Hace más de cien años, el mercadillo navideño de la Plaza Mayor ofrece a quienes lo visitan innumerables objetos para decorar la casa o a las personas en Navidad. Cualquier figurita del Belén que pueda faltar, ese río que siempre se ha querido instalar en el Nacimiento, y todo tipo de adornos para el árbol, incluidas las iluminaciones, se mezclan en los puestos con los artículos de broma durante las semanas navideñas. Pero aunque nuestra memoria nos lleve a pensar que siempre estuvo ahí, lo cierto es que hace décadas era otro el emplazamiento de estos tenderetes, mucho menos estéticos y uniformes que los que lucen en la actualidad. De hecho, en el siglo XIX ya había puestos navideños en Madrid, donde los ciudadanos podían hacer sus compras de objetos de la estación. Pero lo habitual era que estuvieran en la plaza de Santa Cruz; ahí se implantaron, de hecho, mucho antes, en pleno siglo XVII. Al principio, dado que no era tan típico ni tan habitual adornar las casas, allí se mezclaban con los productos navideños otros de alimentación. Pero desde el XIX, se estabilizan los puestos navideños y se dicta incluso una normativa para regular la venta de los productos. Es en virtud de esa normativa cuando se fija que en la Plaza Mayor se van a vender los turrones y dulces y también los pavos, mientras que en la de Santa Cruz se establecerían los puestos donde poder adquirir las figuritas del Belén, zambombas, artículos de broma y adornos navideños al uso. Y mientras los que vendían el turrón de Jijona, el de Alicante, el pan de Cádiz, las peladillas de Alcoy o las garrapiñadas de Alcalá venían de fuera a vender sus productos, en cambio los beleneros sí que eran madrileños, especializados en construir las figuritas, las casitas y los demás aditamentos navideños.Noticia Relacionada estandar No Siete ideas tentadoras para aprovechar las vacaciones de Navidad en Madrid Rocío Jiménez La capital ofrece un sinfín de opciones para sacar el máximo provecho tanto a los fines de semana, como a los días libres de estas mágicas fechas en las que luce radiante y llena de vidaHubo otro momento en que los puestos del mercadillo navideño de Mayor tuvieron que mudarse momentáneamente: fue en los años 60, debido a las obras de construcción del aparcamiento bajo la plaza. Entonces, se llevaron a la plaza de Santa Ana. Desde 1980, los puestos con un toldito se transformaron en casetas, y así siguen, formando ya parte del decorado de la Navidad madrileña.Las fotografías reflejan el bullicio de una plaza donde abundaban los árboles de verdad, o las ramas grandes, que entonces también se usaban; y a los vendedores, a comienzos de siglo, ataviados con una especie de uniforme de trabajo. En 1955, un vendedor ofrecía molinos de cartón con nieve y todo, a diez pesetas la unidad. Se quejaba entonces el cronista de las «influencias que nos llegan como un viento fuerte por las fronteras» y que «quieren desatar el huracán sobre los belenes para plantar en el solar árboles con papeles brillantes y objetos colgados de sus brazos». Si levantara la cabeza… Hoy entre los puestos se pueden ver más papás noeles que reyes magos, como lamentaba ayer mismo una señora. Los tiempos cambian.Otra Navidad Arriba, Doña Manolita, la lotera, en 1943 tras dar un premio. Abajo, vendedores de pavos en la Plaza Mayor (izq), y los puestos en la plaza de Santa Cruz, en 1955 ALBERO Y SEGOVIACuando aún estaban en la plaza de Santa Cruz, se extendían por la calle de Atocha, y también bajaban por la de Esparteros, con sus figurillas de barro, sus pastores, sus lavanderas, los Magos «con sus camelleros de séquito», y los portales de Belén. Allí se compraban -y aún se hace- los livianos corchos que simulan las montañas más agrestes, el musgo y todo lo necesario para reproducir en el salón comedor la idea que cada uno tiene de aquel lejano lugar donde la estrella guió a los tres sabios de Oriente. ABC recogía en 1930 el día a día de una de estas industriosas mujeres dedicadas a fabricar la ilusión navideña: Manolita, nacida en una humilde familia de beleneros y dedicada ella misma al oficio desde bien joven. «¡»Manolita!—se oía decir—. Pinta los mantos a los vírgenes.« »¡ Manolita!: pon las patas de alambre a las ovejas.« Manolita se convirtió en la señora Manuela Díaz Rocha sin cambiar de actividad. «La señora Manuela ha cumplido ya setenta años. Pero no se arredra. Sigue fabricando sus muñecos, que le dan trabajosamente para vivir. En Nochebuena allá va, en compañía de su hija, cargada con su puesto portátil sobre la cabeza, a pregonar su mercancía en la plaza de Santa Cruz. Y a veces, cuando hay buen humor, suelta sus puyas, y a veces lo que se suelta es el pelo, con las manos sobre las caderas. ¡ Más madrileña es!». En su tiempo, cada figura costaba una perra gorda. Hoy, oscilan entre los 4 y los cientos de euros, dependiendo de su tamaño y su calidad. MÁS INFORMACIÓN Los proyectos de la ‘Disneylandia madrileña’ abierta hasta la madrugada Así fue la primera Cabalgata de Reyes que salió del Retiro en 1915No tenía misterio alguno hacerlos, aunque sí el arte que cada fabricante le pusiera. El barro se traía de las canteras de Villaverde, «por cargas, duro y seco; es preciso humedecerle, trabajarle y tenderle hasta que se de». Los moldes de las figuras los sacaba doña Manuela de las propias figuras que ya tenía. «Se mete dentro el barro y se aprieta entre las dos rodillas, y ya está», explicaba su técnica. Luego, venía el adorno: colocarle pandereta, olla, presentes, ensartados con un alambre. A los caballos y a las ovejas había que ponerles piernas también. Y luego, pintarlos, con pinturas que también se hacían en casa. Otros tiempos, otras costumbres.
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