En hombros se llevaban a un torero que se entregó de principio a fin. A corazón abierto Borja Jiménez, que cayó de pie en Vista Alegre. Porque cuando un tío ofrece todo lo que tiene –con sus distintas versiones–, no hay tendido que se resista. De visón y oro, como en su cita madrileña, se ganó el respeto de la afición en una tarde a más. Si bien no terminó de gobernar al cuarto, el más encastado de la seria e interesantísima corrida de Fuente Ymbro –que rara vez decepciona con ese fondo de raza brava–, se desnudó en el sexto, al que le rebosaba la clase desde que su madre lo parió en San José del Valle, con un pitón izquierdo que derramaba las excelencia de la bravura. Pedía mando y caricias Tramposo, que así se llamaba.. Y así lo entendió el de Espartinas, sentido, hundido, toreando para el toro y para sí mismo. En calma, pero con el verbo querer imantado a su muleta como la estampita a la mesita de noche. Hubo una evolución inmensa, transmutado en un torero pausado, con ese gusto que le fluía hasta detrás de la cadera y con ese sello que arrancaba oles como Lola las Flores. A la puerta de chiqueros se marchó para recibir al último, lo que haría también en los dos anteriores. Porque Borja no se guardó nada y, por no perdonar, no perdonó ni un quite. Lo que no tiene perdón es que pinchara a un ejemplar de tan lujosa clase y al que tan fantásticamente toreó. Pero ya se sabe que el mundo también se pone del revés, y esa mácula le privó de las dos orejas que hubiesen rematado por todo lo alto su emocionante presentación. Pero hablábamos de ese castaño último de un conjunto difícil de banderillear, en el que Juan Sierra se coronó con dos pares soberbios. Prendió luego Jiménez la chispa con un pendular, aunque fue el toreo despacioso y reunido el que desató un coro de «oooles». Bajo el sirimiri, cada vez más intenso. Qué excelente ritmo tenía Tramposo, con esa manera de colocar la cara, con ese galope que alegró en la distancia que pedía el toro. En los medios. Sonaba Gallito cuando Borja echó los vuelos al hocico y se abandonó asentadísmo, con la tela a rastras y encajando carteles de toros. Al natural. Para enmarcar en la eternidad de su medida faena. Lástima el acero… Que contado está. El sevillano se metió en el bolsillo al público, enloquecido hasta pedir el doble trofeo del cuarto, aunque Matías se mantuvo en su sitio y otorgó uno. Cierto es que el espadazo se lo merecía por sí solo. Pero cierto es también que, pese a su firme disposición, no logró domeñar ni templar la embestida de Histérico, un fuenteymbro con muchísima importancia, un vendaval de casta y de imponente seriedad, al que tal vez no le hubiese venido mal un puyazo más fuerte. Cuerpo a tierra tuvo que echar en la portagayola a su primero, que le hizo hilo y, de no ser por el quite de Varela, a estas horas estaría oliendo cloroformo en lugar de saboreando el triunfo de un paseíllo clave en su vida. Listo anduvo con este escarbador animal –más despegado de tierra–, al que obligó a embestir. Poderoso y roto, con un zurdazo descomunal en el que toreaban hasta los hundidos riñones. Pechos de culturista traía el número 69, tan cuajado como mermado de poder. Protestaron a Soplón, que así se llamaba. «¡Hay que devolver los inválidos!», «¡Esto no es Sevilla!», gritaban. Pero el palco lo mantuvo, a la postre con buen criterio, pues el toro criado en ‘Los Romerales’ escondía un fondo de casta extraordinario. Supo Daniel Luque profundizar en él y cuajó una faena de bandera. De las que marcan. A favor del toro lo hizo todo. Sin la muleta entera –Soplón le hizo un jirón– en una obra completa, sin una sola mácula. Ante tanta perfección no había rival que no se rindiera. Perdió pasos cuando era necesario, se plantó en una baldosa…. Lo convenció hasta el final, con naturales deletreados. Y se despojó en una luna de miel por luquecinas, creyendo, apostando hasta el final el enclasado Soplón. El de Gerena se tiró a matar, pero el resbalón de toro y de torero lo convirtió en un metisaca, que frenó un premio ganado con verdadera maestría. Con el vestido embadurnado de sangre –debería limpiarlo aquel de «¡arrímate!»–, saludó una gran ovación.Quiso el destino que aquel primero fuese el toro de más clase del lote menos agraciado. Porque el quinto, sin estilo y a pechugazos, no regaló nada, y el tercero, de imponente velamen, se movió con la vista cruzada. Nada más salir de chiqueros lo apreció Luque y se llevó las manos a los ojos mientras miraba a Ricardo Gallardo. Cómo sería Agualimpia que Iván García y Arruga pasaron las de Caín con los palos mientras el fuenteymbro desparramaba. Qué bien lo lidió Contreras y qué bien lo entendió el sevillano, que se lo trajinó por ambos pitones, a su aire y hacia fuerita en los inicios, y apretándolo cada vez más. Sorda su labor, pero muy meritoria, en un mano a mano en el que pintó verónica y media al ralentí y unas gaoneras de tremenda exposición. Sin embargo, la fortuna no estuvo de su lado en su regreso bilbaíno. Toda fue de Jiménez, a corazón abierto.Corridas Generales Plaza de toros de Vista Alegre. Martes, 20 de agosto de 2024. Tercer festejo de las Corridas Generales. Más de de 5.000 espectadores. Toros de Fuente Ymbro, serios, con fondo de casta –un torrente el 4º–, con mucha clase 1º y el excelente 6º; 3º y 5º, los peores. Daniel Luque, de nazareno y oro: estocada que sale al resbalar toro y torero (saludos); pinchazo, media caída atravesada (silencio); pinchazo y estocada desprendida y tendida (silencio). Borja Jiménez, de visón y oro: estocada recibiendo (oreja); estoconazo (oreja con petición y dos vueltas); pinchazo y estocada (oreja). Sale a hombros, pues el reglamento vasco lo permite con tres orejas, aunque no desorejara ninguno.

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