El cañón de un carro de combate M48A3 apunta al recién llegado. Su intimidante tonelaje queda domesticado por la afable bienvenida de los anfitriones, seguida de una invitación a franquear la entrada de la Residencia de Veteranos de Taoyuan. Reposa mansa la mole metálica, los días de sangre y fuego ya distantes, bajo el plácido clima taiwanés. También los residentes, que inician la jornada ejercitándose al unísono en la plaza central; artríticos movimientos al ritmo de una melodía lúdica, casi infantil, ametrallada desde los altavoces a volumen ensordecedor. La canción termina por fin, devolviendo el delicado trino matinal de los pájaros. Aparece entonces Sun Guo-xi arrastrando orgulloso su silla de ruedas, un hito a sus 104 años, demostración de una fortaleza que sostiene toda su biografía: quien saluda es uno de los últimos supervivientes de la guerra civil china, conflicto irresoluto que casi un siglo después divide hoy a China y Taiwán , cuyo desenlace marcará más que ningún otro el devenir del mundo. La isla, independiente ‘de facto’, representa para el régimen comunista una provincia rebelde a la que nunca ha renunciado a someter por la fuerza. Esa misma fuerza que confrontaron Sun y sus desaparecidos compañeros de armas, un pasado futurible.Los marchitos dedos del anciano cuentan los años según el formato tradicional, y las dunas del tiempo se vuelven aún más confusas. Con la vista fija en ellos asegura haber nacido en el noveno de la era republicana, es decir, 1920. Basta un adjetivo para describir su infancia en un pueblo de la provincia de Hubei. «Dura, muy dura». «De aquella no había escuelas, aprendimos a escribir caracteres en la arena porque no había papel. Comíamos verduras silvestres y ese tipo de cosas, a diferencia de los jóvenes de ahora en Taiwán, que tienen de todo».Noticia Relacionada estandar Si Taiwán aprende a defenderse de una invasión china Pablo M. Díez Academias privadas y campos de tiro adiestran militarmente a los civiles para una hipotética guerra porque Pekín redoblará su presión al nuevo presidente, William Lai, quien toma posesión este lunesAcababa de cumplir los diecisiete cuando emisarios del ejército aparecieron en su aldea para reclutar soldados. Era septiembre de 1937; apenas dos meses antes, Japón había lanzado la invasión total de China tras el incidente del Puente de Marco Polo. «Nosotros éramos jóvenes, no entendíamos nada», rememora Sun. «Necesitábamos dinero, así que nos alistamos».«Nos llevaron en trenes hacia Changsha y, después de tres meses de entrenamiento con armas, nos mandaron a luchar contra los japoneses». Sun fue destinado a Nankín (Nanjing), la por entonces capital, no para defenderla sino para abandonarla. Mientras tanto, las tropas niponas cometían todo tipo de atrocidades contra la población local, infame episodio conocido como la violación de Nankín, que dejó unos 300.000 civiles asesinados.Luchas pasadasLa ocupación supuso un paréntesis en la contienda interna que sacudía al país: la guerra civil entre los comunistas de Mao Zedong y los nacionalistas de Chiang Kai-shek. «El ejército tenía más de seis millones de hombres en total. Tras la victoria contra los japoneses, todos fueron desmovilizados y mandados de regreso a casa, pero los gobiernos locales no podían pagarles salarios, ni siquiera alimentarlos, así que Mao aprovechó esa oportunidad«, relata.Acto seguido, entona de memoria una proclama popular: «Si Chiang no los quiere, Mao los quiere». «Sus tácticas fueron buenas, el Partido Comunista no tenía tropas, solo unos pocos de miles en Yan’an». Y sentencia: «Los comunistas no derrotaron al Kuomintang, el KMT se derrotó a sí mismo».Guerra a flor de piel Arriba, Sun Guo-xi, de 104 años. Abajo a la izquierda, Daning, joven recluta que ha terminado su servicio militar obligatorio. A la derecha, Veterano de la residencia de Taoyuan muestra tatuajes anticomunistas. J.S.Sun evoca su experiencia en el bando derrotado como una larga marcha atrás. «Con los japoneses, si perdíamos éramos capturados y decapitados. En la guerra civil fue diferente, todo retirada tras retirada». De nuevo se encontró inmerso en un lance histórico: la caída de Pekín, entonces Beiping, a principios de 1949. «Los comunistas tenían más de un millón de hombres en el noreste liderados por Lin Biao», y por sus bramidos parecería estar viéndolos de nuevo. «Embistieron desde Harbin. Protegíamos Pekín con una fuerza numerosa, pero no teníamos comida. Tuvimos que rendirnos y retirarnos a Xuzhou, donde tuvo lugar la última batalla. Después no hubo más, solo retiradas».Su particular retroceso acabó un año después en la isla Donghai. Allí, junto a dos divisiones de su regimiento, subió a una lancha de desembarco que tras ocho días de navegación tomó tierra en Kaohsiung, en Taiwán. «Tuvimos que pasar dos días más a bordo, siendo interrogados para comprobar que entre nosotros no había espías comunistas, antes de poder bajar». Sun Guo-xi, que a sus treinta años no había conocido más que la miseria y la guerra, comenzó así el resto de su vida. Pero eso no le hizo inmune a la nostalgia. Refugiado en la isla donde el KMT se atrincheró, perdió el contacto con sus familiares en el continente. «Todas las noches, cuando pasaba por la orilla del mar frente a la bahía, rompía a llorar», admite. «Mucha gente se suicidó en aquella época».