Fue el 2 de septiembre de 2023, en la tercera jornada de Liga. Real Madrid y Getafe saltaban al campo del Santiago Bernabéu para un partido histórico, el primero que se jugaba en España bajo techo. Llovía en Madrid y el equipo blanco aprovechó para estrenar la flamante cubierta que ponía el remate a la faraónica remodelación de su estadio. Borja Mayoral, a los 10 minutos, anotó el primer gol ‘indoor’ de la Liga. Luego, Joselu marcó el empate nada más volver del vestuario y Bellingham llevó el delirio a la grada firmando la remontada en el tiempo de prolongación: 2-1. «El momento del gol fue lo más ruidoso que he oído jamás. Me temblaban las piernas», diría después el centrocampista inglés. «La gente empuja y se siente», corroboraba Carlo Ancelotti en la rueda de prensa, tras su primera impresión sobre el césped.La experiencia de aquella primera vez conquistó también a los aficionados, encantados con el nuevo aspecto del campo y con su singularidad. Desde entonces, más allá del frío o la lluvia, se ha convertido en la opción preferida del Real Madrid para los partidos de casa en Liga. En la competición doméstica cuentan con potestad para decidir si cubrir o no, con la única salvedad de no poder cambiar de opinión en mitad del partido. En la Champions es distinto. Ahí manda la UEFA. Es su delegado de campo, tras consultar con el árbitro, quien decide si el techo retráctil del estadio estará abierto o cerrado durante el choque. Incluso puede tomar la decisión de abrir o cerrar al descanso, en función del clima.Noticia Relacionada reportaje Si Una entre 66: Elisa Aguilar, única mujer al frente de una federación deportiva en España Javier Asprón«El techo crea una atmósfera especial que es difícil de explicar con palabras», cuenta a este periódico un veterano socio madridista, una opinión que contrasta con la de algún jugador rival que se enfrentó a esas condiciones en su visita al Bernabéu. «La verdad es que yo no noté nada. Fue como cualquier otro partido. Nada especial, ni más ruido ni más presión. Un partido más», asegura Jofre Carreras, extremo del Espanyol consultado a este respecto por ABC.Según el Libro Guinness, el Arrowhead Stadium, hogar de los Kansas City Chiefs de la NFL, tiene el récord como estadio más ruidoso tras alcanzar los 142,2 decibelios en el duelo que enfrentó al equipo local con los New England Patriots en septiembre de 2014, el equivalente al que se puede sentir en el despegue de un avión a menos de 25 metros o en una explosión intensa. En este caso se trata de un estadio abierto con capacidad para 76.000 espectadores, ligeramente por debajo del aforo máximo del Bernabéu. Sus datos de ruido superan por poco al Lumen Field de Seattle, también abierto, y al Caesars Superdome de Nueva Orleans, techado. En cuanto al fútbol europeo, Anfield (Liverpool) y San Siro (Milán) han alcanzado 113 y 111 decibelios, respectivamente.Del Bernabéu no hay datos oficiales, pero los números parecen sugerir que los niveles de ruido no tienen tanto que ver con que haya techo o no, sino con la calidad del diseño del estadio y el propio compromiso del público, claro está. No es tan importante el recinto en el que están los hinchas, sino los hinchas que están en el recinto.«Un acondicionamiento acústico deficiente puede distorsionar o hacer difícil la audición en un concierto o los efectos de sonido en un evento deportivo, lo que disminuye el disfrute y la comprensión del espectáculo», explica a ABC Juan Pedro Romera, director de equipo de proyectos deportivos y entretenimiento en ERRE Arquitectura, firma que se ha encargado, entre otros, del Roig Arena, el nuevo pabellón del Valencia Basket. La acústica se ha convertido en un apartado fundamental a la hora de diseñar un nuevo recinto deportivo porque se sabe que puede ganar partidos. Tratar de mejorarla es tratar de influir en el resultado.Un ejemplo de ello es el nuevo estadio del Tottenham Hotspur . Su acústica se optimizó para maximizar el ruido y la atmósfera durante los partidos. ¿El objetivo? Amplificar el sonido para mejorar la experiencia de los asistentes y apoyar a los jugadores. Su grada sur, la más grande del Reino Unido, se diseñó con un ángulo y una estructura específicos para lograr ese efecto, y para ello se emplearon herramientas avanzadas de diseño acústico: visualización de sonido, datos espectrográficos y modelos 3D de ‘paisajes sonoros’ para identificar puntos problemáticos donde el ruido podría ser excesivo o desagradable. Los paneles de su cubierta, no cerrada, fueron proyectados para, en lugar de absorber el estruendo, reflejar el sonido de vuelta al estadio.A todo eso se suma el concepto ‘crowdnoise’ (ruido de la grada), que se ha estudiado ampliamente para tratar de explicar otro término anglosajón: ‘home advantage’, traducido como ‘factor campo’ o ‘la ventaja de jugar en casa’. Uno de los estudios más influyentes pertenece a Nigel Balmer, profesor de la facultad de Deportes y Ciencias del Ejercicio de la Universidad John Moores de Liverpool, quien demostró, por ejemplo, que los árbitros que evaluaron jugadas con ruido de fondo pitaron un 15,5 % menos faltas contra el equipo local en comparación con aquellos que vieron las mismas jugadas en silencio.