Felipe II contra el último intento musulmán de crear un emirato en España

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Felipe II contra el último intento musulmán de crear un emirato en España

Empezó cual rebelión, pero resultó tan sangrante para unos y otros, y tan estremecedora para Felipe II , que ha quedado grabada en las páginas de nuestra historia patria como la Guerra de las Apujarras. En las pocas que han dedicado espacio a ella, al menos, porque este conflicto iniciado en 1568 ha pasado de perfil por los libros. Pero a grandes males, remedios de papel y tinta como los que propone José Soto Chica . Porque sí, este doctor en Historia medieval acaba de publicar ‘Hasta que pueda matarte’ (Desperta Ferro) para acabar, ¡por fin!, con la penumbra que rodeaba este episodio. Y lo ha hecho con una documentadísima novela ambientada en lo que, para él, fue una de las primeras guerras civiles de la península ibérica; aquella que enfrentó a los moriscos contra la Monarquía Hispánica a la altura de Granada.–¿Por qué se levantaron los moriscos? Los problemas arrancaron medio siglo antes de las Alpujarras…El problema arrancó en 1492, cuando se firmaron las capitulaciones de Santa Fe . En principio se acordó respetar las costumbres y la religión de los musulmanes que se rendían. Hubo un tiempo de asimilación, pero, por desgracia, los extremos se impusieron. Hasta Granada llegó un nuevo obispo próximo a la Inquisición general, y eso provocó una primera rebelión en 1500 y las capitulaciones se fueron al garete. Al final se impuso una máxima: conversión o expulsión. Una buena parte de los moriscos apostaron por lo primero, pero el problema quedó latente. Aunque a nivel oficial eran cristianos, en secreto todos conservaban sus costumbres, su lengua y su culto. Hablaban castellano, desde luego, pero eran árabes.Noticia Relacionada Un dolor de cabeza para el Emperador Carlos V estandar Si El arma secreta para aplastar al pirata más temido del siglo XVI Manuel P. Villatoro El capitán genovés Andrea Doria recibió el encargo de acabar con Barbarroja y, aunque le venció, no pudo atraparle–¿Cómo lidió con ello Felipe II?Carlos I supo manejar este problema bien, con tolerancia y mano izquierda. Felipe II, sin embargo, se dejó asesorar por aquellos nobles que exigían asimilación forzosa e inmediata. Al final se promulgó una pragmática sanción que obligó a los moros a abandonar sus costumbres y vestimentas. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir: una rebelión que solo pretendía dar un toque de atención al monarca, pero que terminó por irse de las manos.–¿Se llegó a la rebelión, entonces, por una mala política religiosa?Se llegó a la rebelión porque se abandonó la política religiosa que proponía fray Hernando de Talavera , primer arzobispo de Granada. Su máxima era que debía enseñarse poco a poco a los conversos la cara más amable de la Iglesia. Esta idea se sustituyó por una visión del morisco como enemigo, una mirada inquisitorial que aterrizó ante las críticas de que el obispado estaba lleno de falsos conversos. Fue entonces cuando empezó la política de asfixia. Se obligó a los moriscos a dejar sus ropas, sus costumbres, sus fiestas… Ya no bastaba con que se hubiesen bautizado, con asistir a la iglesia y con que fuesen iguales a los cristianos. Cuando acorralas a una población, como este caso, se genera una situación explosiva. –¿Quién fue el líder inicial de la revuelta?Abén Humeya, un castellano que pertenecía a la alta nobleza nazarí, que tenía nostalgia por el pasado y que se vio enredado por la diplomacia turca. Esta tentó a los moriscos con apoyo específico desde la Berbería y Argel a cambio de una rebelión; les aseguraron que, si se alzaban, les apoyarían con municiones, dinero y soldados. A Humeya le cautivaron con la idea de que dejaría de ser un noble de segunda fila para convertirse en el nuevo Emir de Granada. La presión y los intereses políticos derivaron en el conflicto. Aunque el mayor problema fue el ascenso al poder de los monfíes, bandoleros exaltados que se convirtieron en una suerte de talibanes de la época. Ellos fueron los que tomaron el poder poco después y cometieron crímenes de todo tipo y condición. Con su llegada, cualquier intento de conciliación estaba bañado en sangre.