Emilio de Justo, a hombros hasta el hotel en su memorable aventura con Victorino

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Emilio de Justo, a hombros hasta el hotel en su memorable aventura con Victorino

Un hombre solo. Rodeado de tantos, pero solo frente a su destino. Miraba al cielo y se santiguaba. Dos años y medio después de su cruda encerrona en Madrid, Emilio de Justo se colocaba de nuevo al borde del acantilado. Con su sentir de siempre, pero con más poso acumulado: desde aquel encuentro con Romano había arrancado 881 hojas al calendario. Y otra vez los miedos se multiplicaban por seis. Porque media docena de toros lo aguardaban en chiqueros. Y no de una ganadería cualquiera, sino de las que otrora coronaban, la imprescindible para llegar a la cúspide: Victorino, que puso al toro en su sitio y a Emilio en el suyo, el de una figura. Memorable su tarde, mucho más que las cinco orejas de la ficha. Era el día de un artista comprometido con la Fiesta y consigo mismo, fiel al toreo clásico y al de las emociones. No se recuerda una tarde en la que se respirasen tantos silencios de expectación, con ese runrún que suscita el verdadero espectáculo: un Torero de verdad frente a Toros de verdad. No falló tampoco Victorino Martín, con varios ejemplares que devolvían el trapío a las tierras castellanas y con la casta que imanta y nunca defrauda. Inolvidable dueto, con la apoteósica salida a hombros del cacereño. Había franqueado ya la puerta grande y aún resonaban los ecos de «¡torero, torero!» por el Paseo de Zorrilla. El mismo camino que había recorrido a pie, a las seis menos cuarto, lo vivía en volandas tres horas y pico después. Hasta el hotel Silken Juan de Austria, rodeado de banderas extremeñas, con vítores a «¡Emilio, Emilio!», en una anochecida que nunca olvidará. Roto ya, con el alma entregada en una hazaña al alcance de tan pocos para gloria de todos. Para gloria de la tauromaquia. Aquel caminar del primero al sexto –desde esa lidia capotera por abajo (dejaba en pañales a ciertas verónicas de alhelí ) hasta los sobrenaturales y los pases de pecho más estremecedores del verano– era la música que nos elevaba y nos bajaba. A otros países, a otros mundos, a otras vidas. Un viaje del que no queríamos soltar el billete. Y toda aquella aventura, para gozarla en medio de la tensión que provoca la casta brava, sucedía a la altura de nuestros ojos, de unos tendidos casi llenos, un entradón en esta época, en estos terrenos.Noticia Relacionada Entrevista | Emilio de Justo estandar Si «Sin la locura del torero, la Fiesta no tendría tanta grandeza» J. M. Ayala Es uno de los nombres de la temporada y el próximo sábado afronta el reto de encerrarse con seis toros de Victorino Martín en Valladolid tras superar «los fantasmas» de MadridNi un momento de aburrimiento hubo. Ya el vareado primero, un pájaro que medía, imantó al personal a la arena. Su virtud era la obediencia, aprovechada con mérito por De Justo, arropado por la multitud. Dos orejas arrancaría al serio segundo por una intensa faena, con ayudados profundos y pectorales oceánicos. Antes, Juan José Domínguez –qué bien anduvo todo el festejo y qué eficacia de las cuadrillas en general– sopló un par de sombrerazo. Si aquello gustó, el tercer capítulo cautivó…Qué pedazo de toro Porteño, que se comía los vuelos del capote, manejado con inmensa torería. Tras un buen puyazo, quiso lucirlo en la distancia. Todo iba viento en popa, con los banderilleros desmonterados. El brindis a Victorino descorchaba «¡vivas!» a España, Extremadura y Emilio, que se dobló con clasicismo. Había un runrún de los tiempos de grandeza. Porque un gran animal era este Porteño, al que le faltó un tranco más para rozar lo excepcional, y grande fue la obra del torero, al que el pinchazo privó de dos orejas de peso (y quién sabe si algo más). Cató primero el lado de la cuchara, con un desplante rodilla en tierra señorial, pero las exquisiteces se hallaban en el tenedor, explotado al completo por el de Torrejoncillo, con sentimiento y compás, reduciendo la brava embestida. Aquel trébol de naturalidad enronqueció las gargantas, donde el «bien» se olvidaba y era el «ole el que mandaba. «No lo mates», gritaron cuando acariciaba la zocata frente a un victorino de boca cerrada y fijeza superior. La gloria infinita se encontraba más cerca; sin embargo, el pinchazo redujo el premio a una oreja, que supo a poco. En la retina quedaba su obra a un 33 de vuelta al ruedo. Feria de San Lorenzo Plaza de toros de Valladolid. Sábado, 7 de septiembre de 2024. Cuarta corrida de la feria. Casi lleno en los tendidos. Toros de la ganadería de Victorino Martín, variados de presencia –algunos con verdadero trapío y otros más insípidos– y comportamiento; de emotivo juego en general, con casta; destacaron el 3º, premiado con la vuelta al ruedo, y el 5º. Emilio de Justo, de berenjena y oro: pinchazo y estocada caída (leve petición y saludos); estocada rinconera (dos orejas); pinchazo y estoconazo (oreja); pinchazo y estocada trasera desprendida (saludos); estoconazo (dos orejas); pinchazo hondo y dos descabellos (ovación tras aviso). Salió por la puerta grande y fue llevado a hombros hasta el hotel. Andando había ido al coso tres horas y pico antes.Dos arrancaría al humillador y encastado quinto, que hizo surcos en los capotes y arrastraba el hocico a derechas. Torerísima y con encaje la pieza del cacereño, que había realizado un tremendo esfuerzo con el tobillero cuarto. Al igual que en el sexto, pero los pincharía y el marcador se mantuvo en un quinteto. Lo que nunca paró de crecer fue el medidor de emociones, como el abrazo a Álvaro de la Calle, el sobresaliente que tiró del carro venteño. Espantados los fantamas, se selló la memorable aventura de Emilio con Victorino: ¡gracias! Así se hace afición.

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