq –y eso que ambos traían motivos para embestir–. Desde que dibujó la verónica y envolvió una media a su cadera grosella y oro dejó escrito que lo suyo era diferente. Qué lujo de vestido, una pieza de museo. El colorado, de generoso cuello, prometía más de lo que fue. Con un molesto punteo, había anotado mejor son por el izquierdo. A peor fue: ni gota de clase escondía. Toda la armonía era de Morante, que profundizó en unos ayudados torerísimos. «Gallistas», se oyó. Pero eran obra y gracia de José Antonio y hasta la dinastía de Gelves los aplaudía desde ese más allá que tapaba el moderno techo. Ya en ese desdén del broche se vio que el toro no regalaría nada, aunque el sevillano se entregó al completo, con las zapatillas apuntando al sitio de la verdad. Sin moverse, con un valor de ejército ucraniano. Ay, qué desaborío y mentirosete era Zarramplino, un engañabobos al que no había que perderle la cara nunca. Como los cuatreros, tras Morante se fue cuando se dirigió a por el estoque. Por la espalda. Y un arreón tremendo pegó cuando sintió el acero. Hubo quienes ovacionaron lo mismo al toro que al torero. Que Dios los perdone. Se habían desatado ya los «¡vivas!» a España en su primero. Y otra vez, nada más vaciar la embestida en el capote, se desencadenaron en el quinto, tan guapo como aparentemente mermado de poder (luego se comprobaría que lo que le sobraba era mal fondo y que un puyacito más fuerte no hubiese estado de más). A Morante poco le agradaba el toro y menos aún cuando se quedaron a solas después de un gran par de Ferreira. Con el brazo izquierdo en jarras y la muleta en la derecha lo pasó por alto, mientras veía cómo el andarín animal soltaba la cara como un árbol de hoja perenne y se revolvía de vez en cuando. Menudo bautizo: Ideal. Sí, ideal para quitarle las moscas y que lo lidiase Rita. Tela la guasa de un toro que desconcertaba al que estaba delante. Pidió callar la música, a lo suyo. Y, tras enseñar lo geniudo del rival, manejó el acero con seguridad. Al infierno mandó a Ideal, que no merecía el cielo morantista. Supo verlo la afición, que lo obligó a saludar, mientras el torero lamentaba su suerte hasta sin sorteo. Noticia Relacionada estandar Si Reapareció Morante y el mundo volvió a soñar: todo era posible Rosario Pérez Tarde de inmensa torería del genio del arte y por la puerta grande con Enrique Ponce -en su despedida de Santander-Con sus novillos bajo el brazo venía también Marco Pérez, que brindó a Morante. Desde el callejón observaba la respuesta del público a una apertura que, a Dios gracias, no estila el cigarrero: ¡cómo jalearon el pase cambiado! Y con qué facilidad poncista toreó el salmantino. Con esa inteligencia natural, tan impropia de las diecisiete primaveras, le dio al novillo el sitio que requería y aprovechó la inercia de los adentros en la arrucina. Cada vez más rajado Encendido; cada vez con más desparpajo Pérez, que exprimió hasta la última gota de obediencia del cuvillo. Metido entre los pitones acabó, con una conexión brutal con la gente. Sólo el acero se interpuso en el camino del trofeo. Ansiaba el triunfo y saludó de rodillas al flojo sexto. La medicina de la media altura y la templanza aplicó Marco, muy solvente con un novillo mirón, aunque obediente a las telas. Sin excelencias en la embestida, pero aprovechada al máximo por el aspirante a figura, que debe competir con los de su escalafón. Con una abrumadora capacidad, se merendó a Nenito, aguantando los parones y abandonándose. Locos los tendidos, puestos en pie en las luquecinas del broche. Buscaban los pañuelos y las almohadillas (blancas) para pedir las orejas, pero el acero frenó la puerta grande y se marchó andando. Un trofeo paseó Pablo Hermoso de Mendoza con el mejor lote. De Capea era. Con la solemnidad del centenario Orfeón Donostiarra y su ‘Festara’ arrancó su despedida. Vinosa su faena a Riojano, con el poso de un genio a caballo, como se vio en esos ochos infinitos a lomos de Navegante. Para sus apoderados, Pablo y Óscar Chopera, había sido entonces el brindis. Pies de Plata se llamaba el de su adiós a Illumbe y muchos pies tenía el murube, con el que expuso una barbaridad sobre Berlín y al que logró atemperar en unas hermosinas de aquilatado valor. Feliz recorrió el anillo antes de que sonase el ‘Agur Jaunak»: cuánta emoción.San Sebastián Plaza de toros de Ilumbe. Jueves, 15 de agosto de 2024. Primera corrida de la Semana Grande. Casi siete mil espectadores. Dos toros para rejones de Carmen Lorenzo (1º) y El Capea (4º), de buen juego; dos para la lidia a pie de Juan Pedro Domecq (2º y 5º), sin clase y complicados, y dos novillos de Núñez del Cuvillo (3º y 6º), obedientes sin excelencias. Pablo Hermoso de Mendoza, de negro y plata: rejón y tres descabellos (silencio); rejón trasero (oreja). Morante de la Puebla, de grosella y oro: estocada (ovación); estocada y descabello (saludos). Marco Pérez, de verde manzana y oro: estocada corta tendida y atravesada y seis descabellos (ovación); pinchazo y estocada (oreja).
![El cielo de Morante en el purgatorio de los toros escogidos El cielo de Morante en el purgatorio de los toros escogidos](https://ayuser.org/wp-content/uploads/2024/08/capote-R3DxYAHuogydEYsypvgL1ML-758x531@diario_abc-X8eY6f.webp)
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