–¿Cuál diría que era el objetivo inicial de la rebelión?El propósito inicial de los rebeldes era obligar al monarca a negociar, como había sucedido con Carlos I. A los dos meses ya había algunos que deseaban llegar a un acuerdo porque veían que aquello se les había ido de las manos. Pero el objetivo de Abén Humeya era diferente. Tras ser proclamado emir, sultán o rey –se puede nombrar de las tres formas– se propuso fundar un emirato independiente. Con todo, sabía que iba a estar subordinado a la Sublime Puerta. De hecho, él reconoció como señor al sultán de Constantinopla.Hasta que pueda matarte Editorial Desperta Ferro–¿Podrían haber llegado los otomanos hasta nuestras costas de haber vencido los moriscos?Fue una guerra en la que el Imperio otomano proyectó dinero, asesores militares, influencia política y diplomática… Felipe II sabía que, si se prolongaba una rebelión en las Alpujarras y los turcos se cobraban Túnez y Chipre, lo siguiente era ver una flota de desembarco en Almuñécar, Alicante o Cartagena. –¿Pensaba Felipe II que la guerra alcanzaría las dimensiones que alcanzó?Cuando un monstruo sale de la jaula es imposible meterlo dentro de nuevo. Con la revuelta empezaron las atrocidades, las matanzas… A Felipe II le pilló con el calzón bajado. Esperaba un poco de resistencia, algunas protestas… pero no una guerra como tal. En la práctica fue un desastre porque, al menos al principio, no había tropas en Granada.–Usted afirma que la rebelión fue una guerra civil.Las fuentes confirman que, si un morisco se vestía de castellano viejo, o viceversa, no había forma de distinguirlos. Eran dos poblaciones que convivían y que tenían fricciones, pero que compartían soberano, costumbres y territorios. Así que sí, fue una guerra civil, y una guerra triste. Desde el principio los actos de crueldad fueron generales por ambos bandos. Los monfíes, por ejemplo, se hicieron famosos por llenar a los curas la boca de pólvora y prenderla, o por sacar el corazón por la espalda a los prisiones. A cambio, los castellanos viejos pasaban a cuchillo a toda la población, violaban a las mujeres y vendían a los niños como esclavos. Los moderados, una vez más, se vieron desbordados por los extremistas de uno y otro bando.–¿Había más moderados que exaltados?Creo que es una buena reflexión de la novela: cómo la masa, que es moderada, se ve obligada a involucrarse en una guerra civil que no deseaba nadie. Pero también me ha gustado mucho el tema de la identidad. Uno de mis personajes, Miguel el moro, reflexiona en la obra sobre quién es. ¿Es Miguel o Musa?, ¿es español o pertenece a un nuevo estado que ha resurgido de sus cenizas como un sultanato o un emirato? La identidad es eso que nos obliga a decidir, y muchas veces es una tragedia. El nacionalismo es la bestia más despiadada que ha creado el ser humano. Cobra cada vea más fuerza y nos obliga a perpetrar barbaridades como las que vemos en Gaza y Ucrania… o esperpentos políticos como los que hay en España.«Tras ser proclamado emir, sultán o rey –se puede nombrar de las tres formas–, Humeya se propuso fundar un emirato independiente»–¿Cómo se planteó el conflicto desde el bando cristiano?Al principio se generaron dos bandos. Por un lado estaba el Virrey de Granada, que era un hombre templado, conocía bien a sus gobernados y suspiraba porque aquello no se le fuese de las manos. Solo quería que la rebelión terminase pronto y sin barbaridades, así que apostaba por la conciliación. A cambio, había otros nobles como don Luis de Fajardo, quien, tras entrar con las milicias de Murcia para reprimir a los sublevados, sostenía que no debía haber conciliación. En la práctica no hubo un consenso a la hora de hacer la guerra.