Duró la mala hierba. Fue en 2014 cuando el Centro Simon Wiesenthal , institución destinada a documentar las víctimas del Holocausto, confirmó la buena nueva: el último gran jerarca nazi vivo, el capitán de las SS Alois Brunner, había dejado este mundo entre 2001 y 2010. Lo más llamativo es que el tipo que fuera responsable de la deportación de al menos 128.000 personas a campos de exterminio, perverso donde los hubiera, había muerto en Siria; y lo había hecho al calor del mismo régimen –el de la familia Al-Assad– que había ayudado a forjar a base de torturas tras la Segunda Guerra Mundial . Todavía se desconocen los pormenores de su muerte. Para unos falleció tranquilo; para otros tantos, lo hizo en una cárcel siria tras caer en desgracia. Vaya usted a saber. De lo que sí podemos estar seguros es de que Brunner fue la mano derecha del arquitecto del Holocausto, Adolf Eichmann , de que fue el hombre que envió a 128.000 judíos a las cámaras de gas y de que se convirtió en la cabeza visible del campo de concentración de Drancy, en Francia. «Entre los criminales del Tercer Reich que aún siguen vivos, Alois Brunner fue el peor de todos», escribió en sus memorias el investigador y cazador de nazis Simon Wiesenthal.A la carreraPero vayamos por partes, porque la carrera de Brunner para escapar de la justicia comenzó mucho antes. Tras el suicidio de Adolf Hitler y la caída del Tercer Reich, las autoridades aliadas arrancaron una caza de brujas contra los jerarcas nazis de mayor rango; los más populares, vaya. Según narra el historiador Donald M. McKale en el ensayo ‘Nazis after Hitler’, nuestro protagonista se encontraba en esa lista, pero el «caos y la confusión de la posguerra» le permitieron huir. «Como otros tantos exmiembros de las SS, cambió su uniforme por uno de la ‘ Wehrmacht ‘ y afirmó haber sido tan solo un soldado», añade el experto. Le ayudó no contar con un tatuaje de la unidad.Noticia Relacionada estandar Si La isla soviética del terror caníbal que Stalin ocultó: «Comimos corazones humanos» Manuel P. Villatoro En Nazino, ubicada en Siberia, la falta de alimento generó «casos de canibalismo» entre miles de deportadosUno de sus antiguos compañeros afirmó haber visto a Brunner allá por junio de 1945 en un transporte de prisioneros que se dirigía a Linz. Según confirmó, estaba vestido «con el uniforme de un soldado de infantería» y lucía «un largo bigote negro que se había dejado crecer para la ocasión». Cualquier cosa valía para ocultarse y evitar la horca. La fortuna le acompañó: en esas mismas fechas, las tropas soviéticas atraparon a un capitán de las SS llamado Anton Brunner y, en la creencia de que era Alois, le ejecutaron. Aquello dio aire al jerarca. A la par, y al amparo de una nueva identidad como prisionero de baja estofa, trabajó como conductor para el ejército de los Estados Unidos durante algunas semanas. Se desconoce cómo diantres huyó Brunner, pero lo hizo: a finales de verano, el antiguo jerarca se hallaba en Viena con un nombre falso. Y de allí pasó, según McKale, a Linz y Passau: «En 1947 se instaló en Alemania occidental como miembro de su agencia de inteligencia y se registró en Essen-Heisingen con el nombre de Alois Schmaldienst». El apellido lo había tomado prestado de uno de sus primos, y lo cierto es que no le fue mal. Aunque la fortuna se le terminó a principios de 1950, cuando una oficina oficial del gobierno de Viena, alarmada, cruzó su identidad con la de su pariente y descubrió la verdad. A partir de entonces, el exoficial de las SS se vio obligado a cambiar sus planes.A Siria con Al-AssadBrunner estuvo escondido varios años mientras Europa le juzgaba en ausencia por su papel en la Solución Final . Sin embargo, en 1954 no tuvo más remedio que huir al otro lado del globo después de que Francia le condenara a dos penas de muerte por las tropelías perpetradas en su país durante la Segunda Guerra Mundial. Su destino fue la Siria de Háfez Al-Assad. «Se instaló en Damasco y recibió protección del gobierno. Junto con otro exnazi implicado en la Solución Final, el funcionario del ministerio de Asuntos Exteriores Franz Rademacher , trabajó como