Son las diez de la mañana. La sala de exhibiciones del Centro Federico García Lorca, en Granada, está desierta. Dentro de una hora abrirán las puertas al público. «Aquí está expuesto uno de los periodos más dolorosos y tristes de la historia de España», dice Laura García Lorca de los Ríos , sobrina del poeta y directora de la fundación que resguarda su legado. «Uno de los episodios más oscuros -insiste- y, al mismo tiempo, lo que estamos viendo es una labor de amor de su familia, de los amigos, de los investigadores y editores por hacer justicia y dar a conocer la obra de este escritor extraordinario». Así comienza el recorrido por ‘Lorca y el archivo: memoria en movimiento’, una exhibición que recupera el fondo documental lorquiano desde la muerte del escritor hasta ahora: 460 documentos, entre cartas, informes policiales, fotos y material manuscrito. En este recorrido personalísimo de la mano de la sobrina del poeta, es posible ver desde un expediente de la Dirección General de Seguridad de 1940 hasta ahora desconocido o una lista -de puño y letra de Lorca- de las obras que pensaba escribir en el futuro.Una hoja rasgada La muestra comienza ante una inmensa lona en la que se reproduce una lista manuscrita. Hacia principios de 1936, Lorca hizo esta lista de diez títulos de obras dramáticas que tenía ideadas o esbozadas en su imaginación, o, en algún caso, como ‘La piedra oscura’ o ‘Casa de maternidad’, apenas había comenzado a trasladar al papel. Algunos títulos vuelven a aparecer en otros documentos de aquella época, entrevistas tardías o memorias de conocidos, a veces con el esquema de un argumento que él había compartido con su interlocutor.Este listado que preside la pared, una sola hoja rasgada -cual «imagen de su vida truncada», según rezan los textos de sala- recuerda que además de las diez obras apuntadas, Lorca dejó sin acabar dos piezas, ‘El sueño de la vida’ y ‘Los sueños de mi prima Aurelia’, de las que llegó a escribir el primer acto. A la lista se añaden ‘La destrucción de Sodoma’ (conocida también como ‘Las hijas de Lot’), ‘Caín y Abel’, ‘El frío del rey David’ (conocida también como ‘Thamar y Amnón’), ‘La sangre no tiene voz’, ‘El estado’, ‘El poema del café cantante’ y una versión musicalizada de ‘Los títeres de Cachiporra’.Lista manuscrita hecha por Federico García Lorca sobre las obras que estaba por emprender. PEPE MARÍNLa mesa del padreDos vidas se exhiben sobre estas paredes: la de un país y la de una familia. Laura García Lorca se conduce lentamente. Presta atención a cada detalle. «Aquí están los documentos que mis hermanas y yo vimos sobre la mesa del despacho de nuestro padre desde que nacimos: cartas de las editoriales del mundo entero; la correspondencia con los países latinoamericanos, Francia, Alemania, Italia…; esa pesadumbre que sentíamos que él llevaba; esa carga y esa voluntad de dar a conocer la obra extraordinaria de su hermano al mundo», explica.«Todos esos papeles que le pesaban tanto a nuestro padre…». Hace una pausa y continúa. «Me impresiona ver que rindió sus frutos». En palabras de la responsable del legado lorquiano, esta muestra no está cerrada, ni mucho menos completa. Queda mucho por descatalogar y divulgar. Para eso son necesarios más tiempo, más personas y más dinero. «Insistimos en la necesidad de inaugurar la exposición, pero los investigadores nos decían «necesitamos más tiempo, porque no paramos de encontrar cosas de muchísima importancia y valor». Laura sonríe: «Esta exposición no acaba aquí. Con esta muestra se ha abierto un nuevo archivo».Cuando se creó la Fundación Federico García Lorca , en 1984, archiveras y bibliotecarias como Rosa Illán y Sonia González pusieron en orden todos los manuscritos, el teatro, la poesía y la correspondencia que la familia había recopilado. Sin embargo, muchos otros papeles relacionados con Lorca siguieron circulando en manos de amigos, familiares, investigadores e interesados en la obra del poeta. Buena parte reaparecen ahora. Laura García Lorca se detiene ante uno de los que más llama su atención.