Después del sugerente titular, la crónica merecía empezar dando una explicación: sí, es Morante de la Puebla el más dañino de todos los toreros. Dañino para todos sus compañeros, porque salir a torear tras él –cuando está como ahora vuelve a estar– es casi un acto suicida. Una adaptación de la Ley de Campoamor : «Todo es según el color del cristal con que se mira». Y si el cristal tiene los colores de La Puebla del Río, nada se verá igual. Porque n o hay un lance como el suy o ; ni una colocación, encaje y hondura como la suya. Con la espada sí que los hay mejores. Unos pocos. Por eso en esta feliz vuelta a los ruedos lleva prácticamente el mismo número de orejas cortadas que Van Gogh y Mike Tyson . Pero qué más da. Tres ovaciones llevábamos cuando cayó el tercero de la tarde. Para Enrique Ponce, Morante de la Puebla y Juan Ortega . Tres ovaciones tan distintas como los propios toreros. De cariñosa despedida la del valenciano, que ya entiende uno porque prefiere a David Galván en sus carteles; de agradecimiento a Ortega por su insistencia con el tercero –después lo bordaría con el sexto– y de sumo reconocimiento a Morante de la Puebla, que volvía a deleitarnos con una nueva exhibición de su desmesurado valor y hondura , haciendo suya y reinventando la sentencia del Guerra: « Después de mí, naide; y después de naide… ¿Ortega? ». Como no fue fácil salir a torear después de Morante, tampoco fue sencillo lidiar después de la corrida que un día antes había traído Torrealta. Una corrida, aquella, más cerca de Bilbao que de Málaga; aunque mucho más equilibrada y armoniosa que ésta de ‘Juampedro’. Sencillamente extraordinario. Un inicio sublime , doblándose por bajo con el toro. Sin forzar la figura, sin desplazar ni quebrar al animal. Con el gesto relajado, que no apagado. Eso fue lo que duró este Revirado, que embistió brusco y recto al capote, como si eso le importara a este Morante; más descompuesto e incierto el toro en la muleta, como si esto otro fuese a importar también a este mismo Morante. Desmelenado, entregado frente a la alimaña . Que por tres y cuatro veces le soltó el gañafón para acariciar los machos de sus taleguillas. No se descomponía Morante, el torero más valiente de todo el escalafón . Hundido sobre las zapatillas, con la mano izquierda planchada. Recordaba al de la alternativa de Antonio Nazaré (Maestranza, año 2009), también con ‘juampedros’; aquella brava faena vestido de verde botella y azabache. Es el mejor, y vuelve a estar en un grandioso momento artístico. Y animoso. Se la jugó con este Revirado, más feo y menos rematado que sus hermanos, aunque muy ofensivo con sus puntas hacia adelante. A milímetros le había pasado a la verónica , tan cerquita que en una de las veces se llevó su capote. Nadie hubiese imaginado un final así con este animal… lo que hace un torero –en este caso un genio– cuando está entregado. Camino de las tablas, por la espada, exhalaba con el gesto del que se acababa de desfondar, de entregar toda su alma. Morante vuelve a verlo claro, como creyó verlo claro cuando el toro se vino en la suerte de matar. Al encuentro lo buscó y en los bajos lo encontró. El presidente cicatero negó la fuerte petición de oreja. Menos claro vio al cuarto , descompuesto, embistiendo a saltos. Parecía espoleado Juan Ortega cuando, sin tiempo para que comentásemos lo de Morante y Revirado, se le durmieron los brazos entre lances . Más que torear despacio, frenando la embestida. Reduciendo la velocidad hasta casi hacer perder el ritmo del toro, y del lance. Como su media, que no terminó de rematarse de tan lenta que fue. Un toro más alto fue este Surrealista, con aires del Raboso, que se rajó antes de partirse una mano. Así es imposible. Mejor estilo pareció tener Lacerado en su intermitente final. Con movilidad, sin una sola embestida igual. Le habían jaleado a Ortega su ligerito recibo a este sexto, abriendo las manos y doblando sus piernas. Aún más soberbio fue el exquisito arranque orteguiano. Pocos se ayudan por alto como él, detrás de cada muletazo, siempre barriendo el lomo. Fue esta faena, como el toro, intermitente. Desaprovechando la poca inercia del principio entre rodillazos y pases sobre los pies, más reposado y hondo cuando al toro le dio por pararse . U ordenarse. Muletazos sueltos, gigantes en su expresión. No es Morante, pero tiene algo . Algo como el don del temple, del gusto y del empaque. Ahí queda eso.También toreó Enrique Ponce , una leyenda del toreo que merecía una despedida a la altura de su trayectoria. Pero resulta que la despedida empieza a atragantarse: por las exigencias del toro… y por el insufrible pasteleo de cada vuelta al ruedo final. Feria de Málaga Plaza de Toros de La Malagueta. Viernes, 16 de agosto de 2024. Tercer festejo de la Feria de Málaga. Casi lleno. Dos horas y casi veinte minutos de festejo. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq, de desigual presentación y poco juego. 1º, noble y poca fuerza; 2º, áspero e incierto; 3º, mansito; 4º, venido a menos tras un duro castigo; 5º, descompuesto; 6º, intermitente en su movilidad. Enrique Ponce, de verde oliva y oro. Aviso tras estocada algo trasera (ovación); pinchazo y bajonazo (vuelta al ruedo de despedida). Morante de la Puebla, de tabaco y oro. Bajonazo (ovación); tres pinchazos y estocada trasera casi entera (silencio). Juan Ortega, de grana y oro. Estocada casi entera (ovación); estocada desprendida (oreja).
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