Terremoto cultural en Estados Unidos

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Terremoto cultural en Estados Unidos

Es fácil cruzarse estos días en Nueva York con conversaciones en las que alguien dice: «Ya se pueden cuestionar cosas sobre racismo, agenda LGBTQ o feminismo. Ahora con Trump se puede, no pasa nada». No importa que quien lo diga sienta indignación, guasa o alivio. La realidad es que la guerra cultural que vive EE.UU. desde hace décadas ha llegado a una nueva fase: el combate de la ideología ‘woke’ desde el propio Gobierno. Y con la misma fiereza con la que se impusieron el ‘ wokismo ‘ y sus aledaños en el discurso público de la primera potencia mundial , desparramados después al resto del mundo.Un peso pesado de la industria bancaria explicaba el clima de forma anónima y simplista hace unas semanas: «Podemos decir ‘retrasado’ y ‘pussy’ (en inglés puede tener significados que van desde ‘coño’ a ‘cobarde’ o ‘marica’) sin miedo a ser cancelados », decía en ‘Financial Times’ este alto ejecutivo financiero, que aseguraba sentirse «liberado» por no sentir que tiene que censurar su propio discurso. «Es un nuevo amanecer» .En ese amanecer, el sol -que no se enfade Luis XVI ante la ambición ejecutiva del multimillonario neoyorquino- es Donald Trump. Solo habían pasado minutos desde la jura de su cargo como, otra vez, presidente de EE.UU. y Trump ya dejó claros sus planes: «Acabaré con las políticas gubernamentales que tratan de hacer ingeniería social con la raza y el género en todos los aspectos de la vida pública y privada. Construiremos una sociedad sin prejuicios raciales y basada en el mérito. Y, desde hoy, será la política oficial del Gobierno de EE.UU. que solo hay dos géneros: hombre y mujer».Pocas horas después y en los días y semanas siguientes, Trump sacó a pasear sus rotuladores y, en medio de una actividad presidencial frenética, firmó una batería de órdenes ejecutivas para desterrar las prácticas de DEI (diversidad, equidad, inclusión) que han estado en el centro de la guerra cultural de EE.UU. en el último lustro, así como otras para eliminar derechos y protecciones a personas transgénero.La tinta presidencial sobre esas órdenes ejecutivas eran la culminación de la reacción cultural que ha vivido EE.UU. contra la ideología ‘woke’ y la implantación de políticas y prácticas de DEI, que para el presidente de EE.UU. son «discriminatorias» y «antiamericanas».De bandera a mofaHa sido un proceso veloz y combativo, agitado desde todos los bandos por la bilis de las redes sociales. En él, lo ‘woke’ ha pasado de ser una bandera a objeto de mofa, que apenas se usa ya sin ironía. Y, después de haber sido dominante en EE.UU., la DEI es ahora una cabeza de turco. Instalados en la hipérbole, Trump y sus aliados han llegado a acusar a los programas de diversidad del impacto de los fuegos en California o de la reciente tragedia aérea en Washington.’Woke’ es una expresión que proviene de ‘stay woke’, ‘estar despierto’, en lo que tiene que ver con las injusticias sociales. Es decir, ser consciente de su existencia y comprometido con su erradicación. Y para la mayoría blanca, ser consciente de su privilegio de no sufrir las mismas injusticias sociales que las minorías raciales. En especial, la negra y su herencia de la esclavitud y de discriminación legal hasta mediada la década de 1960. Lo de ‘woke’ se convirtió en grito de guerra de los activistas contra los abusos policiales a la minoría negra tras la muerte de Michael Brown en Ferguson (Misuri) en 2014. Después se amplió a todas las causas identitarias de la izquierda.Noticia Relacionada estandar No Estados Unidos pide a sus proveedores en España que certifiquen que no aplican políticas ‘woke’ ABC Les solicita acreditar que no cuentan con políticas internas de «diversidad e inclusión»Pero para cuando George Floyd fue asesinado por un policía de Minneapolis en la primavera de 2020, el término ‘woke’ ya estaba desgastado y su uso era, además de reivindicativo, sarcástico. Pero aquel episodio supuso un ‘despertar’ real -cosa distinta es que fuera auténtico- en la sociedad estadounidense, en medio de las tensiones por la pandemia de Covid-19 y la reacción al primer mandato de Trump. Eso se transformó en una adopción generalizada de prácticas DEI. La América corporativa abrazó la bandera de la diversidad y de la inclusión con apetito para no perder comba con el clima sociopolítico. La DEI acabó convertida en una industria -aquel año año se estimó que movía 3.400 millones de dólares en EE.UU.