Los ‘malditos bastardos’ que evitaron que Hitler aplastara el mundo con la bomba atómica

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Los ‘malditos bastardos’ que evitaron que Hitler aplastara el mundo con la bomba atómica

La bomba atómica rige hoy el devenir de Oriente y Occidente. Es la amenaza velada de Vladimir Putin y, en breve, hará también las veces de cortafuegos del recién elegido presidente Donald Trump. Algo habitual dentro de los arsenales de las grandes potencias, vaya. Sin embargo, hubo un tiempo –la Segunda Guerra Mundial – en el que los arsenales del Viejo Continente suspiraban por hacerse con ella y rabiaban porque su adversario no avanzara en su diseño. Una guerra atómica en la que valía todo, como demostró Gran Bretaña al enviar a un grupo de paracaidistas hasta Noruega para destruir las instalaciones de agua pesada del Tercer Reich. Y así lo contó en ABC el periodista del ‘Daily Express’ en Estocolmo, J. D. Masterman.En palabras de Masterman, la búsqueda de la bomba atómica, la misma que había sido arrojada diez jornadas antes sobre Hiroshima , fue parte de «la guerra secreta que, paralelamente, se libró con la guerra oficial, y cuya duración fue [también] de cinco años». El Tercer Reich comenzó su carrera nuclear en Noruega poco después de hacerse «con una gigantesca instalación hidroeléctrica en Rjukan, a unos 150 kilómetros al oeste de Oslo». Desde el principio, Adolf Hitler entendió que dicho complejo debía convertirse en el corazón de las investigaciones teutonas sobre el explosivo. «Esa fábrica iba a ser la cuna de la bomba atómica, el centro de investigación del que era su principio esencial, el ‘agua pesada’».Lucha por el agua pesadaPero… ¿qué diantres es este compuesto, clave para el alumbramiento del arma más mortífera de la Segunda Guerra Mundial ? Según Masterman, el agua pesada había sido descubierta en 1930 en Estados Unidos y «contiene átomos de hidrógeno dos veces más pesados que los contenidos en el agua ordinaria». La sustancia por sí sola no tenía valor, pero se convertía en determinante mediante un complejo proceso. «En opinión de los hombres de ciencia de todo el mundo, al tratar el metal uranio con agua pesada, bajo una fuerza extraordinaria, se podría escindir el átomo de uranio y liberar así una energía catastrófica». El proyecto fue bautizado como V-3 en recuerdo de las bombas V-1 y V-2 , ideadas por los alemanes en el conflicto.Noticia Relacionada estandar No Los experimentos nazis en seres humanos, explicados por un médico de Hitler: «Les inyectaron tifus» Manuel P. VillatoroLa fábrica de Rjukan se convirtió, así, en el secreto mejor guardado de la Alemania nazi. Al menos de cara al exterior, pues los ministros Fritz Todt, militar e ingeniero, y Albert Speer , el arquitecto favorito de Hitler, recibieron en la capital del Reich «al gerente del lugar» para felicitarle cara a cara por sus proyectos y sus avances. No sabían, sin embargo, que el jefe en cuestión tenía la suficiente conciencia como para avisar a los aliados de lo que allí se barruntaba. «Dio la alarma entre los noruegos. Estos respondieron, y sobre todo uno de ellos, Leift Tronstad, un profesor de química de cuarenta años de edad que había trabajado en la división del átomo, en la fábrica, durante varios años. Quemó sus papeles y, con varios de sus colaboradores, huyó a Inglaterra».Como era de esperar, Tronstad informó a los británicos sobre los planes de Hitler y estos, ávidos de dar un golpe definitivo, decidieron valerse de sus comandos, soldados entrenados en el arte de la infiltración que ya habían demostrado su valía en operaciones como las acometidas en el norte de África, para hacer saltar por los aires los sueños nazis de conseguir la bomba atómica. «Inmediatamente se organizó un comando especial, con su cuartel en una pequeña población escocesa. En el comando figuraba un grupo de paracaidistas con entrenamiento especial, y entre los paracaidistas había noruegos». La operación