Carlos Núñez Cortés: «Entregué mi alma a Les Luthiers y lo pasé tan bien…»

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Carlos Núñez Cortés: «Entregué mi alma a Les Luthiers y lo pasé tan bien…»

Carlos Núñez Cortés (Buenos Aires, 1942) sonríe. Sonríe mucho. Aparenta felicidad y la contagia. No resulta extraño; durante medio siglo hizo reír a miles de personas como integrante de Les Luthiers . Hace diez años Carlitos -como le llamaban sus compañeros- decidió bajarse del escenario (lo hizo definitivamente en 2017) y encontró otro compañero de viaje: la escritura. ‘Los juegos de Mastropiero’ y ‘Memorias de un Luthier’, fruto de sus cincuenta años vestido de esmoquin, fueron los dos primeros. Ahora acaba de publicar ‘Es que me pasaron muchas cosas en la vida…’ (Libros del Kultrum). En él relata esas ‘cosas’ que le pasaron a lo largo de los años y trata con ello de contestar si hay vida más allá de Les Luthiers. —Dice que todo lo que cuenta es verdad.. Los italianos dicen que «se non è vero, è ben trovato»…—En este libro -ríe- ‘tutto è vero… ma essagerato’.—Le ha cogido usted el gusto a escribir…—Los otros dos libros los escribí a lo largo de los años, tienen mucha historia detrás; eran los dos libros que se necesitaba sobre Les Luthiers, dos tratados no demasiado serios, pero sí muy elaborados y muy específicos, Y pensaba que mi carrera como escritor se había acabado; pero mis editores de Libros del Kultrum me desafiaron: ¿para cuándo el tercer libro? Y pensé: puedo contar mi vida cuando me bajaba del escenario. Yo escribí mucho a lo largo de mi vida: cositas sueltas, recuerdos, anécdotas… Empecé a revisar y me encontré con una gran cantidad de material. Les mandé a los editores una decena de historias y les dije que tenía muchas más, que solo tenia que sentarme y escribirlas. Me dieron el ok y en un año recopilé todo ese material, lo escribí lo mejor que pude, lo corregí lo mejor que pude (gracias a una amiga madrileña que me ayudó un poquito) y aquí está el libro.—Y es más personal…—Claro… He hecho submarinismo, he buscado caracoles… He ido a las islas más increíbles que se pueda uno imaginar. He recorrido muchísimo y siempre con mucho afán de ver y de aprender. Y en el libro hay un montón de vivencias que me representan como un individuo polifacético y que está tratando de vivir una vida lo más intensa posible.—¿Está entonces de acuerdo con Miguel Rellán, que me dijo que le molesta la gente que dice ‘Yo ya no…’?—Absolutamente. Hay gente que a medida que avanza la vida se vuelve así; naturalmente vamos perdiendo facultades, qué sé yo, nos va engrosando la panza, y vamos… Yo no soy de esos, yo soy inquieto por naturaleza. Tuve la suerte de conocer a esta niña que está acá -su mujer, mucho más joven que él-, que me agarró en un momento de mi vida y… Hace ya veinte años que estamos aquí. Me quedan todavía un montón de cosas por hacer.—¿El libro le ha servido para reflexionar, para divertirse, para darse cuenta de cosas que sabía pero que a lo mejor tenía olvidadas, de lo bien que lo has pasado en la vida…?—Esto último tal vez es lo único que podría rescatar de todas sus suposiciones. Porque lo he pasado tan bien, estoy tan agradecido… La vida que he llevado se la debo a un encuentro que tuve hace 50 años en un coro de la Facultad de Ingeniería de Buenos Aires. Fue tan brutal ese cimbronazo que me arregló la vida haber entrado en un grupo de adolescentes medio intelectualoides, melómanos perdidos todos, y con un sentido del humor impresionante dentro. Y cuando entras en un grupo así, en el que te sentís tan identificado, pues te entregás de alma. Y yo entregué mi alma a Les Luthiers. —Pero en 2017 decidió dejarlo… —Sí. Dije: bueno, listo, se acabó. Me despedí en muy buenos términos con mis compañeros y ahora estamos viajando y disfrutando la yapa. ¿Sabés lo que es la yapa? Es un término argentino: vos estás comiendo un postre que te gusta mucho y cuando terminás viene el mozo y te dice, ¿le gustó? ¿quiere la yapa? entonces ponés el cucharoncito y te agrega un extra. Y yo estoy en la yapa que me brindó la vida, a eso me refiero.