-, no había gran compañía u organización que no tuviera su departamento y su política de DEI. El movimiento fue especialmente acentuado en las universidades, el caldo de cultivo de la ideología ‘woke’. Al año siguiente, en 2021, con Joe Biden ya en la Casa Blanca, la DEI recibió nuevos impulsos, también a golpe de orden ejecutiva del entonces presidente. Una estimación de ‘The Economist’ apuntaba a que las contrataciones de personal dedicado a diversidad o inclusión se había cuadriplicado en una década.Aquella era la época de la ineludible ortodoxia en justicia social. Sus sumos sacerdotes asaltaban a cada paso -un panel televisivo, una conferencia universitaria, un intercambio en redes sociales, un comentario en una cena entre amigos- a los pecadores que se desmarcaran de la vanguardia.Se desató entonces un fervor cercano a la esquizofrenia que tuvo algo de fondo -por ejemplo, ver a políticos demócratas defender la eliminación de la policía- y mucho de performativo, como lo relacionado con el lenguaje. Había que usar el término ‘latinx’, aunque fuera un insulto a la lengua de los hispanos. En ‘The New York Times’ y otros grandes medios progresistas, el libro de estilo promulgó una escritura racial asimétrica: los negros iban en mayúscula (‘Black’), los blancos en minúscula (‘white’); poner pronombres inclusivos, binarios o neutrales se convirtió en algo convencional y en una de las muchas formas de alardeo moral. En algunos círculos -en especial, académicos- era habitual que los actos arrancaran con un reconocimiento público de estar en tierra sagrada indígena (por supuesto, sin ningún intento posterior de devolver la propiedad a sus dueños originales). Y si se hablaba de cualquier asunto racial, cuando el interviniente era blanco- eran necesarios unos segundos introductorios para reconocer el privilegio y las ventajas otorgadas por el supremacismo blanco. La ofensa podía estar en cada palabra: a la habitación principal ya no se podía llamar ‘master bedroom’ por su posible conexión con los tiempos de la esclavitud. Y en cada opinión; expresar dudas sobre los tratamientos de cambio de sexo para menores era equivalente a ‘violencia contra los transgénero’. Parte de este escenario ‘woke’ sobrevive y parte se lo ha llevado por delante la reacción, antes y después de la elección de Trump.«El pico de todo esto estuvo entre los años 2020 y 2021», explica a este periódico Eric Kaufman , investigador del ‘think tank’ conservador Manhattan Institute. Él defiende que, desde entonces, el desmoronamiento progresivo de lo ‘woke’ ha venido por varios frentes, antes de conquistar el poder con la victoria electoral de Trump el pasado noviembre.«Hubo una interacción entre varios elementos», sostiene Kaufman, que escribe de forma habitual sobre DEI, guerras culturales y lo que él califica como ‘extremismo progresivo’. «Por un lado, los excesos de la cultura de la cancelación, del ‘wokismo’ que ha generado un respuesta contraria y una incomodidad natural entre izquierdistas más veteranos. Les parecía que se estaba yendo demasiado lejos, que se estaban infringiendo valores centrales como la libertad de expresión». Cita, por ejemplo, columnas de opinión críticas con la DEI, el freno de los grandes periódicos progresistas -‘The New York Times’, ‘The Washington Post’- en el apoyo entusiasta a movimientos como ‘ Black Lives Matter ‘, piezas críticas en la prensa con el activismo transgénero… «Al mismo tiempo, en el Partido Republicano se comprobaba la prominencia política de aquellos que se implicaban en la guerra cultural. Como con el gobernador Ron DeSantis y su lema de ‘stop woke’ en Florida; o el del gobernador Glenn Youngkin , que fue capaz de arrebatar Virginia a los demócratas con una campaña muy centrada contra los esfuerzos de los demócratas en la lamada teoría crítica racial (CRT, en sus siglas en inglés, el revisionismo de EE.UU. a la luz de la discriminación y de los abusos contra la minoría negra)». Es decir, los republicanos comprobaron que la cruzada ‘antiwoke’ funcionaba en las urnas.Un tercer elemento, explica, es el de los «líderes en tecnología» que han sido combativos contra lo ‘woke’. Allí siempre estuvo Peter Thiel y en los dos últimos años el gran agitador ha sido, claro, Elon Musk . El ahora mano derecha de Trump para transformar el Gobierno de EE.UU. habla siempre de la necesidad de acabar con el «virus mental woke».El año pasado, el mar de fondo de la reacción contra la ideología ‘woke’ se evidenciaba en campaña. Trump y los republicanos la utilizaban como parte central de su discurso. El llamado ‘Proyecto 2025’, un documento elaborado por intelectuales conservadores para transformar EE.UU. de manera radical incluía la demolición del sistema de DEI. En los mítines de Trump, las proclamas ‘anti woke’ -contra la presencia de mujeres transgénero en el deporte femenino, por ejemplo- estaban siempre entre las más aplaudidas.El triunfo de TrumpLlegaron el 5 de noviembre y la victoria de Trump. Y la derrota de Kamala Harris , del Partido Demócrata y de su política identitaria. Es indiscutible que hubo muchos asuntos que pesaron en los votantes: desde la economía a la vinculación de Harris con un presidente impopular como Joe Biden. Pero también fue un pulgar hacia abajo sobre los excesos en ‘woke’ y DEI