consistiría en lanzarse en planeadores sobre la región (técnica utilizada en el Día D ) y sembrar el caos en la fábrica.Misión suicidaLa misión empezó el 18 de noviembre de 1942, cuando cuatro comandos descendieron en paracaídas sobre Hardanger para señalar las zonas de salto al grueso de la unidad y preparar el terreno. «Los cuatro paracaidistas montaron una emisora al suroeste de la presa de Moesvaten, que es la que suministra la energía a la fábrica de Rjukan. Allí esperaron tres semanas, transcurridas las cuales se recibió la señal de que dos bombarderos Halifax, cada uno remolcando un planeador, transportarían a los comandos aquella misma noche». No era una tarea sencilla, aunque era clave para acabar con el peligro del agua pesada.Pero todo terminó en desastre. El primero de los bombarderos, que cargaba con todas las armas necesarias para acometer la misión, se precipitó sobre el mar del Norte por culpa de un temporal que le atacó de improviso. El segundo se vio obligado a hacer un aterrizaje forzoso después de haber dejado caer el planeador sobre Hardanger. Los comandos aterrizaron en Jaeren, cerca de Stavanger; un desastre para la misión. «Por aquel paraje vagaron los comandos durante unos días, sin comida, ni municiones, ni tiendas en las que cobijarse. Al fin se entregaron a los alemanes», reseñaba el periodista. Poco después fueron cazados y, en su mayoría, asesinados a sangre fría por los germanos.Al parecer, tras la redada alemana pasaron dos cosas. La primera, que arribaron hasta la zona 6.000 soldados de las SS dispuestos a defender la fábrica. Pero también que los cuatro primeros paracaidistas radiaron un mensaje a Gran Bretaña para solicitar auxilio. La respuesta fue tajante: «No moverse del sitio. Volveremos». Y lo hicieron, aunque tres meses después por culpa del pésimo tiempo y con una unidad de apenas seis comandos. La misión no fue mejor. «Esta expedición comenzó tan mal como la primera. Los seis paracaidistas cayeron a cuarenta kilómetros del lugar […] preparado. Más de una semana tardaron en encontrarse y, en la noche del 25 de febrero de 1943, emprendieron todos la marcha hacia Rjukan».Noticias Relacionadas estandar No «Una lluvia de fuego me envolvió» Las confesiones de Adolf Galland, el piloto nazi más letal, en su batalla final Manuel P. Villatoro reportaje Si ‘Camaradas’ nazis en la StasI Rosalía Sánchez | corresponsal en berlínSi el aterrizaje había sido un desastre, la misión se convirtió en un éxito. Uno por uno, los comandos accedieron a la fábrica a través de un hueco destinado a los cables de alta tensión. Después, aplicaron explosivos plásticos en todos los barriles de agua pesada que hallaron y, en general, en cualquier elemento que pudiesen utilizar los nazis para elaborar su bomba atómica. Entre ellos, la sala en la que guardaban sus existencias de radio y uranio. «Veinte minutos después, los alemanes se habían quedado sin agua pesada, sin uranio, sin radio y sin laboratorio». Como una centella, los soldados se marcharon de allí «esquiando a través de Noruega». Unos 600 kilómetros después ya estaban en territorio seguro.Pero no acabó en ese punto la aventura. Ese mismo año, y según el periodista noruego, los germanos consiguieron reparar las instalaciones e iniciar de nuevo sus investigaciones. «En abril de 1944, Escocia averiguó que los alemanes habían logrado almacenar doce toneladas de agua pesada, la que se proponían enviar a Austria, donde iban a fabricarse las primeras bombas», añade el autor. El preciado material salió de Rjukan en un tren de mercancías que ya tenían en su visor los comandos británicos y pronto arribó hasta la costa, donde le esperaba un ferry. La única oportunidad era hundir el buque en mitad del lago. «Los tres comandos dejaron caer una potente carga magnética sobre el lago, para contemplar poco después las llamas que se elevaban sobre las aguas al chocar el bombo con la mina», finaliza.

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