Entre los múltiples factores que hicieron de Jimmy Carter un presidente fracasado destaca su gestión de la crisis de los rehenes capturados en la embajada americana en Teherán. Tras intentar casi todo –incluida una fallida operación militar de rescate– para su liberación antes de las elecciones de 1980, los 52 estadounidenses cautivos durante 444 días por el régimen integrista de Irán emprendieron el viaje de vuelta a casa justo cuando Ronald Reagan tomaba posesión como sucesor de Carter. Ni un minuto antes. Aquel precedente, no carente de siniestras teorías conspirativas, es el que permite entender el frenesí ejecutivo de los últimos días de Joe Biden en la Casa Blanca. Sobre todo, el empeño por buscar un final a la tragedia de los 250 rehenes israelíes capturados por Hamas durante la ofensiva del 7 de octubre del 2023. Asalto en el que los terroristas palestinos asesinaron a 1.200 personas, provocando una ofensiva de Israel que ha costado la vida a más de 46.000 personas, en su mayoría civiles Con todo, ante el alto el fuego en Gaza que entrará en vigor 24 horas de la toma de posesión de Trump no queda claro qué ocupante de la Casa Blanca ha resultado más providencial: la diplomacia del presidente saliente o las brutales amenazas del presidente entrante. Tampoco queda claro el futuro de las decisiones políticas tomadas por Biden en su tiempo de descuento: justicia medioambiental, reforma penitenciaria, inmigración o el entendimiento in extremis con el régimen castrista. Algunas de estas órdenes ejecutivas pretenden preservar el legado de Biden pero lo más probable es que queden sin efecto lo que tarde Trump en sentarse en el despacho oval. La problemática herencia de Biden no es otra que su responsabilidad en la victoria de Trump. Hace unos días, se atrevió a decir que podría haber ganado las elecciones de 2024 de no haberse visto forzado a retirarse. Sin importar que el pasado junio solamente el 27% de los estadounidenses pensara que tenía la capacidad cognitiva para volver a ser presidente.
Leave a Reply