«Para la mayoría es una pérdida de tiempo», dice el joven Daning sobre su «aburrida» vivencia haciendo el servicio militarSiete décadas después, Sun se aferra a ese anhelo. «Mi objetivo es ver a China reunificada, eso es lo que quiere la gente mayor como yo», asegura. «Las cosas ya no son como en los tiempos de Mao y sus purgas, ahora hay paz. Mientras no contravengas la ley, puedes hacer lo que quieras. China continental es muy estable, pronto alcanzará a Estados Unidos, pero Taiwán está en declive».Su generación, la última que luchó, es también la última para la que China y Taiwán conforman una misma nación, idea que la evolución demográfica ha ido deshaciendo. Hoy, tan solo el 1% de los menores de 35 años se considera «primariamente chino», frente al 83% que se considera «primariamente taiwanés», de acuerdo a una encuesta elaborada en 2023 por el Pew Research Center. La creciente hostilidad militar de los últimos años ha acelerado esta tendencia. «Muchos jóvenes no saben de dónde son», critica Sun. «Creen que son taiwaneses, pero Taiwán no es un país. Están confundidos».Luchas futurasDaning toma asiento en una moderna cafetería del centro de Taipéi. A sus 24 años, acaba de terminar su formación militar, cuatro meses que aún conforman una memoria reciente. «El primer mes fue una instrucción general. Nos enseñaron a usar un arma, pero creo que lo más importante era aprender a obedecer órdenes», señala. «No podías ir vestido de cualquier manera, no podías picar entre horas, no podías fumar, no podías usar tu teléfono móvil…». La disciplina contemporánea plantea exigencias propias, aquellas que corresponden a una sociedad de abundancia.«Al principio me lo tomaba como un juego. Estábamos lanzando granadas y yo lo hacía como si fueran pelotas. Pero mi supervisor me dijo que en el campo de batalla ya habría muerto, y mi perspectiva cambió», reconoce. Daning dedicó los tres meses siguientes a custodiar, rifle en mano, la entrada a un complejo militar al norte de Taipéi. Una vivencia «aburrida», pero por la que puede considerarse afortunado: ante la agresividad china, a finales de 2022 la por entonces presidenta Tsai Ing-wen alargó el servicio militar obligatorio hasta los doce meses.«Yo siento que mi vida fue interrumpida, aunque a la vez creo que es algo que tenemos que hacer», comenta. «Para la mayoría es simplemente una pérdida de tiempo». Son muchos los jóvenes taiwaneses –este medio ha hablado con varios– que recurren a estratagemas para evitar el servicio, como pasar un tiempo fuera del territorio y regresar con pasaporte extranjero.«Mi objetivo es ver a China reunificada. Las cosas no son como en la época de Mao», asegura Sun Guo-xi, veterano de 104 añosAhora que Daning trata de retomar su senda vital buscando un primer empleo tras la universidad, descubre que haber cumplido con su deber no representa un mérito. «A nadie le importa. De hecho, queda bien haberse librado, te hace parecer una persona con recursos», lamenta resignado.Mientras tanto, la sombra de un conflicto militar se yergue sobre su porvenir. Daning confiesa sentirse impotente, entumecido. «La gente aquí está acostumbrada, hacen como que no ven. Antes no lo entendía, pero ahora sí», explica, y su voz adopta un deje apesadumbrado. «Creo que este tipo de emoción tan intensa no puede mantenerse por mucho tiempo. Si lo tuviera en mente, pensaría que estoy en todo momento bajo amenaza de muerte. Es muy difícil vivir así». Muchos de sus amigos, añade, buscan la manera de emigrar a Estados Unidos.Guerra y libertadSun, en cambio, anhela ese día. «La última batalla es inevitable. Mao se equivocó, debería haber atacado Taiwán primero, así el Gobierno no hubiera tenido dónde retirarse». Futuro y pasado se funden, ambos inalcanzables, quizá por eso concluye sin entusiasmo. «En realidad, lo único que pienso es en morirme. Mis piernas no funcionan del todo, pero puedo caminar mejor que muchos a los ochenta o noventa. Ellos necesitan ayuda, pero yo no dependo de nadie: me baño y como por mí mismo, pero cuanto antes me muera, mejor. Solo espero que mis hijos y nietos vivan bien».El abuelo de Daning hubiera podido decir algo parecido. El padre de su madre llegó a la isla como tantos otros soldados derrotados del KMT, un joven pobre de la provincia de Shandong sin más opción que combatir. «No hablé mucho con él, pero a veces le oía contar historias, le gustaba hablar de su vida en China, la echaba de menos», recuerda Daning. «Creo que estar en el ejército me ha ayudado a entender mejor vidas como la suya. Me encantaría saber más historias, más detalles, para entender mejor esa época; para entender mejor la guerra y la libertad».
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