–¿Qué medidas tomó Felipe II? La más famosa fue poner a su hermanastro al frente…Eso es. Felipe II sabía que debía nombrar a alguien con mucho prestigio para meter en cintura a los nobles; una persona que estuviese por encima de ellos desde el punto de vista social. Pero también sabía que el elegido debía dejarse manejar por los asesores reales. El elegido fue don Juan, su hermanastro. Era un militar que se había formado bien en Alcalá con Alejandro Farnesio y el príncipe Carlos, el último gran caballero de la historia de España. –¿Le fue bien?Bueno… El problema para Felipe II fue que don Juan no se dejó vigilar y demostró mucha iniciativa militar. Las batallas que libró en Galera, o en el valle de Almanzora, demostraron que no solo era un caballero o un soñador, sino un grandísimo general. Él concitó los aplausos y la admiración del pueblo, del ejército y del rey. –Afirma que esta guerra fue la que le convirtió en adulto.Se enfrentó a una guerra atroz. Con veinte años debía dirigir un conflicto espantoso en el que se combatía en las montañas y había asedios terribles contra auténticos nidos de águilas. Eran batallas durísimas donde la artillería jugaba un papel esencial, donde tocó traer Tercios desde Italia y donde los turcos metieron la cuchara enviando jenízaros, armas, oro y municiones. Para don Juan de Austria fue un proceso de madurez. Él era un príncipe con muchos ideales y se dio cuenta de que la guerra era un horror, que no tenía nada que ver con lo que había leído en los libros de caballerías. Ver el rostro de la verdadera muerte le hizo tornar en un hombre maduro. –Expone que don Juan vio morir en esta guerra al que consideraba su verdadero padre.Sí. Don Juan de Austria jamás escuchó del emperador la palabra hijo. Fue un niño que creció a la vera de don Luis de Quijada, el que había sido mayordomo real de Carlos I. De Quijada murió en combate delante de su pupilo. De ahí ese proceso de venganza, al que doy tanta importancia en la novela.–¿Convirtió esa muerte a don Juan de Austria en un personaje despiadado?No. Luego fue generoso, comprensivo y misericordioso con los vencidos. Al contrario que Felipe II, que fue inflexible. Y es que, a pesar de que muchos moriscos habían aceptado las condiciones pactadas, fueron expulsados del Reino de Granada. Aquello fue algo que devastó la economía y la sociedad de la zona para siempre. Es en este panorama donde se mueven mis personajes: Mehmet, José de Monteagudo y María la Bailaora.Noticias relacionadas estandar Si Papeles inéditos Vicente Aleixandre Documentos desvelan un error en su biografía Manuel P. Villatoro estandar Si Guerra de Independencia La venganza de Napoleón contra dos pueblos de España que le humillaron Manuel P. Villatoro–¿Es la venganza el motor de su novela?’Hasta que pueda matarte’ tiene como ‘leitmotiv’ el sentimiento de venganza, el deseo de cobrársela. La novela empieza generando este sentimiento entre los dos protagonistas: Mehmet al-Rumi –un jenízaro, los únicos soldados capaces de enfrentarse a los Tercios– y José de Monteagudo –alférez del Tercio López de Figueroa–. La clave es que, en el caso del español, las sensaciones se matizan por una historia de amor que no va a impedir que quiera cobrar esa venganza, pero que va a lograr que no sea lo único en su vida. En el caso del turco no se amortigua con nada. Para mi, estos dos soldados son dos proyecciones de sus respectivos imperios, de lo mejor y lo peor. Mehmet representa a un imperio que, por entonces, disputaba el Mediterráneo a España y que, de no ser por Lepanto, habría conquistado Italia. El único imperio con capacidad de proyectar su poder a otros continentes junto al de la Monarquía Hispánica. Lo que quiero recalcar es que no es una novela paño de lágrimas, es una novela en la que se muestra a dos potencias en su máximo apogeo, dos potencias que terminan por chocar en las Alpujarras, en una guerra civil olvidada, de las más brutales que se han vivido aquí.

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