Hoy se cumple oficialmente el día en que Paul Newman es centenario , en realidad una minucia para alguien que está destinado a vivir más que el árbol de la sabina. Y lo insólito no es ser casi eterno, sino una persona a la que los tiempos elegirán cómo quieren recordarlo, como actor, como director, como hombre, marido, padre…, o como un tipo que transmitió siempre una fortaleza, una seguridad y una autoridad que te animaban a dejarle el volante de tu propio coche, a permitirle hacer la salsa que aliñara tu propia vida. Murió a los ochenta y tres años y sin perder apenas un ápice del esplendor de su primer plano, hermoso a cualquier edad ; en su autobiografía, encontrada hace cinco o seis años apilada en un almacén de su propiedad, le había dejado el arriesgado título de ‘La extraordinaria vida de un hombre corriente’, sin tener en cuenta que en ella se relata la vida de uno de los más grandes actores que han existido y una de las versiones con mejor acabado de la perfección masculina , y que tuvo y supo pagar algunos terribles peajes al vivirla, como la muerte de su hijo Scott a los 28 años de edad.En la pantalla y fuera de la pantalla, Paul Newman era imbatible , un actor poderoso, generoso, que supo encarnar como nadie ese personaje tan ajeno a él, el del perdedor, y como hombre de calle siempre fue fascinante, un imán para el resto del mundo y capaz de no bajarse ni un peldaño de la altura de sí mismo, digno y leal a sus circunstancias, fiel incluso a su matrimonio de décadas con la mujer de su vida, la actriz Joanne Woodward , a la que conoció en su etapa teatral y universitaria (él ya estaba casado con Jacqueline Witte, de la que se divorció tras años de relación con Woodward).Del Newman actor son imborrables sus interpretaciones de los tormentosos personajes de Tennessee Williams , ‘Dulce pájaro de juventud’ o ‘La gata sobre el tejado de zinc’, o de Faulkner, ‘El largo y cálido verano’; y es inevitable recordarlo siempre por su tándem con Robert Redford , ‘El golpe’ y ‘Dos hombres y un destino’, aunque puestos a hablar de perdedores y parejas, el más grande Paul Newman estuvo en estos dos títulos, ‘El buscavidas’, de Rossen, y ‘Veredicto final’, de Lumet, y ese abogado en caída, Frank Galvin, que se bebía hasta el agua de los floreros, aunque menos que el propio Newman, que se apretó tres litros de cervezas diarios durante décadas. Y como un pincel.
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