de la última década, que alejaron a los demócratas de muchos electorados. También de las minorías raciales, que votaron más que nunca a Trump, el candidato que prometió eliminar las políticas de diversidad y de inclusión.El triunfo del multimillonario fue entendido, entre otras cosas, como la expresión política de un hartazgo con la ideología dominante en las elites de EE.UU. La guerra contra lo ‘woke’ y la DEI estallaría en el momento en el que Trump pusiera el pie en la Casa Blanca y desató un proceso de realineamiento. También en política, con algunos demócratas -incluso Bernie Sanders, uno de sus tótems- defendiendo que el partido se había alejado de las prioridades de sus votantes y estaba tomado por una ideología identitaria minoritaria. Pero pronto fue más allá.Entre los más rápidos en tomar acomodo, las grandes compañías. En medio de la peregrinación de altos ejecutivos de los gigantes tecnológicos a Mar-a-Lago, la mansión de Trump en la costa de Florida, Meta -la compañía matriz de Facebook e Instagram- anunciaba que abandonaba las políticas de DEI. Poco después, su fundador y consejero delegado, Mark Zuckerberg , confirmaba el bandazo ideológico en el popular podcast de Joe Rogan , que siempre fue un espacio contra lo políticamente correcto: alabó la «energía masculina» y lamentó que «buena parte del mundo corporativo está culturalmente castrado».Noticia Relacionada estandar Si Trump expulsa a los transgénero del ejército de EE.UU. Javier Ansorena El presidente ha cargado duramente contra lo que denomina «una falsa identidad de género» incompatible con los «estándares rigurosos del servicio militar»Muchas otras grandes compañías han dado pasos similares. McDonald’s anunciaba que eliminaba sus «objetivos de representatividad» entre minorías. Walmart, el mayor empleador de EE.UU., se cargaba sus programas de formación en equidad racial. Amazon y Ford cancelaban parte de sus programas en DEI. Harley-Davidson retiraba sus patrocinios a causas relacionadas con diversidad y derechos LGBTQ y se centraba en el apoyo a personal de emergencias, miembros y veteranos del ejército.El tsunami de cambio cultural llegó también al deporte, a su máxima expresión en EE.UU.: la Super Bowl, la final del fútbol americano, el gran acontecimiento del año -dentro y fuera del deporte- en EE.UU. La NFL eliminó el lema de ‘ End racism ‘ (‘acabar con el racismo’) pintado en una de las zonas de anotación en este partido desde 2021. Muchos lo interpretaron como un guiño a Trump, que se convirtió a comienzos de este mes en el primer presidente en el cargo en acudir a la Super Bowl.El realineamiento ha llegado incluso a la cuna del ‘woke’: las universidades. Incluso antes de que Trump amenazara a los centros con cortar financiación federal si no destruían sus departamentos DEI. El mejor ejemplo es el de la Universidad de Michigan, uno de los mejores centros públicos y con una potente maquinaria de diversidad. En diciembre, sin embargo, decidieron eliminar la exigencia de una carta con compromiso con la diversidad a los candidatos a docentes. Fue el primer gran aviso de que el cambio cultural llegaba a la educación superior. Desde entonces, varias universidades han eliminado sus departamentos de DEI. Muchas más lo tendrán que hacer: esta misma semana, la Administración Trump ha renovado sus amenazas de corte de grifo federal para quienes no lo hagan. Y también para quienes los mantengan con un cambio de nombre.Energía utópica«La mayoría de los esfuerzos sobre DEI eran un intento de proyectar una imagen de una sociedad que quiere ser respetada y permanecer intacta», defiende Dante King , un especialista en diversidad e inclusión que da formación a instituciones sobre antirracismo y supremacismo blanco. «Lo que ahora vemos son las verdaderas intenciones y la verdadera naturaleza de la gente blanca», añade sobre el cambio cultural desatado. «Lo que estamos viendo ahora es una versión extremista y evidente del supremacismo blanco», añade King, que sostiene que los intentos de EE.UU. por ser más diverso y justo «han sido por interés político o económico».King, como muchos otros en el sector DEI, ha perdido contratos de programas de formación en los últimos meses. Es otro signo de la sacudida que ha supuesto el nuevo desembarco de Trump y de la recolocación del tablero cultural. Kaufman, que el año publicó un libro sobre las oleadas de pensamiento ‘woke’ -‘The Third Awokening’ (‘El tercer despertar’)- considera sin embargo que el credo de las elites de izquierda no ha cambiado, solo ha perdido su «energía utópica», ha pasado de ser algo «emocionante, fresco, excitante» a algo «rutinario e institucionalizado» en las organizaciones educativas y culturales. Y que no desaparecerá con la misma facilidad con la que Trump estampa su firma en una orden ejecutiva. «La guerra cultural está por decidir», defiende.

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