Una generación sin conexión

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Una generación sin conexión

Estamos a punto de asistir al nacimiento de una nueva tendencia: la de los jóvenes que salen de casa sin móvil . La comenzará uno solo, el pionero, un chaval aparentemente normal y quizá algo malote al que llamaremos Mateo. Porque todos los chavales de ahora se llaman Mateo, ya no hay Pepes, Curros ni José Marías: solo Mateos. En cualquier caso, el nombre del tipo es lo de menos, lo importante es que nada nos hará pensar que tras sus parietales afeitados y ese flequillo como de llama andina, Mateo escondía una mutación actitudinal nacida por generación espontánea que le haría romper las cadenas que le convertían en esclavo. Pero así será. Seguramente lo haga sin darle demasiada importancia, puede que simplemente un día se le olvide el iPhone en casa y, tras un par de horas con cierta ansiedad, termine por olvidarse del tema. Y quizá en ese intervalo se encuentre con una chica a la que llamaremos Claudia. Porque todas las chicas de ahora se llaman Claudia, ya no hay Auroras, Consuelos ni Maripilis: solo Claudias. Como las ciruelas. Mateo le dirá a Claudia que pruebe a apagar el móvil, que él lleva todo el día sin él y que la vida es mucho mejor así, sin fisgar compulsivamente fotos en Instagram ni sentirse obligado a responder instantáneamente a doce chats de WhatsApp . Tras alguna duda le hará caso y vivirán una noche fantástica, centrados el uno en el otro sin interrupciones, comodines ni subterfugios. Y la experiencia les gustará tanto que el sábado siguiente se buscarán y se encontrarán a la misma hora en el mismo sitio, sin móvil, a pecho descubierto y buscando perderse el uno en el otro sin nadie que los controle, nadie que los geolocalice, con un aislamiento total, una libertad absoluta , una incomunicación casi ancestral y dispuestos a descubrir el mundo por primera vez, como si lo acabaran de pintar.La ley del péndulo: tras la derecha viene la izquierda, tras la tontería ‘woke’ de la década pasada viene la reacción contraria a estaOtros se fijarán en ellos y comenzará una ola de chavales ilocalizables que, a su vez, dará lugar a una ola de padres en comisarías, denunciando desapariciones extrañas que durarán apenas unas horas. Pero la ola se hará cada vez más grande y, poco a poco, salir con móvil será interpretado como algo de gente mayor, solitaria y emocionalmente inestable. Serán los propios padres -los verdaderos adictos y los únicos culpables – los que obliguen a los chavales a llevar el móvil, pero estos interpretarán esa imposición como algo pasado de moda, como una costumbre perniciosa que les arrebataba la dignidad y, por ello, se negarán a la tiranía de la localización constante, como si fueran perros, y a la locura de ese cordón umbilical digital y eterno que no les permite estar solos del todo. Es decir, que no les permite ser ellos mismos del todo. Esa será la firma generacional, la ley del péndulo: tras la derecha viene la izquierda, tras la tontería ‘woke’ de la década pasada vino la reacción tradicionalista de esta, y tras una generación de madres adictas al teléfono surgirá una generación de hijas estampando móviles en las paredes.Mateo será nuestro Adán, un nuevo ‘homo antecesor’, el individuo cuya hazaña se interpretará al mismo nivel de la del homínido que bajó del árbol por primera vez y se irguió, dando los primeros pasos para el desarrollo de nuestro cerebro. Claudia será nuestra Eva. La manera de ambos de rebelarse ante la basura que les hemos impuesto será desmarcarse de ella y volver a la felicidad de un bolsillo con tres billetes, dos llaves y un paquete de Lucky. La hiperconexión no es el futuro sino el pasado . La conectividad limitada no es el pasado sino el futuro. Y el presente, algo de lo que nos avergonzaremos no tardando, mientras nos preguntamos cómo pudimos ser capaces de hacerles eso a nuestros hijos.

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