Alessandro Baricco: «La enfermedad te cambia la vida, pero no la escritura»

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Alessandro Baricco: «La enfermedad te cambia la vida, pero no la escritura»

Alessandro Baricco (Turín, 1958) saluda y sonríe bajo un sombrero negro. Lleva las manos protegidas por unos mitones claros que lo acompañan desde hace años. Hay algo frágil y elegante en sus gestos, en su dicción suave, algo que también está en su prosa: un funambulismo muy concreto y delicado que une dos mundos como se unen dos cuerpos. Baricco, que está de vuelta de una leucemia que lo llevó dos veces al quirófano, empezó a escribir su nuevo libro sin saber si iba a publicarlo. «Pero es muy triste escribir solo para uno mismo», dice el hombre, ya con la edición española de ‘Abel’ (Anagrama) entre las manos. Es su primera novela en nueve años, y es un wéstern , solo que metafísico. Lo protagoniza el mejor tirador del Oeste, Abel Crow, pero a mitad de viaje deja de disparar; hay una frontera, pero no es terrestre: es la que separa lo visible de lo invisible, los vivos de los muertos.—Entonces, ¿por qué no pensaba publicar ‘Abel’? —Porque he escrito muchos libros [ y sonríe]. Había pensado: bueno, ya basta. Pero el ejercicio de escribir para mí es muy importante. Es una práctica. Como la plegaria, como hacer yoga, como la meditación. Es algo que necesito, porque me hace encontrar un equilibrio. Así que me puse a escribir. Escogí el wéstern porque es un género que me gusta mucho. Además, es más fácil escribir dentro de un género, porque ya hay una serie de reglas fijas. Tanto el lector como yo sabemos las reglas, y a partir de ahí doy rienda suelta a la imaginación, a mi locura. En fin, yo lo escribía para mí, pero un día le di un capítulo a mi mujer y mis hijos y entonces entendí que escribir tan solo para uno mismo es algo triste. Recordé lo bonito que es que un lector viva en tus palabras. Así que cogí el libro y lo rediseñé para que cualquiera pudiera leerlo. Porque al principio era un montón de imágenes sin conexión. Fue un proceso extraño, sí.—Hay una idea recurrente en el libro, y es que el tiempo no es lineal: en algún momento se quiebra y ya no existe pasado ni futuro, ni antes ni después. Se lo explica una bruja al protagonista. —La vida en cierto momento nos obliga a reconocer que la concepción del tiempo como algo lineal no logra recoger todo lo que pasa en la vida. Comenzando por el ritmo del nacimiento y de la muerte. Es estúpido concebir que hay un principio y un final. Hay muchas personas que nacen a mitad de camino. Que mueren durante seis años y luego vuelven a vivir otros cinco años. Es un tema fascinante. —La frontera de este wéstern no es terrestre sino conceptual: es la que separa lo visible de lo invisible, lo físico de lo metafísico, los vivos de los muertos. —Ese era el plan, sí. Cuando se escribe una historia de frontera, el wéstern es una de las posibilidades. Y el género lleva nuestros pensamientos a una lógica de frontera: eso me interesa, la línea que se marca entre el bien y el mal, entre los culpables y los inocentes, entre los vivos y los muertos. El wéstern te obliga a estar en este espacio. Pero hay más fronteras. La costa es una frontera, también, y eso está en mi libro ‘Océano mar’. A menudo llevo mis historias a una frontera, a un límite, porque allí me parece que puedo entender mejor el mundo. «La concepción del tiempo como algo lineal no logra recoger todo lo que pasa en la vida. Es estúpido concebir que hay un principio y un final» —Otra de las constantes de su obra es el viaje, la transformación a partir del viaje. ¿Hay algo de usted ahí?—Yo he viajado mucho, pero he viajado mucho tras mis libros, casi siempre de manera profesional. Nunca he sido una persona que haya viajado por el gusto de viajar. Pero he viajado mucho con la cabeza. Nunca me quedo en un mismo sitio. —Abre el libro con una advertencia: «Si, al crear un no-lugar como este, he podido ofender la sensibilidad de lectores concretos o de comunidades enteras, lo lamento. Aunque tampoco mucho, he de admitirlo, porque la libertad más absoluta es el privilegio, la condición y el destino de toda escritura literaria». ¿Siente que hoy esa libertad está en peligro?