Al alborear, no retornaron alegres sus cielos. Abrasaban, eran de escarlata. Se apropiaron las llamas de la madrugada, joven y vivaracha, del júbilo de sus horas. Era diciembre, del que agarrota. Quisieron arriba reclutar a noctámbulos, que en paz descansan. A unos ochenta, aquella noche. Bien se acuerda Tomás Marcos, uno de los bomberos que acudieron al número 20 de la calle Alcalá aquel día:«El mayor incendio que ha sufrido la ciudad, en cuanto a siniestralidad de personas fallecidas».Todos la recuerdan. Envuelta en nubes de lumbre, reducida a escombros. Rememora Tomás cómo la popular discoteca ardía sin control. «Aquello era un infierno. Una dotación entró por la salida de emergencia de la calle Arlabán y otra por la principal de Alcalá, donde murieron apelotonados la mayoría de los jóvenes. A ochenta metros, desde la salida de humo hasta donde se había originado el fuego, en la última de las plantas subterráneas, me abrasaba vivo. Tenía a Mariano atado al mosquetón. La densidad del humo opacaba las luces de nuestras linternas. Tardamos unos dos minutos en recorrer aquella distancia. Andaba hacia delante pisando muertos. Hasta 700 grados decían que aguantaban nuestros cascos. El mío aquella noche se derritió», cuenta en conversación con este periódico, trasladado al Parque de Bomberos número 2 de Madrid.Cuatro minutos tenían Tomás y su equipo para llegar al lugar del suceso desde que recibieron la llamada de la central de comunicación. «En función del tipo de siniestro, se activan determinados medios. Debemos ser rápidos, nos equipamos por el camino. Importante, en estos casos, los equipos de respiración autónoma y los equipos para extraer el humo. Un incendio de estas dimensiones necesita mucha equipación. En estas situaciones se desplaza casi medio servicio. Hablamos de unas sesenta personas. La buena organización nos la otorga la experiencia. El bombero se hace a través de los años», añade César, bombero e hijo de Tomás, a la vez que evoca el incendio que derribó, el 18 de diciembre de 1998, dos plantas de la mítica sala Joy Eslava.Noticia Relacionada Juan Carlos, geo en la operación del piso de Leganés reportaje No «Torronteras le gritó: ‘¡No te muevas!’… Y a continuación, ¡boom!» Pablo Muñoz El relato de un agente que actuó contra la célula tras los atentados del 11 de marzo estremece. Sabían que podían morir y eligieron cumplir con su deberTomás ingresó en el Cuerpo de Bomberos de Madrid en 1963. Aquel mismo año, siendo aún aspirante a la profesión, acudió al incendió que asoló los tendidos superiores de la plaza Monumental de Madrid. Señalan que entonces toda la cubierta era de madera de pino, y que las llamas devoraron velozmente la circunferencia completa, las galerías de acceso y el tejado. Ocurrió un domingo, 7 de julio, pasadas las 22.30 horas. La enorme humareda engulló el albero en tan sólo unos instantes. Las andanadas eran de fuego. Entonces el periodista César González-Ruano escribía lo siguiente en las páginas de este diario: «Es mucho toro una plaza ardiendo y poca espada para su furia la manga de un bombero». Los últimos rescoldos no desaparecieron hasta doce horas después. La Policía barajó hasta tres hipótesis, pero lo que sucedió aquella madrugada nunca ha llegado a aclararse.La tragica noche que acabó con Alcalá 20 ABCBien podríamos decir que fue la primera intervención de Tomás como bombero, «aunque aún no lo fuera del todo». Tenía 24 años. Desde entonces, y hasta que se jubiló en 2003, han sido cuatro décadas de no parar. Se recuerda en el Parque de Bomberos número 1, el de Santa Engracia: «Veía a los veteranos escalando por las fachadas y me comenzaban a temblar las piernas. Iban como gatos. Aquello no me producía miedo, sino terror. Recuerdo el primer día que llegué. Me hicieron descender, sin estar entrenado, de una escala de madera de veinte metros de altura. Esto tiene que ser así, me dije. Y, con mucho miedo, lo hice. Lo peor era cuando sonaban las alarmas. Pánico. Pero