El ahijado de Hitler que se escondió en el Congo y vivió en el anonimato como sacerdote

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El ahijado de Hitler que se escondió en el Congo y vivió en el anonimato como sacerdote

«Cuando era niño, nadie me hablaba de él. Sabía que estaba en la cárcel, pero ignoraba más detalles. Mi madre nunca me facilitaba el menor dato, aunque siempre respondía a mis preguntas. Solía decirme: ‘Tu padre quiere que así sea’. Recuerdo los días de los juicios de Núremberg en 1945 y 1946, en los que mi padre siempre se negó a recibirnos. Después ingresé en la escuela y me dediqué a mis estudios. A los 12 años empecé a pensar lo magnífico que sería contar con la presencia de un padre, pero lo cierto es que no lo había perdido, porque nunca lo conocí, en realidad, a pesar de que, en sus cartas, siempre me diera algún consejo».Wolf Rudiger Hess respondía así de sincero a ABC en 1973 , y no debía ser fácil, porque hablaba de nada menos que Rudolf Hess, su padre, el colaborador más cercano de Hitler, el único hombre con quien el todopoderoso dictador nazi se permitía muestras de afecto en público. No es el único caso. Conocemos la historia de muchos de los hijos de los criminales del Tercer Reich. Una historia atravesada por el dolor, la vergüenza y la obligación de rendir cuentas por las atrocidades que ellos no cometieron. Solo unos pocos defendieron a sus padres o intentaron exculparlos por lo que hicieron. Una de ellas fue Gudrun Burwitz, hija de Heinrich Himmler , el arquitecto del Holocausto y funcionario de más alto rango del Tercer Reich después de Hitler. Gudrun, a la que llamaban la «príncisa nazi», murió en 2018 a los 88 años, tras una vida en la que se mostró fiel a su padre y a los postulados del nacionalsocialismo hasta el final. Aunque visitó un campo de concentración cuando era niña, a lo largo de su vida negó que la existencia del Holocausto y hasta proporcionó dinero y consuelo a los nazis condenados o sospechosos de crímenes de guerra.Noticia Relacionada Archivo Secreto del Vaticano estandar No La verdadera relación entre Pío XII y Hitler Israel VianaLa mayoría, sin embargo, trataron de pasar desapercibidos y que no los relacionaran con sus padre tras la Segunda Guerra Mundial. Algunos, incluso, se cambiaron de apellido. Otros los juzgaron sin clemencia. Edda Göring, Rolf Mengele, Brigitte Höss, Albert Speer hijo y, entre otros, Niklas Frank, hijo de Hans Frank, el Carnicero de Polonia. Este último condenó a su padre y sus actuaciones criminales a través de una serie de libros y conferencias. : «Ya no lo odio. Solo lo desprecio», declaró. Durante años, incluso, llevó en su cartera la foto de su padre ejecutado en la horca: «Me satisface la foto: está muerto. Ya no puede hacer daño». Martin Adolf BormannVoluntaria o involuntariamente, todos alcanzaron cierta repercusión, pero hubo que consiguió pasar desapercibido durante décadas y que no solo cambió su apellido, sino que se ocultó bajo una nueva identidad completamente nueva: Martin Adolf Bormann. Su padre era Martin Bormann, secretario particular de Hitler, y nació en el estado de Baviera en 1930, tres años antes de que Hitler accediera al poder y la historia de Europa cambiara para siempre. A diferencia de los otros hijos de jerarcas nazis, el estigma de él era aún mayor, puesto que el futuro dictador accedió a ser su padrino.Como no podía ser de otra manera, el joven Martin –cuyo padre le puso de segundo nombre Adolf para honrar al lider del Partido Nazi– fue enviado a un internado y creció dentro de la estricta educación nazi. Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial tenía solo 15 años. Sin embargo, se enteró de la decisiva participación de su padre en la Solución Final y eligió vivir en el anonimato. A continuación fue acogido por una familia católica y rural. Se puede decir, por lo tanto, que encontró su salvación en Dios.Martin Adolf abrazó con todas sus fuerzas el cristianismo, la misma religión a la que su padre en particular, y su familia en general, había combatido encarnizadamente. Hitler, de hecho, ordenó escribir una ‘Biblia’ propia, durante la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de fundar su propia religión y erradicar cualquier referencia no solo de los judíos, sino también de los cristianos. En este su ‘libro sagrado’ volcó el mismo odio visceral que en ‘Mein Kampf’ (‘Mi lucha’). Contra los cristianosEl encargado de este trabajo fue un grupo de teólogos evangélicos de la ciudad de Eisenach, según cuenta Jesús Hernández en ‘100 historias secretas de la Segunda Guerra Mundial’ (Tempus, 2009). La versión nazi de la ‘Biblia’ se tituló ‘Los alemanes con Dios. Un libro de fe alemán’ . En ella se desarrollaron las leyes y los principios que debían guiar el espíritu germano bajo el