Simon Rich, el prodigio cómico de Estados Unidos: «Yo ya me creía gracioso antes de que nadie más lo pensara»

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Simon Rich, el prodigio cómico de Estados Unidos: «Yo ya me creía gracioso antes de que nadie más lo pensara»

Simon Rich (Nueva York, 1984) ha llegado pronto a todo, también al éxito, y ahora es un veteranazo de cuarenta años que ya ha conquistado las cimas más altas del humor: ha publicado en ‘The New Yorker’, ha sido el cómico más joven de ‘ Saturday Night Live ‘, ha trabajado en Pixar y en ‘Los Simpson’, ha estrenado su propia serie, ‘Man Seeking Woman’, ha escrito un relato desde el punto de vista de un condón guardado en la cartera de un adolescente, otro sobre un feto que termina su primera novela antes de nacer y ahora acaba de debutar en Broadway con ‘All in’, una obra en la que «algunas de las personas más divertidas del planeta» leen sus cuentos. Por ejemplo: Jimmy Fallon, John Mulaney, Fred Armisen, Aidy Bryant y Hank Azaria, entre muchos otros. Aunque ya en 2013 un periodista de ‘The Guardian’ se preguntaba si Simon Rich no sería el hombre más gracioso de Estados Unidos. «Ni siquiera soy el mejor escritor de mi dormitorio», dijo él.Al otro lado de la pantalla, Simon Rich ríe y sonríe mientras repasa su vida. Dice que está encantado con ‘Ríndete’ (Libros Walden), su primer volumen de relatos traducido al español. Viste una sudadera gris abierta y una camiseta blanca. Es joven. Pero lo parece más. —¿Cuándo descubrió que era gracioso? —No lo sé, la verdad. Yo ya me creía gracioso antes de que alguien más lo pensara. De niño me encantaba contar chistes, pero no recuerdo que la gente se riera con ellos. Mi sueño era emular a mis escritores de comedia favoritos. Era un gran fan de ‘The Onion’ [una revista satírica] y ‘Los Simpson’. También me encantaban los novelistas americanos graciosos, como Philip Roth. Mis primeros años como escritor consistieron en plagiar a toda esa gente. Les robaba todo lo que podía. Y al final, en mis veinti- tantos, encontré un estilo que, para bien o para mal, era mío.—A los 26 años, después de una ruptura, escribió: «Cuando descubrí que mi exnovia estaba saliendo con Adolf Hitler, no me lo podía creer». Esa frase resume buena parte de su obra.—Aquello fue un antes y un después. En ese momento ya llevaba unos cinco años escribiendo comedia de manera profesional. Pero la comedia que hacía no era muy emotiva ni autobiográfica. Era más bien sátira o humor absurdo. Y ese fue el primer momento en el que me di cuenta de que tal vez era posible escribir ficción que fuera a la vez graciosa y emocionalmente catártica. Quiero decir: fue mi primer relato honesto desde el punto de vista emocional, el verdadero inicio de mi carrera como escritor. Desde entonces he estado escribiendo básicamente con el mismo estilo, aunque mis temas han cambiado a medida que he envejecido y he tenido más experiencias vitales, claro.—Durante años fue el cómico más joven de ‘Saturday Night Live’. Llegó allí al salir de Harvard. —Ser el más joven daba miedo, pero también era una ventaja, porque lidiaba mejor con las noches largas. De vez en cuando vuelvo a escribir para el programa. Pero ahora que tengo cuarenta años es agotador. La última vez casi me quedo dormido en medio de una sesión de escritura. No sé cómo antes podía escribir hasta las cinco o seis de la mañana todas las noches. —¿Fue una buena escuela? —[Sonríe] Me llevé varias cosas. La más importante fue aprender a escribir de la manera más económica posible. A ser directo, breve, conciso. La capacidad de atención del público americano es muy corta, hasta el punto de que una línea desperdiciada, una mala línea, puede desviar una escena y aburrir a la audiencia. Como guionista, lo único que quieres es lograr que tu trabajo se emita, que entre en el show. Porque si no lo logras, te despiden. Hay mucha presión. Y una de las mejores maneras de no aburrir al público es hacer los sketches lo más cortos que puedas. Mi escritura se volvió más eficiente mientras estuve allí, frase a frase. Esa fue la lección más importante. Y también creo que mejoré mucho simplemente por el hecho de escribir tanto. Por cada sketch que llegaba a la pantalla, había otros tres o cuatro que acababan en la papelera. En aquellos cuatro años generé miles de ideas.—Luego entró en Pixar. Nada que ver con ‘SNL’, ¿no?