asesor del ministerio del Interior en materias como las técnicas de torturas y la represión», explica el historiador. Sus contactos con las agencias de inteligencia de la Unión Soviética, Egipto y Argelia fueron la guinda del pastel; un ingrediente que se sumó a sus conocimientos sobre tortura que había aprendido en el campo de internamiento de Drancy. Todo ello forjó un cóctel ideal para el dictador. «En la práctica, Brunner vivió en Siria durante años y acabó convirtiéndose en el criminal de guerra nazi de mayor rango con vida», añade el experto. Quiso mantener un perfil bajo Brunner, pero le sirvió de poco. En los años siguientes, cazadores de nazis como Beate Klarsfeld le descubrieron e iniciaron una campaña para lograr que fuese extraditado. Ahí comenzó la última fase de su vida.Fotografías de niños que fueron deportados por Alois Brunner. La instantánea fue tomada en 2001, durante el juicio al jerarca AGENCIASLa década de los sesenta fue la más peligrosa para Brunner. En los años sesenta, el Mossad le envió una carta bomba que, se cree, le dejó ciego del ojo izquierdo. Y veinte años después, otro explosivo le voló tres dedos de una mano. Fue el pago por la fama. A cambio, el régimen sirio le acogió en su seno y le ofreció un hogar en el que cobijarse. Los hechos hablan por sí mismos: aunque Israel, Austria y Alemania solicitaron su extradición varias veces entre 1968 y 1984, la familia Al-Assad rechazó la petición una y otra vez. Su máxima consistía en que allí no residía ningún jerarca nazi.La negativa de Siria no detuvo a cazadores de nazis como la propia Klarsfeld. A finales de los años ochenta, esta judía, cuyo padre había sido gaseado por ordenes de Brunner, viajó a Oriente haciéndose pasar por simpatizante nazi y consiguió localizarle. ABC se hizo eco de la noticia en 1991: «La activista antinazi Beate Klarsfeld fue arrestada en Siria después de protestar ante las autoridades por la supuesta concesión de asilo al criminal de guerra nazi Alois Brunner. La noticia fue dada ayer en París por su marido, el abogado Serge Klarsfeld, quien dijo que había podido hablar por teléfono con su esposa, arrestada en un hotel de Damasco».Últimas confesionesA partir de entonces fueron muchos los medios de comunicación de todo el mundo que se pusieron en contacto con Alois Brunner. En 1985, apenas un año después de que Siria volviera a negar por enésima vez su presencia en el país, la revista alemana Bunte publicó una entrevista con el excapitán de las SS en la que no solo indicaba su dirección física en Damasco, sino que reiteraba que «no tenía mala conciencia» por su papel en la Solución Final. Más bien todo lo contrario, pues repitió hasta hartarse que su misión había sido, y sería, «deshacerse de aquella basura» judía.Dos años después, el Chicago Sun-Times volvió a la carga con una entrevista telefónica todavía más cruda a Brunner. En la misma, publicada a finales de octubre, el criminal de guerra nazi confirmó que no se arrepentía de sus actos y que volvería a repetirlos: «Todos los judíos merecían morir porque eran agentes del diablo y basura humana. No me arrepiento de lo que hice, y lo volvería a hacer». Meses después, eso sí, matizó a otro reportero que se refería a su «trabajo de deportación». A sus 75 años, admitió además haber ofrecido sus servicios al gobierno sirio en «cuestiones de seguridad» a cambio de protección y explicó que había vivido los últimos años bajo la identidad de George Fischer.De nada sirvieron las posteriores peticiones de extradición; la respuesta siempre fue el silencio y negar la máxima. El gobierno sirio, de hecho, insistió en que insinuar que Brunner se hallaba en el país era algo «inapropiado y de mal gusto». A partir de ahí, en misterio sustituye a las certezas. La última vez que se vio al anciano capitán fue en 2001, poco después de cumplir 88 años, mientras los médicos se lo llevaban al hospital en ambulancia. Ese mismo año, un tribunal galo le juzgó por crímenes de guerra y contra la Humanidad. Muchos expertos consideran que ese fue el año en el que murió, aunque es imposible saberlo.
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