E l brutalismo arquitectónico surgió en Europa tras la Segunda Guerra Mundial y con el menester de la reconstrucción; con tendencia a lo monumental, pero sencillo y con las pretensiones justas que puede tener el hormigón. Posee, en cierto modo, el alma de la Bauhaus, que era una escuela aunque más antigua y más moderna. Sobre esta idea, o parecida, el director Brady Corbet levanta esta película sin duda monumental, con no pocas pretensiones, de alma antigua y formas modernas y que trata de la reconstrucción de un hombre, o de un concepto de la arquitectura, o de la evolución de la supervivencia hasta un ideal de vida.Es la historia de un arquitecto, László Toth, inexistente pero con materiales de algunos otros como el húngaro Marcel Lajos Breuer y también ‘trazas’ de Walter Gropius y ya lejanas de Mies van der Rohe, o sea, el núcleo de la Bauhaus. Superviviente de un campo de concentración nazi, consiguió llegar a Estados Unidos, y ahí comienza la narración de esta historia, con la Estatua de la Libertad del revés y con Lászlo Toth sin pasado, sin presente y sin futuro. Con la soledad de haberse separado de su mundo, de su mujer, Erzsébet, y con algún contacto familiar moderadamente judío.Noticia Relacionada reportaje Si Adrien Brody resucita con ‘The Brutalist’ Fernando Muñoz El actor visita Madrid junto a Brady Corbet, director de la película favorita al Oscar, una epopeya de 215 minutosTiene alguna conexión con ‘El manantial’, de King Vidor, y algunos rincones comunes con ‘Megalópolis’, pero no tanto en lo corporal como en lo espiritual; una conexión de época y de estilo, y en el espíritu de su personaje visionario. Pero Brady Corbet, el director, sigue para la construcción de su obra la misma regla que su protagonista para la suya: primero la función y después la forma; todo lo que quiere decir de su arquitecto pobre, destruido, desafiante y leal a su mirada artística tiene como consecuencia un despliegue cinematográfico por completo ‘brutalista’, desde la aparatosidad de su estructura, de su metraje (215 minutos) y de su formato (VistaVisión) a esos grandes bloques secuenciales bien pulidos que utiliza del mismo modo que su personaje el hormigón, acoger la función.En los planos para entender o sostener la figura de Lászlo Toth hay dos columnas maestras, la del mecenas Harrison Lee Van Buren, que le reconoce prestigio y talento y le ofrece esa mezcla vidriosa del ‘cheque y el chequeo’, y la de su esposa Erzsébet, su pie en el suelo y mujer de sensibilidad, juicio y nobleza. Las interpretaciones de este trío son uno de los pilares de la película, Adrien Brody, Guy Pearce y Felicity Jones. Ellos, Lászlo y Van Buren, componen en su fachada el mazacote sin pulimentar (sin finura en la metáfora) del choque entre el arte y el dinero, la idea y su orla, y Brody y Pearce lo brutalizan con su relación de suavidad y aspereza y con algunos momentos desconcertantes de posesión, poder y humillación. Ellas, el personaje y la actriz, son las únicas líneas serenas entre toda la angustia creativa, existencial y económica.Fotogramas de ‘The Brutalist’Si visualmente tiene mucha pegada, toda su banda sonora, compleja, variada, impactante, adopta una función emocional y aliña de estremecimiento y conmoción la gelidez de la historia y los personajes. Por decirlo de otro modo, te implica con un interior, un fondo, que a pesar de ser muy dramático podría dejarte fuera: no son atractivos los personajes (salvo el de ella, Erzsébet) y esa carencia de ‘encanto’ le produce a uno la contradicción de estar ante una obra enorme, perfecta en su funcionalidad y aspecto, y que no alcanza a fascinar, un poco como la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense de Madrid, brutalista y tan emocionante como un saco de cemento.Su estructura operística, con obertura, sus partes, recitativos, arias, interludios, explosión dramática y un epílogo, le otorga un orden temporal y espacial que atempera, como su intermedio, la larga duración. Ofrece claridad y posibilidad de reflexión sobre cuestiones básicas del ser humano, desde por dónde entra la luz o cómo funciona (entra, también) el dinero, hasta la habitual e insustancial crítica al llamado ‘sueño americano’. En definitiva, un monumento cinematográfico, lleno de posibilidades para su análisis fílmico, narrativo y estético, con un guion que se explica bien (a veces) y con mucho alarde audiovisual, pero ante el que te puedes quedar en la puerta a la espera de echarle el guante a su encanto.
Leave a Reply