Jimmy Carter: un presidente populista que inauguró la era de la antipolítica

Home People Jimmy Carter: un presidente populista que inauguró la era de la antipolítica
Jimmy Carter: un presidente populista que inauguró la era de la antipolítica

Dicen sus biógrafos que Jimmy Carter lloró la noche en que perdió la reelección en 1980. Estaba convencido de que sufría una gran injusticia, seguro de que aún tenía mucho por hacer para salvar a la nación y al mundo. Sin embargo, se despidió como llegó y como gobernó: reprochando a los demás no estar a su altura . Esa perspectiva explica la brillante carrera que tuvo como expresidente, donde pudo destacar en lo que realmente le apasionaba: ayudar, más que liderar. Carter se desenvolvió mucho mejor construyendo casas en Haití o supervisando elecciones en Sudán que enfrentando los desafíos de su presidencia, como reducir el precio de la gasolina o liberar a los 66 rehenes retenidos por los ayatolás en Irán.Uno de los discursos más recordados de la presidencia de Carter pasó a la historia como una reprimenda de media hora dirigida a toda la nación. Era julio de 1979, en plena crisis económica: la inflación rondaba el 11% y las colas en las gasolineras se extendían debido al colapso del sector petrolero iraní tras la Revolución islámica. Carter había pasado diez días recluido en Camp David para reflexionar sobre el rumbo del país. Durante ese tiempo, consultó con políticos, académicos y asesores, buscando respuestas sobre por qué los estadounidenses rechazaban sus llamamientos a ahorrar energía, ser más solidarios y consumir menos. De esa introspección surgió el famoso «discurso del malestar», en el que culpó parcialmente a la sociedad del deterioro nacional, señalando que Estados Unidos sufría «un mal espiritual» marcado por el consumismo, la superficialidad y la falta de valores. «No hay forma de eludir los sacrificios necesarios», advirtió. Poco después, en un intento desesperado por cambiar el rumbo, despidió a todo su gabinete en bloque. Sin embargo, este gesto no logró revertir la percepción pública ni frenar el declive de su Administración, ya encaminada hacia el fracaso.Noticia Relacionada estandar Si «Le debemos gratitud»: Trump y los demás presidentes de EE.UU. despiden a Carter David Alandete | Corresponsal en Washington El funeral del expresidente será en Washington, habrá luto oficial en la jura del 20 de eneroCarter asumió en esos meses finales de su presidencia el papel del antipolítico: el granjero de cacahuetes de Georgia que, tras un breve mandato como gobernador, llegó a Washington con la promesa de transformar la política. En un país aún sacudido por el escándalo del Watergate y la renuncia de Richard Nixon , Carter encarnaba una nueva forma de gobernar, más austera y cercana. Fue el primer presidente populista de la Casa Blanca, más empeñado en gestos simbólicos que en abordar las crisis profundas que se gestaban: llevaba su propio maletín al avión, usaba una rebeca de lana en su despacho para no encender la calefacción y apagaba personalmente los radiadores.Este rechazo a las formas tradicionales de la Presidencia le pasó factura. Carter evitó cultivar relaciones con los legisladores del Capitolio, de quienes dependía para aprobar sus presupuestos. El presidente de la Cámara de Representantes, Tip O’Neill , nunca le perdonó que, en un desayuno con diputados en la Casa Blanca, Carter omitiera servir lo esencial: un desayuno decente, con huevos y tostadas, o lo que fuera. Detalles como estos, fácilmente subsanables, alimentaron su impopularidad, especialmente en su propio partido.Carter era conocido también por su obstinación. Según sus biógrafos, estaba convencido de que su forma de pensar y actuar era la correcta, lo que dificultaba persuadirlo. Esta terquedad alimentó un aislamiento creciente, que contribuyó al debilitamiento de su presidencia y a su eventual derrota.Esa misma tenacidad, sin embargo, le permitió alcanzar su mayor logro, quizás el único que todavía perdura: conseguir que dos líderes tan opuestos como la noche y el día, Anuar Sadat de Egipto y Menájem Begin de Israel , firmaran un acuerdo diplomático de reconocimiento mutuo que aún se mantiene. Durante la ceremonia en Camp David, Sadat bromeó: «Su tenacidad, presidente, supera incluso a la de los padres de mi nación, y eso que construyeron las pirámides».Irán fue el escalón roto que precipitó la caída de Carter . Aunque inicialmente se mostró reacio, finalmente permitió que el Sha de Persia, Reza Pahlavi , ingresara a Estados Unidos por razones médicas tras la Revolución islámica. La respuesta fue inmediata y brutal: una turba tomó la Embajada estadounidense en Teherán. Carter suspendió casi toda su agenda, incluida su campaña electoral, confiando ingenuamente en que podría negociar con los estudiantes religiosos que ocupaban la embajada, inflados de celo.Lejos de mostrar clemencia, los ocupantes jugaron con él sin compasión. Desesperado, Carter ordenó una misión de rescate con ocho helicópteros, una operación mal planificada que terminó en desastre: un choque entre aeronaves y la muerte de ocho soldados. Contrito, Carter asumió públicamente la responsabilidad de su fracaso. Solo tras su derrota electoral, los ayatolás accedieron a liberar a los rehenes. Con un último acto de crueldad calculada, esperaron hasta minutos después de que Ronald Reagan jurara como presidente y ocupara el Despacho Oval para hacerlo.

Leave a Reply

Your email address will not be published.