Józefa Handzlik apenas sale a la calle durante el duro invierno de Oswiecim. Ha cumplido ya cien años y las aceras heladas de esta ciudad polaca, de unos 38.000 habitantes, suponen para ella una barrera intransitable. Por eso ha mandado venir a su casa a la peluquera, porque a pesar de la edad y de las contingencias del clima debe estar arreglada para el 80º aniversario de la liberación de Auschwitz . «Ahora ya no me sacan porque no puedo hablar bien», lamenta. Hace sólo dos años, pronunciaba su última charla en el Museo de la Memoria de la Tierra de los Residentes. Sus recuerdos constituyen la historia viva de una ciudad cuyo destino quedó marcado el día en el que Heinrich Himmler decidió la ubicación del mayor centro de exterminio nazi, el campo de Concentración de Auschwitz , en el que fueron asesinadas cerca de 1.100.000 personas, a unos 43 kilómetros al oeste de Cracovia. El capitán de las SS Arpad Wigand propuso utilizar la estructura de un antiguo cuartel de la Alta Silesia, una región cedida a Polonia en el Tratado de Versalles de 1919, para levantar el campo de concentración de 42 kilómetros cuadrados. Los alemanes expulsaron para ello a los habitantes de ocho aldeas y Józefa había nacido en una de ellas, Brzezinka, el 16 de febrero de 1923, como la undécima hija de una familia de granjeros. Perdieron su casa y la granja, fueron desplazados y Józefa, todavía con su apellido de soltera Hatłas, comenzó a trabajar con 17 años en una zapatería en la Plaza del Mercado en Oswiecim. Cuando su compañera Irena Bubec fue encarcelada en Auschwitz, por haber vendido zapatos a una familia judía, buscó la forma de hacerle llegar medicinas a través de los trabajadores civiles del campo y abrió vías que después utilizaría Helena Stupka, una ucraniana que había llegado a Oswiecim en los años 30 y que perteneció a la resistencia bajo el pseudónimo de Jadzka, organizando varias célebres fugas de prisioneros de Auschwitz .Noticia Relacionada 80 aniversario de la liberación del campo estandar No Los últimos de Auschwitz: «Quemaban gente todo el día, todo el tiempo» Rosalía Sánchez | Corresponsal en Berlín’Años de ocupación’Los ‘años de ocupación’ constituyen un pequeño porcentaje de la vida de Józefa, pero determinan irremediablemente el resto, como les ocurre a los demás habitantes de Oswiecim. Auschwitz y Oswiecim son la misma palabra, en alemán y en polaco, pero son realidades distintas, aunque la una eclipsa a la otra. El Gobierno de Varsovia ha llevado a cabo intensas campañas diplomáticas para evitar que se asocie la imagen de la ciudad con el nazismo, que para los polacos es un fenómeno alemán, y ha llegado a amonestar a periodistas internacionales por referirse al «campo de concentración polaco».Imagen aérea de Auschwitz y el pueblo vecino AFP«Imagine lo que supone tener la propia identidad anclada al mayor genocidio de la historia de Europa, eso pesa, aunque sean hechos que no tienen nada que ver con uno mismo, ni con sus antepasados», intenta explicar el traductor Daw Karlik , «¿qué se supone que debemos hacer? ¿sentirnos culpables? ¿estar siempre tristes? Quieres vivir feliz, como todo el mundo, pero de alguna forma sientes que no está bien ser feliz, no en Oswiecim». Theodor Adorno, que en su ‘Dialéctica negativa’ anotó en 1966 que «escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie», podría entender su zozobra. Para colmo, a media hora en coche de Oswiecim está Wadowice, la ciudad en la que nació San Juan Pablo II, asociada con la cabeza más visible de la santidad europea del siglo XX. «Es que Dios suscita santos allí donde son más necesarios», deduce Agniezska, a las puertas del colegio de Salesianos de Oswiecim. Siguiendo esa misma calle, Jagiełły, un poco más arriba, aparece un mural pintado, con la efigie de Karol Józef Wojtyła y la leyenda ‘Antisemitismo, un pecado contra Dios’, que manifiesta que el nihilismo no se ha apoderado de estas calles, a pesar de su historia.Andrzej Ryszka, actual alcalde de Birkenau, ante una de las vallas del campo de concentración AFPNihilismo no, sino responsabilidad, precisa Pawel Sawicki , que ha dirigido más de 1.000 grupos a través de Auschwitz y muy atareado estos días con la llegada de líderes de todo el mundo a los actos del 80º aniversario, patrocinados por el presidente de Polonia, Andrzej Duda . Su peor pesadilla es «que se convierta en un acto político» y su obsesión «mantener viva la memoria». Aunque Auschwitz es conocido a escala global, presente en casi cualquier colegio de secundaria del mundo, Oswiecim sigue siendo una gran desconocida. Apenas llegan turistas. El aproximadamente millón de visitantes que conocen Auschwitz cada año aparece en autobuses fletados desde Cracovia y se vuelve por donde ha venido sin pisar la ciudad.«Te quedas helado», dice Janeck, una de las pocas excepciones, que ha viajado desde Nueva York con su familia y se ha detenido en la confitería Marzena, que ofrece un inolvidable Paczki. «Lo más curioso es que no se ve nada, son espacios vacíos de contenido, pero lo que te explican los guías y todo lo que has visto en los libros y en las película, se apodera de tu ánimo», explica. A los hosteleros de Oswiecim les gustaría que, ya que tienen que convivir con Auschwitz, les reportase más público. En un quiosco de prensa se venden imanes de la puerta de entrada al campo de concentración de Auschwitz AFPUn cementerioEl alcalde, Janusz Chwierut , del mismo partido que el primer ministro Donald Tusk, evita entrar en esos berenjenales y se limita a recordar a cada español que pasa por la ciudad que un retoño del Árbol de Guernica está plantado en el Parque de la Reconciliación de los Pueblos, un proyecto apoyado por las instituciones europeas que invitará a reflexionar sobre el horror de la guerra. Otro lugar en el que se impone por sí misma esa reflexión es el cementerio Oswiecim, reiteradamente profanado durante la ocupación nazi. Las tumbas de prestigiosos rabinos fueron destruidas y sus lápidas utilizadas para pavimentar la entrada a los cuarteles de las SS. Reconstruido posteriormente y con sorprendente cantidad de flores frescas a pasar de la nevada, acoge nombres en distintos idiomas, entierros en varias religiones y tradiciones culturales. «Mi padre quería que nos fuéramos de Oswiecim, que estudiáramos fuera y trabajásemos en el extranjero, lejos de Auschwitz», dice Marta , que sale de atender una tumba relativamente reciente y que comparte esa idea de que su ciudad es vista desde el resto del mundo como un estremecedor cementerio. No sólo el cementerio de los aproximadamente 1,3 millones de seres humanos que pasaron por el campo de concentración nazi, sino también el cementerio de la razón, de la humanidad y de Europa. A espaldas de Oswiecim, en Auschwitz encalló sin duda La Negra, la embarcación en la que navegó en mitológico Ulises, y con ella la historia de Europa.
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