—Es interesante, porque en algunos aspectos fue extremadamente diferente, pero en otros era muy parecido. Lo más diferente era el estilo de vida. En ‘SNL’ había semanas en las que trabajaba noventa horas. En Pixar, en cambio, entraba a las diez o once de la mañana, me daba un baño en la piscina, desayunaba en uno de los buffets, luego charlaba sobre una de las historias que tenía que desarrollar y, al final, escribía una o dos escenas. Y llegaba a casa a tiempo de ver el partido de béisbol [vuelve a sonreír]. Pero lo que era igual en un sitio y en el otro era la obsesión por la eficiencia narrativa. En Pixar era una filosofía: si lo puedes contar sin diálogo, siempre será mejor. Porque las películas están pensadas para una audiencia internacional, mundial. Muchas de las mejores escenas de Pixar no tienen diálogo. De hecho, si vieras el guion de una película de Pixar te sorprendería por lo corto que es. Todo se trata de contar la historia de la manera más visual posible. Allí seguí aprendiendo de la eficiencia narrativa, pero de otro modo. —Muchos de los cuentos de ‘Ríndete’ se resuelven en apenas dos o tres páginas. ¿Es el relato corto el mejor género para el humor?—No lo sé en general, pero para mí, sí. Cuando más recorto una historia, me siento mejor con ella. Mi objetivo siempre es tratar de desperdiciar lo menos posible el tiempo del lector. Sin embargo, muchos de mis escritores de comedia favoritos hacen todo lo contrario. Hablo de P. G. Wodehouse, Evelyn Waugh, Bill O’Brath, Stanley Elkin… Ellos escriben libros largos, casi maximalistas, con muchas digresiones. Aunque a veces sus novelas parecen una suma de pequeñas historias…«En ‘Saturday Night Live’ había semanas en las que trabajaba noventa horas»—Susan Morrison, su editora en ‘The New Yorker’, le definió así: «La escritura de Simon es muy precisa. Es como si Raymond Carver o Hemingway escribieran historias graciosas». —Cuando era adolescente, muchos de los escritores que eran populares en ese momento en Nueva York eran novelistas torrenciales. Y yo leía muchos libros de autores como David Foster Wallace y Jonathan Franzen, que son todo lo contrario a lo que hago: libros enormes, de ochocientas páginas, llenos de notas al pie. De adolescente, pensaba que esa era la forma en que uno debía escribir ficción. Carver fue una gran influencia, sí. —¿Y Woody Allen? —Claro, es otra gran influencia. Los dos somos escritores cómicos judíos de Nueva York [y sonríe]. Tenemos unas raíces culturales similares. ‘Cuentos sin plumas’ y ‘Cómo acabar de una vez por todas con la cultura’ fueron libros muy importantes para mí. Los leí de adolescente.—La mayoría de los relatos de ‘Ríndete’ parten de una premisa absurda que lleva hasta las últimas consecuencias. Es una especie de escritura muy lógica. Absurdamente lógica. ¿Cómo es su cocina?—Para escribir leo mucha no ficción. Esto es básicamente mi biblioteca: no ficción sobre los temas que me interesan [y abre los brazos para enseñar sus libros]. Por ejemplo, extraterrestres, fantasmas, criogenización… Cualquier cosa que me llame la atención para escribir. Luego empiezo a ensayar hasta que encuentro alguna metáfora que me ayude a dramatizar una emoción o experiencia que ya he tenido. Así que siempre estoy explorando temas interesantes en busca de metáforas graciosas para experiencias de vida que he vivido.—Uno de sus grandes temas es el amor: citas, relaciones, matrimonios… —El amor siempre ha sido mi gran tema. Mis primeros relatos tratan más sobre citas. Luego tengo varias historias sobre el matrimonio. Y más recientemente, por supuesto, he estado escribiendo sobre tener hijos y sobre las relaciones a largo plazo. Es más auténtico escribir sobre lo que realmente estás viviendo emocionalmente. Por eso mis personajes envejecen con cada libro que escribo. Cada vez son más viejos…—¿Cómo cree que ha evolucionado su humor a lo largo de estos años?—Creo que se ha vuelto más honesto y más emocional. Y espero que no se haya vuelto menos tonto.—¿En el amor tendemos al ridículo, a la imbecilidad? ¿Somos más risibles cuando estamos enamorados?—Lo que me atrae del amor en la literatura es la idea de explorar emociones que son muy intensas e inevitables. A la gente le gusta sentir que controla su vida, pero esto es una ilusión. Una de las pruebas más claras de lo poco que controlamos nuestras vidas es el amor, contra el que estamos absolutamente indefensos.«Espero que mi humor no se haya hecho menos tonto con los años»—Otro de sus grandes temas es la familia. —Me ocurre lo mismo que con el amor. No importa quién seas o cuánto poder creas que tengas: tu familia puede convertirte en la persona más vulnerable del mundo. Eso me hace reír. Me gusta escribir personajes que tienen una opinión muy alta de sí mismos, que son arrogantes, y que de pronto acaban humillados por emociones poderosas. Así que muchas de mis historias son sobre gente engreída que aprende lo que es la humildad. Casi siempre a través de una relación [sonríe]. Hay muy pocas cosas universales, y trato de escribir sobre esos temas: el amor, la familia, la muerte, la ambición. Ahí está todo. —¿Puede ser útil el humor? ¿Vale de algo reírse de la vida?