«Me pasaron un documento que yo no conocía. Creo que está en esta vitrina». Se acerca a un mueble en el que puede verse la fotografía de una puerta de madera fechada en 1936 y exclama: «Mi tía Isabel le pidió a Antonio Rodríguez Espinosa que fuese a la casa de la calle Alcalá a recoger todos los papeles que encontrara. Consiguió una nota pegada con una chincheta a la puerta». Laura hace una nueva pausa, y lee: «En esta casa vivía el poeta Federico García Lorca. Milicianos, respetadla». Eso decía aquella nota. «Respetadla». La maleta, el pajar A los pocos días de la ejecución de Lorca en el barranco de Víznar, fue preciso poner a buen resguardo sus manuscritos, algunos incluso bajo un almiar de la propiedad familiar. «Mi tía Concha llevó un montón de papeles que estaban en la Huerta de San Vicente», explica la sobrina del poeta. «Recién fusilado su marido y su hermano, tuvo el valor de salvar esos documentos. Eso es impresionante. Pensar en esa situación de guerra, en Granada, esa ciudad tan pequeña, y donde todos se conocen, y tener la templanza, la convicción, de que eso había que salvarlo por encima de todo». No fue el único intento. Algunos otros episodios habían permanecido en silencio o al menos sin llegar a oídos de todos. «Yo no sabía que mi abuela Vicenta había llevado escondido, en una cesta llena de comida, el manuscrito de ‘La casa de Bernarda Alba’. No tenía ni idea. Era el manuscrito completo. Es el que está aquí», señala las paredes del edificio que custodia el legado de Lorca en dos cámaras acorazadas. «Cualquiera podría creer que este archivo ha nacido siendo ya un archivo. Y lo que ha tenido que pasar para que exista».Laura García Lorca, en la exposición dedicada al archivo del poeta. PEPE MARÍN«Ese jodido país»Tras el asesinato de su tío, su madre, la académica Laura de los Ríos Giner (1913-1981) y el diplomático Francisco García Lorca (1902-1976) se exiliaron en Nueva York, ciudad en la que nació y creció Laura García Lorca, quien, además, conserva un levísimo acento anglosajón en su castellano. «Todos ellos creían en el proyecto de la República. Mi padre era diplomático y, naturalmente, no iba a servir al régimen de Franco. Y cuando volvieron, aquello a lo que regresaron no era España, era la España de la dictadura», recuerda. «Mi abuela y mis tías volvieron porque había muchos asuntos aquí de los que ocuparse: de las obras, de las representaciones, de la casa de la Huerta de San Vicente, de la casa de Valderrubio. Mi abuelo Federico murió y fue enterrado en Nueva York. ‘Nunca volveré a pisar este jodido país’, dijo. Allí está y allí seguirá enterrado. Después de eso, era preciso ocuparse de todo. No fue un regreso sencillo». Vicenta García Romero, la madre del poeta, regresó a España en 1951. Tal como cuenta su nieta, fijó su domicilio en Madrid y nunca quiso volver a Granada. «Para mi abuela, Nueva York también había sido un lugar ajeno. Tras vivir tantos años allí, se hizo una casa lo más parecida posible a la Huerta de San Vicente que pudo. Le pidió al labrador que se ocupaba de las tierras de mi abuelo que fuera a Alcalá de Henares para hacer un vergel». Tres retratos en blanco y negro de Vicenta García Romero cuelgan de la pared de la sala. Los hizo el fotógrafo Juan Gyenes, en 1959. «Pienso cómo se sentiría mi abuela Vicenta dentro de ese horror. Poner, por delante de todo, la importancia de conservar estas maravillas me admira muchísimo. Eso queda reflejado en esta serie de