como hemos mencionado anteriormente, te haces con los años, y termina siendo un trabajo como otro cualquiera». Preguntamos si, en algún momento, se le pasó por la cabeza que aquello no era para él. Recibimos un no rotundo. «Y eso que ha habido cosas malas». Evoca, de nuevo, Alcalá 20.No obstante, el incendio que Tomás recapitula con más frecuencia es el que se originó en una farmacia militar, en Embajadores. Entonces contaba ya con unos diez años en el Cuerpo de Bomberos . Indica que era verano. Y que lo provocó la caída de un frasco de éter –que a los cuarenta grados es explosivo–. «Los sótanos contaban con 50.000 litros de alcohol. Toda la zona fue desalojada. Pero a mi compañero Blas García y a mí nos cogió una explosión de uno de los bidones de éter. Salimos envueltos en llamas. Me quemé un pie, una mano y un brazo, parte de la espalda… Estuve de baja una larga temporada. Ahí sí que tuve miedo. Durante mucho tiempo, me despertaba en mitad de la noche pegando un brinco enorme». Señala César que los equipos de entonces no son los de ahora: «Las chaquetas eran de algodón, se adentraban a los incendios con pocos medios materiales, la equipación era muy básica –el caso, americano, no tenía nada que ver– y las condiciones, en general, no eran las mismas. Podrías encontrarte lo que fuera». «Las discotecas, por ejemplo, no contaban con mucha normativa. Entonces todo valía y no había ningún tipo de protocolo de prevención. Había, en general, mucho desconocimiento», interviene Tomás. Asesinato de Carrero Blanco en 1973 abcPorta consigo una delgada carpeta negra con varias fotografías en su interior. En todas aparece un Tomás más joven, vestido de uniforme. Hay varias instantáneas del bombero en México, cuando un desvastador sismo en la Ciudad de México, el 19 de septiembre de 1985, se apropió de miles de vidas. Se aprecia a Tomás junto al cónsul mexicano, haciéndole entrega de una placa, y al entonces director general de Protección Civil y Emergencias de Madrid. En otra de ellas, aparece frente al Hotel Finisterre, completamente devastado por el terremoto. «Estuvimos unos diez días. Las cifras nunca fueron claras, pero varias organizaciones, como la Cruz Roja Mexicana, estimaron que murieron alrededor de 20.000 personas. Tuvimos que volver. No querían que contrajéramos ninguna enfermedad. Recuerdo que nosotros queríamos estar allí, ayudando», apunta. En el resto de fotografías, más rescates junto a Protección Civil ya en Madrid y junto a sus compañeros en el Parque de Bomberos. Las historias de Tomás son inumerables . «¡No terminaría nunca!»: un siniestro en Las Ventas, otro en un banco en Barajas, una enorme explosión por un depósito de gas en el paseo de las Acacias, un incendio en una fábrica de colchones, que tuvo lugar en Vicálvaro en 1964… Se le viene a la mente el asesinato de Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973:«Aquello no se lo creía nadie. Llega ‘El Willy’ –Enrique López– y comunica que ha aparecido, de repente, un coche en el patio interior de un convento, que no tenía acceso de carruajes. Que salió volando y que se metió en la terraza. De verdad que no nos lo creíamos. Pero así fue. Nos presentamos en Claudio Coello para bajar el vehículo». El 11M, el día que la capital amaneció en llantos AFPLo que más recuerda César que se vivió con dificultad fue el 11M. Hace hincapié en la secuela del después de un siniestro como este. Que deben hacerse pellejo fuerte, una costra, dice. «No empatizar mucho con lo que estás haciendo». «El equipo tuvo asistencia psicológica, pero las terapias realmente se hacían por las tardes, cuando se juntaba el turno», cuenta. Se acuerda de lo mucho que se hacía mención sobre el sonido de los teléfonos móviles, sonando durantes horas, mientras se sacaban los cuerpos. «Los llamaban los familiares, estaba prohibido cogerlos. Aquel sonido se convirtió en un recurrente en las cabezas de muchos compañeros».
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