nacionalsocialismo que se había instaurado en 1933. Además, los mismos expertos que se encargaron de su redacción publicaron también un volumen de cantos religiosos: ‘Gran Dios, nosotros te alabamos’. Este trabajo de limpieza entusiasmó al ‘Führer’, que mandó imprimir 100.000 copias y repartirlas a más de un millar de iglesias alemanas en 1941. En 1926, ya había escrito Joseph Goebbels en su diario que «el nacionalsocialismo es una religión, solo falta el genio religioso que rompa las viejas fórmulas y cree otras nuevas. Nos falta el rito. El nacionalsocialismo se tiene que convertir en la religión oficial de los alemanes. Mi partido es mi iglesia». Y en agosto de 1933, poco meses después de ser nombrado ministro de Propaganda, concretó aún más el objetivo: «Hay que ser duro contra las iglesias. Nosotros mismos nos convertiremos en una». El camino no iba a ser fácil, pues más allá de ese 1% de judíos, lo cierto es que la práctica totalidad de los 60 millones de habitantes que tenía Alemania en ese momento eran cristianos, los cuales se dividían en 20 millones de católicos y 40 de protestantes, que los nazis optaron por perseguir, reprimir y, en la medida de los posible, convertir a la religión nazi por encima de la católica. Por eso el camino escogido por el joven Martin Adolf no fue ni mucho menos fácil, teniendo en cuenta la educación recibida en casa. El ahijadoEl ‘Führer’ quería su propia Iglesia y comenzó a presionar a los diferentes credos para que se apartaran de su camino. En 1935 detuvo a setecientos pastores confesionistas que habían criticado desde sus púlpitos la deriva del Gobierno nazi respecto a las religiones. Dos años después, cuando el Vaticano condenó abiertamente el nacionalsocialismo en la encíclica de Pío XI, ‘Con ardiente preocupación’, la Gestapo confiscó casi todas las copias. Y en la Segunda Guerra Mundial, precisamente el padre de Martin Adolf, el temido Martin Bormann, se quedó en solitario con las críticas: «Nunca debemos permitir que las [otras] iglesias vuelvan a tener influencia sobre la dirección del pueblo», dijo en 1941.El ahijado de Hitler intentó comprender la aversión de su padre y su padrino por la Iglesia católica , pero no fue capaz. En 1947 decidió bautizarse y, en 1958, tras estudiar con los jesuitas, se ordenó sacerdote. Su labor a favor del que había sido uno de los grandes enemigos del nazismo fue más allá y, en 1961, partió como misionero católico al Congo, donde permaneció muchos años en el más absoluto anonimato, oculto y avergonzado por su pasado familiar. Allí, incluso, fue torturado y sometido a simulacros de ejecución, pero no reveló quién era su progenitor y el papel que había jugado en la guerra más devastadora de la historia. «No odio a mi padre. Aprendí a diferenciar entre el individuo y el político y oficial nazi», se justificó con el tiempo, quizá movido por una religión católica que enseñaba a sus fieles a perdonar. Cuando cumplió 70 años, el sacerdote aceptó ser entrevistado por una periodista que dio con su paradero y que estuvo insistiendo durante meses. Quería hablar de su vida en el anonimato y del suicidio de su padre cuando, al final de la guerra, fue condenado a muerte en los Juicios de Nuremberg. En la charla, Martin Adolf reconoció que su progenitor encarnaba «la imagen del mal, de lo inmoral, de lo brutal».LágimasSin embargo, al final de la entrevista, extrajo papel viejo y doblado en cuatro de su billetera. Los bordes amarillos y deshilachados reflejaban el paso del tiempo. Martin Adolf lo desplegó y le mostró al periodista lo que había escrito en él con una caligrafía armoniosa y firme: «Hijo de mi corazón. Ojalá te pueda volver a ver muy pronto. Papá». La nota estaba fechada en 1943, más de medio siglo después, pero seguía conmoviendo al sacerdote. Antes de marcharse, levantó la cabeza y dejó ver sus lágrimas. Y se excusó: «Entiéndame. Esta es la imagen que yo tengo como hijo. Y no me la puedo quitar. Me opongo a perderla».En 1971, ya de regreso en Alemania, Martin Adolf sufrió un grave accidente de coche que estuvo a punto de costarle la vida. Cuando recuperó la consciencia, se enamoró de la religiosa que lo había cuidado durante su convalecencia. Ambos colgaron los hábitos y se casaron. El ahijado de Hitler desarrolló un gran trabajo como teólogo que fue reconocido en todo el país, pero la prensa seguía interesándose por su pasado familiar. «Tuve que guardar silencio por miedo justificado o injustificado a ser descubierto y perseguido como hijo de mi padre, y de que me acusaran de los crímenes cometidos por el régimen nazi, crímenes que conocí después. Con mis padres nunca tuve la oportunidad de hablar del pasado y de la responsabilidad que ellos tuvieron».Falleció en Alemania en 2013, a los 82 años.

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