¿Cuánto hay del mundo de ayer en el mundo de hoy? Si en el imaginario intelectual europeo esta división la escribió Stefan Zweig en 1942, en el corazón de la Vieja Europa que se elevó tras esa Segunda Guerra Mundial el punto de inflexión entre ambos mundos, el de ayer y el de hoy, lo ha puesto 82 años después el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance , en un discurso tan incendiario como efectivo pronunciado en Múnich, precisamente Alemania, en 2025: «Ya no tenemos valores comunes».Si uno lee a Zweig hay algunos paralelismos entre ambas etapas y es difícil no pensar que Dios esté jugando a los dados con la humanidad y en particular con este continente tan orgulloso de sí mismo como anquilosado. Mucho ha pasado desde el final de la Segunda Guerra Mundial y del surgimiento de ese nuevo orden mundial que con el paraguas de Estados Unidos le ha dado a Europa ocho décadas de seguridad y prosperidad. El Muro de Berlín fue derribado en 1989, también las Torres Gemelas en 2001, pero nada cambió esa placentera sensación de los europeos de que todo iba a seguir yendo bien. Como, oh casualidad, en los felices años veinte todo iba maravillosamente bien en el Estados Unidos anterior al ‘crack’ del 29, o en las élites españolas antes del exilio de Alfonso XIII, la II República y la guerra civil, la iniciática y simbólica Guerra de España. Al otro lado del Atlántico eran tiempos de Franklin D. Roosevelt , quince presidentes antes de Donald Trump . Todos ellos han mantenido el paternalismo sobre Europa que simbolizó el desembarco de Normandía en 1945. Hasta hoy. Volvamos a la pregunta zweigiana: ¿cuánto hay del mundo de ayer en el mundo de hoy? Al menos una cosa. Antes de que el 47º presidente norteamericano volviera al poder el pasado 20 de enero para ejercerlo desde el minuto uno y hasta el extremo y recordar a los europeos quien es el sheriff del mundo, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez , ya había movido ficha. ¿Hacia dónde? Hacia China. Fue un movimiento tan estratégicamente calculado como tácticamente no explicado, como casi todo en su política exterior. Por eso hace bien Alberto Núñez Feijóo en pedirle que acuda al Parlamento a explicar la posición de España ante el nuevo orden mundial que −parece− han venido a proclamar Trump, Vance y un Elon Musk con 218 millones de seguidores en lo que fue Twitter y que sólo sigue a mil personas. ¿Sabe usted a quién decidió el viernes empezar a seguir en su red social? Sí, a Santiago Abascal , presidente de Vox y entregado aliado de Trump hasta el punto de aplaudir que venga al corazón de Europa a señalar nuestras miserias. A insultarnos. La política exterior de Sánchez es desconocida porque se la oculta al principal partido de la oposición y no se la cuenta a los españoles en el Parlamento. Desconocemos las motivaciones, pero no los hechos. En septiembre de 2024 Sánchez viajó a Pekín y sólo un mes después se desmarcó de los socios europeos y se abstuvo en la votación para imponer aranceles al coche eléctrico chino. ABC ha podido saber que esta decisión es muy reconocida por el Gobierno chino en la medida que le parece una decisión «imparcial» que puede ser el comienzo de un papel constructivo para la relación entre el gigante asiático y Europa. Lo que Pekín dice que quiere es una cooperación «pragmática» con la Unión, una colaboración que permita ganar a ambas partes. Xi Jinping entiende que a Europa le preocupe el efecto que la industria china tenga sobre la europea, pero en lo relativo al coche eléctrico, y en aras de una buena relación, está dispuesto a aceptar que se fije un precio mínimo o se establezca una cuota máxima de exportaciones. El problema para China es que cree que la Unión Europea no escucha sus planes, que los trata de manera no amistosa, que no se atreve a establecer una relación basada en el beneficio mutuo. Por eso, en noviembre de 2018 Xi viajó a Madrid, para buscar un aliado dentro de la UE. No venía un presidente chino desde 2005 y lo hizo para recabar apoyos contra el proteccionismo europeo. Lo encontró entonces en un recién nombrado presidente Sánchez tras la moción de censura a Mariano Rajoy .La cuestión hoy es que en el mismo momento en el que Trump golpea el tablero geoestratégico mundial y Vance pone a parir a la Unión Europea, el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares , se reúne con el canciller chino precisamente en Múnich: «Con mi homólogo de China, Wang Yi , hemos tratado nuestras excelentes relaciones bilaterales, el multilateralismo y la situación en Ucrania. España trabaja con China en desafíos globales». Esa es la realidad: China y España están fortaleciendo sus relaciones, y buena prueba es la visita de Estado que el Gobierno y la Casa del Rey están preparando a aquel país para otoño de 2025. Pero, ¿qué piensa Pekín de Europa? Dice que no es un competidor y aspira a que sea un socio, confía en que adquiera «autonomía estratégica» en el nuevo orden mundial y piensa que tiene una buena base económica, una fortaleza industrial y un futuro «brillante». No obstante, lamenta las precauciones de Ursula Von der Leyen respecto a ellos. Este es el mundo de hoy: mientras Trump nos pone aranceles, China quiere que se los quitemos. El nuevo orden mundial que pretende propiciar el presidente norteamericano ha obligado a los partidos políticos españoles a posicionarse y todos los han hecho. El Gobierno de España arremete contra Trump y se acerca todo lo que puede a China; el principal partido de la oposición se alinea con la Comisión Europea y marca distancias con la agresividad de Trump; y el tercer partido del hemiciclo se entrega al presidente de los Estados Unidos y enfada enormemente a China por sus posiciones hacia Taiwán. Una pregunta que subyace al debate: qué es mejor, ¿atacar una democracia con un líder radical que te ataca o criticar una dictadura que dice que quiere el beneficio mutuo? Sánchez lo tiene claro: su opción para el mundo del mañana no son los Estados Unidos, al menos no los de Trump, su opción es China. Y en Pekín lo aplauden. Así está el mundo de hoy, con posicionamientos que empezaron a forjarse en el ayer. El futuro dirá quién tiene razón en un tablero complejo, aunque por fortuna no tanto como el que llevó a Zweig a acabar con su vida en una cama de Petrópolis.
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