—Se lo ha pasado bien escribiendo este libro…—¡Pero no sabés cómo! Cuando lo terminé me quedé pataleando en el aire, como dicen, y pensando: ¿ahora qué voy a hacer? Porque me he divertido tanto, primero recordando las anécdotas y después escribiéndolas… Daniel Rabinovich, que era de lejos el más cómico del grupo, me decía en las fiestas, cuando había invitados, que contara esta o aquella anécdota… Y yo la contaba, y cada vez que lo hacía me salía más fluida, la actuaba más y hasta inventaba cosas.—¿De alguna manera el ‘personaje’ de Les Luthiers fue tomando forma en usted?—Sí; cuando empecé en el grupo yo no abría la boca, no me adelantaba en el escenario ni hacía ningún papel. Me limitaba a tocar el piano, porque era el que mejor tocaba, y los instrumentos informales que me tocaron: el tubófono, el glisófono.. Pero actor, jamás. No me había subido a un escenario nunca, ni siquiera cuando era niño en una obrita de fin de año. Jamás. Pero fui cogiendo confianza y de pronto sentí una sensación muy hermosa, cuando algo que tú dices causa mucha gracia en el público; es muy placentero.—¿Y se va a animar con un cuarto libro?—No, no creo. Sinceramente, no. De vez en cuando le digo a Vale [su mujer] que le falta algo a este relato o a este otro… Pero los cuentos están.«El día que vendí mi camioneta»Cuando se le pide a Carlos Núñez Cortés que destaque alguna anécdota de las que cuenta en el libro, piensa un momento, dice: «¡Hay tantas! En este libro se mezcla, la realidad con la ficción; la ficción simplemente en cómo las cuento; hay algunas historias muy jugosas a las que se pueden añadir cosas inventadas, y otras que se ajustan más a la realidad. Hay un par de historias medio trágicas, muy, muy bravas, que me sucedieron y las conté.», pero no tarda en elegir una, en la que cuenta el día en que decidió vender su coche. La ha titulado ‘El gallo cantó tres veces’: «Yo estaba desesperado, necesitaba plata… para comprar otro auto. Puse un aviso en el periódico y me llamó una persona; me dijo que le gustaría ver el auto primero y fui a verlo. Vivía en el barrio de Balvanera, el barrio judío. Salió una persona memorable, con su barba y sus ‘peyet’, esos rulitos que llevan los judíos ortodoxos. Empezamos a charlar y dimos una vuelta a la manzana en el auto. Me dijo que le gustaba mucho la camioneta, que la quería comprar y que me ofrecía 9.000 pesos. Yo había puesto en el anuncio 11.000 pesos, que era lo que necesitaba, y empezamos el regateo.. En un momento determinado, el tipo se detuvo y me dijo: ‘Décime, querido, ¿cómo te llamas vos?’ ‘Carlos Núñez Cortés’, los dos apellidos de mi padre, un murciano de Cieza. ‘¿Y tu mamá? ‘Julia Alazdraqui’ ‘Entonces vos sos judío’. Le dije que no; ‘No soy religioso, ni siquiera soy católico. Me bautizaron de pequeño pero actualmente soy ateo’. Y no es que reniegue del judaísmo, todo lo contrario. Y el tipo me dice:’Pero para nuestra ley, el hijo de madre judía es judío. ¿Te han puesto algún día los tefilín (unas correas de cuero que se ponen en los brazos, y que llevan una cajita con fragmentos de la Torá)? ‘No’, le dije; yo sabía que en la religión judía hay que pasar por ese trámite. ‘Si me dejas que yo te los ponga, te compro el auto’, me dijo. El tipo lo consideraba una buena obra de bien, rescatar un alma así del mar de los impíos y convertirla al judaísmo’. Y yo le dije:’Pero escúcheme, don José, ¿esto no estará prohibido o será un pecado?’ ‘No, es una obra de bien’. Y ahí está la foto, en el libro. Me dio los 11.000 pesos. Se lo conté a un amigo mío judío, Luis Gutmann, antes de incluirlo en el libro, porque no quería ofender o molestar, y me dijo: ‘Carlitos el relato es delicioso, es muy lindo’».

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