—No voy a hablar por todo el mundo, pero para mí sí es muy útil. Lo uso contra el derrotismo. Muchas de mis historias, cuando las empiezo, parten de un lugar muy sombrío, de algo muy negativo o nihilista. Y el reto es ver si desde ahí puedo llegar a un final feliz. Lo hago muy a menudo, especialmente en mis libros más recientes. Cuanto más envejezco, más a favor estoy de los finales felices.—¿Por qué?—Porque el mundo no necesita más finales tristes. Ya hay suficientes.—¿Hay algo que no le haga gracia? —El ‘punching down’: cuando alguien con un estatus alto se burla de alguien con un estatus más bajo. Ese tipo de humor no me gusta.—Le cito: «Si Dios existiera, seguramente a estas alturas ya habría recibido un castigo horrible».—[Ríe] Aquí el objeto de humor no es Dios, sino yo. Es algo que hago mucho. —¿Se siente tan afortunado?—Sí, mucho. Para empezar con el hecho de escribir para ganarme la vida, porque es todo lo que siempre quise hacer.—Su madre era editora ejecutiva en Harper Collins y su padre columnista en ‘The New York Times’, además de productor. —Eso también fue suerte. Aprendí muchísimo cogiendo libros al azar de las estanterías de casa. Eso me dio una ventaja enorme.—Antes de cumplir los treinta ya había publicado en ‘The New Yorker’, tenía su propia ‘sitcom’, ‘Man Seeking Woman’, y había escrito para ‘Saturday Night Live’. Luego trabajó para Pixar e incluso para ‘Los Simpsons’. Y acaba de estrenar una obra en Broadway, ‘All in’. ¿Le queda algo por hacer?—Siempre tengo algo que escribir, siempre tengo alguna idea y me esfuerzo para ver cómo puedo plasmarla en la página. Es un reto que se repite todos los días. Y no siempre tengo éxito: tengo muchas cosas a medio terminar, muchas ideas de historias a medio formar en mi ordenador y en mi cerebro. Siento que los desafíos nunca terminan, pero son desafíos divertidos. Y ahora soy más paciente. A veces tardo diez años en encontrar la historia correcta para desarrollar la idea que tenía en mi cabeza.«Cuanto más envejezco, más a favor estoy de los finales felices»—En España la comedia sigue varios escalones por debajo de la alta cultura. ¿Qué pasa en Estados Unidos?—Desde luego no es como en Francia, donde lo tratan como un arte elevado. Pero no tengo quejas. Estoy feliz de que la publiquen. Estoy agradecido por el hecho de escribir comedia y vivir de ello. No necesitamos ganar premios.—El mayor premio de la literatura en español es el Cervantes, que era un autor que abrazaba el humor. —’El Quijote’ es una de las mejores novelas cómicas de todos los tiempos. En Estados Unidos muchos dicen que la gran novela americana es ‘Las aventuras de Huckleberry Finn’, que también es una novela cómica. Otros dicen que es ‘Moby Dick’, que para mí también es una comedia.—¿Ah, sí?—Absolutamente. Y ‘El gran Gatsby’ es una sátira. Lo que pasa es que, en Estados Unidos, cuando un libro es realmente bueno, influyente e importante, la gente empieza a fingir que no es una comedia. Y el mayor ejemplo de eso, creo, es F. Scott Fitzgerald. Si escuchas a los profesores y académicos hablar de él, pensarías que era Ernest Hemingway, cuando en realidad era un escritor de sátira pura, un escritor cómico, y así se identificaba. Pero ahora, cuando enseñan sus libros, todos tienen que fingir que eran muy, muy serios. Es lo mismo que ocurrió con Kafka. «Cuando un libro es realmente bueno, influyente e importante, la gente empieza a fingir que no es una comedia. Eso pasó con ‘El Gran Gatsby’»—En su cuento ‘Dystopia’ imagina un futuro aterrador donde los robots han derrotado a la humanidad y han prohibido la creatividad humana. ¿Cree que la inteligencia artificial (IA) nos va a dejar sin trabajo?—Bueno, creo que podría dejarnos a todos sin trabajo, pero no que mate la creatividad humana. La gente crea arte para sobrevivir, pero también para conectar con otras personas. Y creo que mientras el arte siga siendo una forma viable de comunicación emocional, seguirá existiendo. Además, no deberíamos olvidar que el arte existió durante mucho tiempo antes de que existiera algo así como un artista profesional.—¿No le asustan las consecuencias de la IA?—Financieramente, sí. Espiritualmente, no.

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