La «rara y triste» Navidad ahonda las heridas de Paiporta

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La «rara y triste» Navidad ahonda las heridas de Paiporta

En la puerta de la casa de Laura en Paiporta cuelga un cartel plateado en el que se lee Bon Nadal (Feliz Navidad). Nada más entrar, en el recibidor, hay varios regalos perfectamente envueltos y, un poco más allá, junto al marco roto por el agua de una puerta, un pequeño abeto con adornos de papel. En el salón, su hija Sira juega con un vecinito y con Coco, su perro. Sira tiene siete años y lleva un pijama de Jack Skellington, el personaje de ‘Pesadilla antes de Navidad’. Parece una ironía ese pijama, esa pesadilla antes de Navidad, cuando Laura cuenta lo que pasaron juntas con la dana . Cómo nadie avisó («cuando llegó la primera alarma el agua estaba ya muy alta, ya había ahogados») y fueron enterándose de lo que ocurría por los vídeos publicados en redes sociales y los mensajes que enviaban los vecinos. Cómo apenas le dio tiempo de volver con Sira a casa («hubo quien no llegó, mi vecino se despidió de su mujer pensando que no sobrevivía»), cómo se refugiaron en el ático de una vecina cuando el agua ya les llegaba por encima de los tobillos. Desde allí vieron cómo arrastraba los coches, cómo se escuchaban los gritos de gente pidiendo ayuda. Se fue la luz, se quedaron sin batería en los móviles. Román , su marido, que trabaja fuera de Paiporta , no pudo llegar a casa esa noche. Por la mañana, los accesos al edificio estaban bloqueados por coches destrozados y arrastrados por el agua, que había inundado las dos alturas del garaje. Todo era barro y cañas, restos de vehículos y trastos. «Daba miedo», dice, «no te puedes creer que tú estés viviendo eso». Unos días después aparecieron sus ángeles de la guarda en forma de bomberos madrileños . Uno de ellos, Vicente , entra en ese momento con churros y chocolate. Dylan , el pequeño vecino con el que jugaba Sira, se lanza a sus brazos. Le adora. Vicente ha venido a pasar estos días con la que ya es su familia aquí. Se conocieron ese quinto día después de la dana. Bomberos voluntariosVicente, el bombero Patricia DonohoeVicente y sus compañeros del Parque Noveno, del barrio del Pilar, al ver la tragedia («el día 30 ya vimos la magnitud de todo esto») y puesto que el Ayuntamiento no les movilizaba, decidieron venir por su cuenta como voluntarios . Con dinero de su bolsillo, donaciones de amigos y conocidos para comprar material, sus propios días libres invertidos y tres furgonetas, salieron de Madrid y llegaron a Paiporta. Al edificio de Laura. Estuvieron sacando barro y ayudando a los vecinos durante días. Mientras comparten dulces y charla, con un Papá Noel sobre la mesa, el pequeño Dylan no se separa de él, sentado sobre sus piernas y pidiéndole que no se vaya. «Nos hemos hecho muy amigos, es ya mi sobrino», dice Vicente emocionado. Por eso ha venido hasta aquí de nuevo justo antes de Navidad, esta vez con regalos en lugar de palas , porque estas son fechas de pasar en familia. «Y volveré después para seguir ayudando», dice. «Aquí todavía queda mucho por hacer». Festividad diferenteLo corroboran Marcos y Arnau, que vinieron desde Barcelona los primeros días y aquí siguen, trabajando todavía hoy en el nivel menos dos de uno de los garajes que siguen empantanados. El dueño de la empresa de desatranques para la que trabajan envió dos equipos con camiones («dejamos el trabajo allí y vinimos donde se nos necesitaba»). Hoy continúan sacando lodo. A algunos de los niveles más bajos todavía no ha llegado nadie. «No sabemos lo que encontraremos ahí», dice. «La presión del agua reventó paredes y puertas. Hasta el techo llegó el lodo». Marcos reconoce que no ha llorado en toda su vida tanto como lo ha hecho aquí desde que llegó. Tan solo, quizá, cuando su hija de seis años, a la que volverá a ver en unos días para pasar las fiestas, le dijo que a Papá Noel le pedía que en Paiporta todo volviese a ser como siempre . «Ahora la gente está empezando a estar más sensible otra vez, con las Navidades», añade Arnau. «Al principio, cuando llegamos, parecían zombies, andaban por la calle desbordados, pidiendo ayuda. No sabían muy bien ni lo que estaba pasando, te los encontrabas y no eran muy conscientes de lo que ocurría. Luego, poco a poco, se ha ido normalizando. Pero esto va a costar mucho». Laura, vecina de Paiporta Patricia Donohoe«Van a ser unas Navidades muy