Veintinueve sillas contó la agente de la Policía Municipal de San Sebastián en la terraza de la Parte Vieja, y eran demasiadas. Llegaron como si interviniera un alijo de siete toneladas de cocaína, con ademán de asalto, concernidos por si el bar de la plazoleta en la que trajinábamos unos vinos respetaba las normas del Ayuntamiento. Se agarraban las cartucheras, en la radio enganchada en el chaleco antibalas susurraban códigos enérgicos e incomprensibles –¡alfa, bravo, lobo!-, y en definitiva imponían con gesto severo el imperio de la ley. Me estaba acordando de cuando en su casa de Chiclana, a la que llamábamos ‘ Villa Luxury ‘, a mi amigo Felipe le habían crecido dos plantas de grifa que asomaban sobre la tapia. Un día, mientras estaba metido en la alberca, le asaltó una docena de geos y del susto gritó «¡Ay!», y en lugar de llevarlo detenido a comisaría, por poco lo ingresan a la unidad de Coronarias del Hospital Puerta del Mar de Cádiz.A los polis antiterrazas de los bares de Lo Viejo donostiarra les falta descolgarse de los tejados como en esas demostraciones que las fuerzas especiales organizan de vez en cuando en los colegios para que los niños se hagan maderos. La escena tenía algo de redada de Elliot Nes s cuando desenfundaban las metralletas en los almacenes de whisky de Chicago. Y nosotros allí, observando los acontecimientos, de maleantes con croqueta, un poco pedo y también algo sobrecogidos por ese sentimiento de culpa que inspira la pasma cuando se pone así de seria. Aquel despliegue me estaba recordando todas las veces en las que la Policía no está o no llega en esta Donosti en la que los delitos crecen un mucho por ciento al año. No sé cómo es San Sebastián desde fuera -quieren vivir en esta ciudad gentes que no han estado ni una sola vez-, pero últimamente desde dentro parece Las Barranquillas con carriles bici y normativa de terrazas. Noticia Relacionada Después, ‘Naide’ opinion Si ‘President’ como de Houdini Chapu Apaolaza Puigdemont huye por esta Españita a medio camino entre Matrix y el Coño de la BernardaLa agente ha sacado una carpeta en la que apunta no sé cuántas infracciones y yo, que voy por el segundo kalimotxo, no sé si reírme o levantar las manos. Hay unos pocos más agentes desplegados contra los narcos de Barbate que contra los peligrosos txikiteros de San Sebastián entre los que me hallo. Mi Españita se ha convertido en una distopía en la que las reglas más peregrinas se aplican con un celo muy riguroso pero, al mismo tiempo, los criminales campan a sus anchas en una impunidad que desazona. Porque este país majadero parece a la vez un ensayo orwelliano con francotiradores en las azoteas por si tu coche diésel entra en el centro estando los parkings llenos y en Málaga te pueden cascar tres mil euros por jugar a las palas en la playa, pero el barrio de Amara en el que vive tu madre parece el San Francisco del fentanilo y no dejarías salir a tu hija de 11 años ni a por pan. En La Concha, antes retratada en sus morosos atardeceres, ahora los menas se patean la cabeza cada dos noches y los pibes reincidentes roban en las tiendas más que un político. Pero no vayas a poner 29 sillas en la terraza porque te cruje la Policía.
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