—Hoy en día existe la filosofía de lo políticamente correcto, que es legítima, pero es muy pesada, sobre todo para aquellos que nos dedicamos a los oficios creativos. Puede ser invasiva, puede ocupar mucho espacio. Y si uno se va a poner a escribir un wéstern, se encuentra un terreno minado. Por ejemplo: tan solo el nombre de los nativos ya es algo que se debate. Escribí esas pocas líneas para decir que este libro es sobre todo un libro libre, que no tiene miedo a la incorrección política [hace una pausa]. La libertad hay que defenderla. Tenemos que mostrarnos muy duros contra cualquier tipo de censura. —…—La libertad de la literatura también es un riesgo. Porque hay libros que pueden tener efectos negativos. Negativos desde un punto de vista social. Pero es un riesgo que tenemos que correr. Es un precio que tenemos que pagar. Porque necesitamos una enorme libertad si nos dedicamos a la literatura.—Hay un momento en el que el protagonista de la novela, Abel Crow, el mejor pistolero del Oeste, deja de disparar. ¿Usted podría dejar de escribir? —De escribir no, nunca, porque la escritura forma parte integral de mi vida. Pero ya van años que no disparo [y sonríe de nuevo]. He dejado de considerar este oficio como un oficio competitivo, de lucha contra un sistema o contra otros rivales. No, ya no disparo, desde hace muchísimo tiempo. Pero sí escribo [hace una pausa]. Aunque deja de disparar, Abel sigue llevando siempre las pistolas encima, porque son elegantes. Y su hermana le dice: tú, en cualquier caso, vas a disparar siete veces más antes de morir. Y yo creo que es algo que es aplicable a mí también. No sé si tendré siete, pero tal vez me quedan dos o tres disparos más.—No ha bajado la guardia, entonces.—La he bajado muchísimo. Pero a veces sucede algo que te lleva otra vez a posar la mano sobre la pistola [y se la lleva al bolsillo]. «La libertad de la literatura también es un riesgo. Porque hay libros que pueden tener efectos negativos. Pero es un precio que hay que pagar»—Hallelujah, la mujer del protagonista, es quien le empuja a este a entender qué significa matar a un hombre, cómo matar violenta la condición humana. En su caso, el amor es una forma de conocimiento. —Esto es algo singular para un wéstern. Porque los personajes femeninos en los wéstern cuentan muy poco o son casi inexistentes. Y sin embargo en ‘Abel’ hay tres figuras femeninas que son determinantes: la madre, la bruja y Hallelujah. Y al final él es esculpido por estas tres figuras femeninas. Esto no es ningún precepto de vida, pero es cierto que a mí las mujeres me han enseñado muchísimo, y eso lo he plasmado en mis libros, donde a menudo los personajes femeninos son más fuertes. Si pensamos en ‘Seda’, es una historia de mujeres. El hombre es un elemento pequeñísimo ahí. —La enfermedad, ¿le ha cambiado como escritor? —No. La enfermedad te cambia la manera de vivir, pero no la escritura. Cambia mucho la percepción que tienes de ti mismo. Pero es que los libros son en un setenta u ochenta por cierto el resultado de un trabajo manual. Y las manos… las manos no se dejan influenciar tanto. Yo creo que ‘Abel’ es un libro típicamente mío, no se percibe una diferencia con las obras anteriores. No se puede decir que marque un antes y un después, o por lo menos yo no lo veo de esa manera. —Aunque es algo común en sus novelas, aquí se trata mucho del tema de la trascendencia, de Dios, de la muerte. —Creo que empecé a hablar de la muerte en mis libros a partir de los cuarenta años [se para a pensar]. La enfermedad ha sido muy importante para dictar la manera en que vivo mi oficio. Pero no en el movimiento de las manos. —¿Ayuda la lectura en los peores momentos?—Cuando pasamos por momentos muy duros, la lectura es un cansancio insostenible. Es mejor la música. «La inteligencia artificial hace cosas mucho más complicadas y útiles que escribir un cuento»—Se cumplen treinta años desde que fundara su escuela Holden de escritura. Son, también, tres décadas de reflexión sobre su oficio. ¿Le preocupa ahora que la inteligencia artificial termine escribiendo mejor que los humanos?—No, no me preocupa. —…—La inteligencia artificial hace cosas mucho más complicadas y útiles. Si me hablas de inteligencia artificial, yo automáticamente pienso en qué puede hacer en el campo de la medicina, tal vez por la experiencia que he tenido yo. Dentro de diez o quince años, ya no se van a cometer muchísimos errores que hoy se cometen. Si pensamos en eso, el hecho de que una máquina pueda escribir un cuento con el estilo de Baricco… Bueno, no lo creo. —Por cierto, ¿por qué el wéstern ha impactado tanto en Italia?—Ah, eso no lo sabe nadie [entre risas]. Es algo inexplicable.

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