«Ahí ya no hablamos de la acústica arquitectónica, sino del estímulo acústico sobre el jugador», analiza José Luis Sánchez Ayuso, director de Greenback, una consultora madrileña especializada en ese campo que trabaja con varios clubes para, justamente, mejorar las diferentes variables que componen la ventaja de jugar en casa (el ‘home advantage’) para el equipo local. «El deportista, por jugar en casa, siente una especie de instinto de protección, un sentimiento de defensa del territorio, y esto se refuerza con estímulos sonoros. Además, el sonido puede influir en aspectos fisiológicos: bloquear el dolor, aumentar la agresividad elevando determinados niveles hormonales y reducir otras hormonas que pueden perjudicar, como las del estrés o la ansiedad».En 2015, los New Orleans Pelicans se clasificaron por primera vez para los ‘playoffs’. Lo lograron por los pelos, como octavo mejor equipo de la Conferencia Oeste, y en la primera ronda les tocó en suerte al mejor club de la fase regular, los Golden State Warriors. Ese año, la franquicia entonces asentada en Oakland hizo del Oracle Arena un auténtico fortín. Solo una derrota en casa hasta las eliminatorias. Su recibimiento a los novatos Pelicans fue espectacular, tanto que Monty Williams, técnico visitante, se quejó por el nivel de ruido. «No estoy seguro de que el nivel de decibelios sea legal, y lo digo en serio. Está un poco fuera de control». «Es tan ruidoso que no puedo escuchar a mis compañeros ni a mis entrenadores», corroboró Anthony Davis, hoy de actualidad por su canje con Luka Doncic, y entonces estrella emergente de los Pelicans.Entre las estrategias que se utilizan están el uso de músicas concretas, la ubicación específica de la grada de animación o aprovechar la propia arquitectura del estadio para mejorar la propagación del sonido. «El ambiente que se genera en torno a un evento deportivo tiene varias manifestaciones. Una es visual, con los colores, banderas, bengalas… Y otra es sonora, con cánticos, celebraciones, el trato que se da a los jugadores o al equipo rival. Todo eso llega al deportista, que no puede aislarse del sonido».«La palabra exacta es manipular las emociones. Digámoslo sin cortapisas», suelta, contundente, Pedro Bonofiglio, histórico ‘speaker’ del Real Madrid de baloncesto desde 2009. Porque todo lo anterior sugiere que el fútbol ya no solo se juega con los pies. También influye el oído. El diseño de la grada, el eco bajo el techo y hasta la voz del animador son hoy en día factores que moldean la experiencia de un partido, capaces de cambiar su atmósfera e incluso el resultado. Ya no vale con los cánticos espontáneos de los aficionados. Hay que dirigir su ánimo. «Es una manipulación porque obligamos a que la gente expulse lo que tiene dentro», insiste Bonofiglio, cuya experiencia en miles de partidos le permite saber cuándo y cómo actuar. «No siempre es necesario tirar de la gente. Hay partidos en los que se motiva sola y entonces uno termina siendo una molestia en el oído del espectador. Pero, a veces, cuando la gente está con ganas de gritar pero necesita un empujón, entro yo. Porque me doy cuenta».Así, es fácil saber que los días entre semana la gente va a los partidos cansada de trabajar y hay que animarla un poco más para que grite y aplauda. Y que los domingos, en cambio, todo sale solo. Tampoco se estimula de la misma forma si el equipo va ganando o perdiendo. «Se tiene que producir un hecho determinante en el partido para que yo pueda reaccionar. No puedo cambiar el estado de ánimo del público sin que haya un detonante en el juego. Incluso si el equipo al que apoyo está perdiendo, necesito ver que ha tocado fondo. En esos momentos clave es cuando hay que decidir: ¿nos la jugamos o no? Y si nos la jugamos, vamos a divertirnos. Cuando ocurre algo muy bueno, lo único que tengo que hacer es subirme a la ola del ambiente y surfearla. No hay más misterio».Bonofiglio relata que cuando jalea lo hace pensando muchas veces en los propios jugadores. Utiliza su altavoz para llegar a donde el entrenador no puede y «soplarles en el pecho». Eso, a su vez, provoca que el público grite y empuje: «El jugador lo necesita para meterse dentro del partido, el que no lo quiera entender así desconoce lo que es hoy el deporte de alta competición», finaliza Bonofiglio. E inmediatamente se recuerda cómo en la pandemia, con los estadios vacíos, se usaron efectos de sonido artificiales en las transmisiones para simular la presencia del público. El dopaje acústico.
![El sigiloso dopaje acústico: con el oído también se gana El sigiloso dopaje acústico: con el oído también se gana](https://ayuser.org/wp-content/uploads/2025/02/bernabeu3-RS5zVorqDzoIAhsXW88XgNI-758x531@diario_abc-vHX4rk.jpeg)
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