raras», explica Laura, encantada de tener a Vicente en casa. «Pero hay niños y, por ellos, hay que hacer lo que sea». Y es cierto que aquí son unas Navidades diferentes a todas. Diferentes, raras y tristes. El barro sigue presente, apenas queda verde. Los destrozos son numerosos. Un único y gran árbol se mantiene milagrosamente en pie, en mitad del cauce del barranco del Poyo. Alguien lo ha adornado con una gran bandera española y luces. A sus pies, en letras formadas con piedras, se puede leer «Paiporta». Alrededor, todo es barro . Un poco más allá, sobre los restos de lo que debió ser una balaustrada, una virgen pintada de rosa aparece rodeada de velas encendidas, de los restos de cera de las velas que precedieron a estas. La Banda Primitiva de Paiporta, bajo un gran árbol de navidad ante el Ateneo Municipal, decorado con las estrellas de papel que se han enviado desde los colegios de toda España, entonan Blanca Navidad y el Tamborilero. Los villancicos resuenan, más allá se preparan una paellas para los vecinos, se sirve chocolate caliente, un José Andrés vestido de Papá Noel entrega a los pequeños regalos, llegados a cientos hasta aquí gracias a la iniciativa de unas amigas, ‘Un Árbol de Navidad por la dana’, que comenzó recogiendo y entregando árboles de navidad, más de 700. El ambiente es festivo pero hay una sombra en el polvo suspendido, en el semblante de la gente, en las fachadas destrozadas y los voluntarios, con sus monos blancos, que siguen llegando para ayudar en lo que sea necesario. En la presencia constante de los militares y los sanitarios, y en la cola para recoger un paquete de cereales, dos botellas de agua o una barra de pan. «Hoy hemos añadido higos secos», dice sonriendo Marisé García , «porque aquí es algo muy típico de estas fechas. Y el día de Nochebuena también estaremos aquí, y el de Navidad. Y habrá turrón». Marisé lleva viniendo desde el primer día con su fundación ‘Ayuda Una Familia’, volcados en traer comida caliente y alimentos básicos a quien lo precise. Insisten en que todavía hay mucha necesidad aquí. La cola, interminable, corrobora sus palabras. Ocupan un local destrozado que antes del desastre era una agencia de viajes. El dueño los encontró repartiendo víveres junto al Auditorio un día de lluvia, empapados, y les ofreció refugiarse allí para seguir ayudando. Nadie les había facilitado un lugar pero ellos seguían haciendo su labor. Y desde entonces están bajo ese techo con persianas desvencijadas. «Un mal sueño»Laura también estuvo en esa cola. «Al principio no teníamos nada, ni agua. Era como una guerra, un mal sueño. Me veía saliendo de casa con botas de agua y una caña, porque no sabías por dónde pisabas», cuenta. Y luego se ha ido viviendo al día, adaptándose a las necesidades del momento, a resolver eso que urgía. «Al principio no se podía salir por el lodo y los destrozos, había que hacer cola para recoger un plato de comida caliente. Y yo me veía en esa situación y no me lo podía ni creer, que eso fuese real», dice. «Tenía que hacer una cola para conseguir una botella de agua potable, porque no teníamos nada, ni luz, ni agua, ni comida. Mi sensación es la de que hemos vivido una guerra y estamos ahora en una posguerra . Mucha gente ha perdido el sustento, otros han perdido a seres queridos, muchas empresas pequeñas no van a poder reabrir… Es un desastre». Pero ella prefiere quedarse con lo mejor de lo que aquí se ha vivido.MÁS INFORMACIÓN noticia Si La Familia Real visita por sorpresa la zona cero de la dana noticia No Mazón, sobre su situación tras la dana: «Hace tiempo que no recibo más que insultos» noticia No La Generalitat Valenciana suspenderá licencias de obra en las zonas inundables afectadas por la DANA«La solidaridad ha sido brutal. Ha venido gente de toda España a ayudarnos con sus manos y con sus propios recursos. Cuando se dice que el pueblo salva al pueblo es una gran verdad. A nosotros nos ha salvado el pueblo. No había venido nadie y llegaban los voluntarios, andando entre el lodo, a traernos lo que necesitábamos, que era todo porque Paiporta había sido arrasada», se emociona. Como se emociona mientras coloca en el árbol un adorno de papel con el nombre de su hija, Sira, y dice: «Yo estoy intentando que mi hija tenga unas navidades lo más parecido posible a unas fiestas normales, a las que tuvo el año pasado. Que no le falte un momento de ilusión».

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