Dos pinceladas a veces suponen una pintura al fresco… Por un lado, el hermano de Sánchez, el ‘Beethoven extremeño’, entrando a declarar en el juzgado por el garaje ; y por otro Laporta, repartiendo butifarras (cortes de manga) y gritos de «hijoputas» al cielo de Arabia Saudí después de que el Gobierno, siempre al rescate de los ‘socis’ del Frankenstein, le echara una mano en su penúltima angustia con el único argumento ‘jurídico’ de que el Barça es «més que un club»… y que por tanto este mes tocaba salvarle el tafanario, aunque el ridículo planetario no hay quien se lo quite. Volvemos a constatar que, seis años después de su santo advenimiento para salvar a España del fascismo, el nepotismo, el trato de favor (en el argot, «trato singular») y la pedorreta a las normas establecidas para todos, son algunas de las más resplandecientes potencias del sanchismo, un movimiento que no sólo se viraliza por su soñada confederación de territorios peninsulares (antes España) sino que se extiende hasta por los «desiertos remotos», como diría Aznar, de Arabia.Vayamos por partes. De los 48 millones de españoles, los dos únicos que comparecen ante el juez por el garaje de los juzgados son Begoña Gómez y David Sánchez Pérez-Castejón… al margen de otros presuntos delincuentes que se hallan en prisión (preventiva o con sentencia firme) y que entran en el furgón de la Guardia Civil. El resto de los declarantes o justiciables famosos o famosetes han de hacerlo por la puerta de la calle ante ese atosigante junqueral de cámaras y micrófonos y con la posible presencia de un orfeón improvisado de ‘haters’ vociferando contra el declarante. Para obtener ese «trato singular» hay que apellidarse Sánchez Pérez-Castejón o Gómez Fernández, pero no un Gómez Fernández cualquiera, qué va; para entrar por el garaje además hay que llamarse Begoña, haber nacido en Bilbao en enero de 1975 y estar casada precisamente con un Sánchez Pérez-Castejón. Entonces sí, pase VIP. De Madrid a Badajoz, pasando por Jaén o Barcelona, hemos comprobado una práctica que está a medio camino entre el escandaloso trato de favor y el abuso de poder. A cambio de un bastón de alcalde, por ejemplo, desde un ministerio se puede conceder un trato privilegiado a un ayuntamiento concreto ahogado, como decenas de ellos por toda España, por las deudas. Pagan el resto de los españoles, claro. Y a cambio de no sé qué, en el paraíso sanchista, desde el Gobierno se puede crear una única excepción al control financiero de un club de fútbol y que el agraciado (Laporta) se ponga tan exultante que se comporte como un gañán en las fiestas de su pueblo. Ese es el rastro que deja el abuso de poder endémico del movimiento sanchista que, por otra parte, no hace prisioneros y liquida a aquellos que dentro de la tribu no se avienen al «sí bwana» que requiere el «Uno». Lobato, Espadas o Tudanca son hoy lustrosos cadáveres políticos después de que fueran ajusticiados sin necesidad de primarias ni de congresos ni de otras molestas zarandajas.
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