La Tercera España 2030: ¿crisis u oportunidad?

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La Tercera España 2030: ¿crisis u oportunidad?

En el año 2000, España estrenaba el nuevo milenio formando parte del euro y disfrutando de estabilidad macroeconómica con una moneda estable y tipos de interés bajos. El modelo básico que usamos los economistas para explicar la riqueza de las naciones, desarrollado por el premio Nobel de Economía Robert Solow , anticipaba que España aumentaría su tasa de inversión, subiría su productividad, mejoraría su salario medio y convergería con los países más desarrollados, al tener una base de capital más bajo. El salario medio ha aumentado pero menos de lo previsto, la tasa de inversión ahora es menor y nos hemos alejado en renta por habitante de los países más desarrollados. Las principales causas para explicarlo son que los españoles hemos concentrado buena parte de la inversión en sectores de baja productividad, principalmente vivienda y turismo, y no hemos sabido subirnos a la ola de la revolución tecnológica como sí han hecho los países con mayor éxito. Este año, según el FMI, tenemos casi un 20 por ciento menos de renta por habitante que un alemán (la misma diferencia que en 2000), un 40 por ciento menos que un estadounidense, ocho puntos más de diferencia que hace 25 años, y hemos perdido 20 puntos de renta relativa con Israel, uno de los países que mejor se ha adaptado a la nueva era de la tecnología global, especialmente a la era digital y de la inteligencia artificial. España era uno de los países más atrasados de Europa desde 1939 hasta 1960 cuando Franco aplicó las ideas falangistas de planificación económica, similares a las que tiene Cuba hoy. Por fortuna para los españoles, el modelo se quedó sin divisas para comprar petróleo para las calefacciones en el invierno de 1957 y Franco accedió a aplicar el plan de estabilización que le había propuesto el FMI. España pasó a ser una economía de mercado y fuimos uno de los casos de éxito mundial entre 1960 y 2000. Desde ese año, España es un país que diverge en renta por habitante y con un modelo económico de baja productividad, con elevada precariedad salarial, especialmente en el segmento de salarios más bajos que afecta principalmente a la población inmigrante.España desde 2000 es el ‘país de nunca jamás’, siempre lleno de oportunidades y, da igual el color político de los que gobiernen, el relato siempre es el mismo: España va bien , otro año más hemos batido el récord de turistas y el Gobierno pone al presidente de Telefónica porque es un gran empresario. La realidad es que seguimos divergiendo en renta por habitante con los países más dinámicos, que las provincias turísticas crean mucho empleo pero cada año su renta por habitante diverge con la media y que Pedro Sánchez acaba de poner a un ‘apparátchik’ del partido a presidir Telefónica, igual que José María Aznar puso a su amigo y compañero de pupitre en el colegio y dejó la compañía en la ruina. En un viaje a Israel me explicaron el secreto de su éxito: «Antes exportábamos naranjas y ahora os compramos las naranjas a vosotros y os exportamos tecnología». Israel tiene excelentes universidades que, además de formar buenos profesionales, destacan en desarrollo tecnológico, especialmente en inteligencia artificial. Han sabido crear un ecosistema de inversión que nutre de capital a sus ‘start up’ para poder crecer rápido, crear más empleo y pagar mejores salarios. Madrid es el caso de éxito español, crea uno de cada cuatro empleos y una de cada cuatro empresas y la mitad de los españoles que cobran más de 60.000 trabajan en Madrid. Tiene muy buenas universidades para formar profesionales que trabajan en empresas que tienen su sede aquí y pagan impuestos aquí, pero cuyos ingresos vienen principalmente de fuera de España. Pero sus universidades son un desastre en transferencia tecnológica, además de que la regulación europea nos prohíbe usar los datos para poder competir con las empresas israelíes o norteamericanas en igual de condiciones; y el ecosistema de inversión aporta muy poco capital a las ‘start up’ tecnológicas, que quieren asumir infinitamente menos riesgo que los inversores israelíes o estadounidenses. Ese ecosistema innovador en el resto de España es desolador.La polarización política que sufrimos no ayuda a salir de este agujero negro en el que estamos metidos. Aznar transfirió las competencias de educación y ciencia a las comunidades autónomas, el PP ha gobernado en Madrid y ha sido incapaz de conseguir crear un marco de innovación exitoso, como sí han hecho los israelíes. Los gobiernos del PSOE en otras comunidades tampoco han logrado desarrollarlo. Díaz Ayuso y Núñez Feijóo, que tampoco lo hizo en Galicia, culpan de todo a Sánchez, que es evidente que no tiene ningún plan tecnológico y que a su vez culpaba a Mariano Rajoy, que tampoco lo tuvo en sus casi siete años en Moncloa. España necesita reinventarse, precisa un plan y un líder que consiga los consensos necesarios, como consiguió Adolfo Suárez para hacer una transición política ejemplar y como consiguió después Felipe González, el gran modernizador de España, a los que los españoles les debemos buena parte del progreso y bienestar que tenemos hoy.Tenemos a favor la revolución energética. Hoy la forma más barata de producir electricidad es el viento y el sol, y España tiene las mejores condiciones de viento y sol de Europa. Ahora empieza la revolución de las baterías y podremos prescindir de las centrales nucleares y del gas. Si desarrollamos redes y conectamos suelo, muchas fábricas europeas vendrán aquí a producir para tener energía más barata. Si cerramos las nucleares antes de tiempo, como hizo Merkel, perderemos esa oportunidad. Lo que nos falta –aún no hay plan ni se le espera– es reformar nuestras universidades, orientarlas a la transferencia tecnológica, desarrollar los mercados de capitales para financiar esos proyectos y a esas empresas y ser líderes en desarrollo y aplicación de inteligencia artificial. Para conseguir este reto hará falta cambiar muchas cosas y serán necesarios grandes consensos de los dos grandes partidos, igual que sucedió en los años setenta en los Pactos de la Moncloa. La grandeza y generosidad de Suarez y González lo hicieron posible y contaron con la inestimable colaboración de Carrillo y de Fraga. Lamentablemente, hoy tenemos un presidente cuyo horizonte político es dormir una noche más en La Moncloa , que ha perdido las elecciones, que tiene sólo 121 escaños, que gobierna gracias al apoyo de independentistas que no respetan la Constitución ni nuestra democracia y que fomenta la polarización como única estrategia de supervivencia política. Y eso hace imposible alcanzar ningún consenso. SOBRE EL AUTOR José Carlos Díez es profesor de Economía en la Universidad de Alcalá

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