fotos en la casa de Madrid de la calle Joaquín Costa, donde vivieron mis tías Concha, Isabel, mi abuela Vicenta y mis primos. Son unos retratos tan impresionantes».Según cuenta Laura García Lorca , había papeles en las dos casas de Madrid, tanto la de Alcalá como la de la calle Joaquín Costa, también en la Huerta de San Vicente y en manos de amigos. «Mis tías y mi padre trabajaron y se volcaron en el legado de Lorca. Tuvieron sumo cuidado de que el régimen no se apropiara de su obra y, al mismo tiempo, fueron cuidadosos de no privar al público de verla». Hubo mucho recelo en qué y cómo se llevaba a escena. Por tratarse de un grupo de estudiantes, la familia autoriza en 1960 la primera representación después de la guerra de ‘La zapatera prodigiosa’ y, meses más tarde, las primeras de ‘Yerma’, en el Festival de Spoleto y en Madrid, de cuyo anuncio pueden verse aquí expuestas una serie de fotografías realizadas, también, por Gyenes.«Odio de clases» La censura y los intentos de borrado de la figura y la obra del poeta en España contrastan con el interés que suscita en el extranjero. En los años posteriores al asesinato de Lorca, en Ciudad de México y Manhattan, se había publicado ‘Poeta en Nueva York’, partiendo de un manuscrito que Lorca había dejado a José Bergamín, y, en Buenos Aires, Guillermo de Torre había recogido, en tomos sucesivos, todas las obras de Lorca que pudo encontrar. El Estado franquista había elaborado varias versiones de la vida, filiaciones políticas y muerte del poeta. Asimismo, la censura se había encargado de obstaculizar el conocimiento de su legado. «Crudeza agria… Odio de clases… Rivalidades pasionales entre hermanas ansiosas de hombre». Así, y con el epígrafe ‘inadmisible’, calificaba un censor anónimo, en el año 1943, ‘La casa de Bernarda Alba’. «Esto puede cambiar la teoría del siglo XX español»La muestra está dividida en cinco grandes capítulos. El primero se concentra en el golpe de Estado de 1936 y la Guerra Civil, le sigue ‘Las rutas del exilio’, una sección que describe el éxodo masivo español, así como la dispersión y posterior reunión, en 1940, de la familia en Nueva York. Fue en esa ciudad donde Francisco García Lorca, hermano del poeta y padre de Laura, editó ‘Diván del Tamarit’ y empezó a redactar ‘Federico y su mundo’. La tercera sección de la exposición, ‘El largo regreso’, abarca el retorno de la familia a España, la reunión de determinados documentos y la publicación de las primeras obras completas (con prólogo de Jorge Guillén, censurado por el régimen). El penúltimo apartado, ‘Caminos de apertura’, marca la constitución de la Fundación Federico García Lorca , en 1984, y la lenta recuperación del archivo, hasta cerrar con ‘Hacia el futuro’, que proyecta los hallazgos de este ambicioso proyecto comisariado por los profesores norteamericanos Andrew Anderson, Christopher Maurer y Melissa Dinverno. «El informe me impactó porque lo descubrimos por casualidad. Es un documento breve y nefasto, que intenta matar a alguien dos veces», explica Dinverno, quien reclama más recursos económicos y más personal. «La forma en que se guardan las cosas dice mucho. Es importante qué, cómo y cuánto archivaron . Se necesita dinero para que los archiveros hagan su trabajo. Son décadas de información que pueden cambiar la teoría española del siglo XX y también la historia del exilio». El material proviene del Archivo Lorca, pero también cuenta con las aportaciones de 25 prestatarios públicos y privados entre los que se halla el Archivo Histórico Nacional, la Biblioteca Nacional, la Fundación Federico García Lorca, la Residencia de Estudiantes, la Huerta de San Vicente, la Universidad de Granada y el Patronato de la Alhambra.
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